Las amenazas electorales de Trump, el mayor desafío de EE.UU.
Los comicios presidenciales del 3 de noviembre enfrentan varios desafíos derivados de la pandemia del Covid-19 y de la necesidad de garantizar la salud de los votantes y de las autoridades electorales. Ya se han hecho modificaciones legislativas, organizacionales y logísticas en cada uno de los 50 estados, más el Distrito de Columbia (Washington DC), que pueden complicar, judicializar y demorar el proceso y el conocimiento de los resultados por varios días. Pero el mayor desafío que enfrenta Estados Unidos son las insólitas e inéditas denuncias y amenazas del presidente Trump.
El presidente norteamericano ha denunciado repetidamente, sin pruebas, un supuesto fraude que el partido Democráta perpetraría via el voto por correo. Pero peor todavía es su amenaza de no reconocer la victoria de su oponente si considera que las elecciones son fraudulentas; y hasta ha sugerido posponer las elecciones –sugerencia rechazada inclusive por los republicanos.
A tal efecto, su campaña busca capacitar a unos 50 mil voluntarios y unos 200 abogados ("Trump Army") para prevenir el voto ilegal, controlando, por ejemplo, la nacionalidad de latinos o el registro electoral de afroamericanos fuera de los recintos de votación (intimidación realmente), y para "proteger" el voto republicano de un supuesto fraude en su contra, controlando la validez y el conteo de las boletas postales y litigando las irregularidades identificadas.
Si los demócratas ganasen en los estados cruciales pendulares (6-7) por mayoría apretada, el plan es cuestionar los resultados, no reconocer su victoria e impedir la certificación de las listas de electores estatales del Colegio Electoral que cada gobernador debe enviar perentoriamente al Senado Nacional para el 14 de diciembre; o en casos en que la Legislatura estatal esté controlada por los republicanos (Pennsylvania, Wisconsin) ignorar el voto popular y certificar la lista de electores republicanos. Podría ocurrir así que ningún candidato obtenga los 270 (de 538) votos electorales necesarios para su proclamación el 20 de enero, en cuyo caso la elección pasaría a la Cámara de Representantes, donde cada estado tiene un voto y los republicanos podrían tener una mayoría.
En el marco de tal complejidad y manipulación del proceso del Colegio Electoral y la probable demora en conocerse el resultado, Trump podría adelantarse y declararse ganador la noche de los comicios con sólo los votos "en-persona" tabulados; o sea, con datos preliminares que podrían modificarse significativamente con el pasar de las horas y el escrutinio de los votos postales, que podría durar días. Un escenario postelectoral preocupante que podría incluir protestas callejeras, disturbios, vandalismo y una crisis institucional sin precedentes y con final incierto.
El insólito comportamiento de Trump, desconcertante y preocupante para respetados comentaristas y expertos, inclusive republicanos, sólo se puede explicar por su irritación y desesperación ante los persistentes números negativos de las encuestas
Y como si eso fuera poco, Trump ha insinuado que en ese caso podría utilizar las fuerzas armadas, como lo hizo para desalojar demostraciones pacíficas contra la violencia racial frente a la Casa Banca, lo que causó fuertes críticas en la opinión pública, inclusive en círculos militares, al punto que el general Milley, jefe del Comando Junto de las Fuerzas Armadas, tuvo que disculparse por participar en el operativo. En vista de esos inusuales y temerarios comentarios y prácticas del presidente, legisladores demócratas, en una acto sin precedentes, consultaron a las autoridades militares sobre el rol que tendrían las fuerzas militares en los comicios, advirtiendo que cualquier acción militar no relacionada estrictamente a la seguridad nacional constituiría un acto de sedición o motin militar. Tanto el general Milley como el secretario de Defensa, Mark Esper, respondieron que no contemplan tener papel alguno en las elecciones y que cualquier disputa electoral se resolvería en el Congreso o en las cortes. Pero no queda claro qué harían si el presidente alega que la seguridad nacional se encuentra en peligro, no reconoce su derrota y se declara ganador.
El insólito comportamiento de Trump, desconcertante y preocupante para respetados comentaristas y expertos, inclusive republicanos, sólo se puede explicar por su irritación y desesperación ante los persistentes números negativos de las encuestas: lo ubican detrás de Biden por más de 10 puntos porcentuales a nivel nacional, aunque perdiendo por menos en estados pendulares cruciales donde ganó en 2016. Biden lo aventaja entre mujeres, votantes sin educación universitaria y entre mayores de 65 años --sectores que en 2016 votaron por él. Su nivel de desaprobación es del 60%; y la mayoría del "establishment" político y mediático lo detesta.
Existe, sin embargo, la esperanza de que los resultados electorales muestren al final una diferencia sustantiva que no deje dudas sobre el ganador, y/o prevalezcan las instituciones republicanas y las normas cívicas tradicionales de la democracia norteamericana, como la moderación y el respeto por el estado de derecho. Es que no sólo la democracia norteamericana está en juego, sino también su imprescindible liderazgo del mundo liberal en el sistema internacional.
Exfuncionario de la OEA. Autor de The Organization of American States as the Advocate and Guardian of Democracy