La voz valiente de los profetas
"Locos de Dios" es una expresión hebrea, Mishugue Elohim, que refiere a los profetas del antiguo Israel. Y ese es precisamente el título que eligió Santiago Kovadloff para su nuevo libro, un texto breve y rico en reflexiones, bellamente escrito y bien documentado, que permite comprender la figura de estos hombres legendarios, devotos de la ley y, como se lee en sus páginas, "voceros de un ideal inédito en su tiempo: el de conciliar el ejercicio del poder político con la justicia social".
Los profetas han sido personajes curiosos, poderosos, elocuentes. Aparecieron unos siete siglos antes de Cristo en Israel, en coincidencia con el volcánico fenómeno intelectual de la Antigua Grecia. Tardaron en conectarse, pero cuando eso ocurrió cimentaron las bases de la civilización occidental.
A Santiago Kovadloff le llevó cinco años escribir este libro, con períodos de diversa inspiración. Lejos de retratar al profeta como en su versión más popular y conocida, como un simple adivinador del futuro, este libro esclarece con pruebas abundantes que la prédica de estos hombres apuntaba en otra dirección, hacia una ética poderosa que al principio fue rechazada, pero que se afirmó con el correr de los siglos. El profeta no solo condena, sino que llama a la autocrítica, implora sensatez y arriesga su vida para que el pueblo llano y los ensoberbecidos dueños del poder caminen por la senda de la moral. Todos los profetas emergen de súbito, iluminan y conmocionan. No hay fuerza en la Tierra que los detenga, porque su palabra deriva del inconmensurable Dios que ama, pero al mismo tiempo exige.
El profetismo ha dado lugar a muchos estudios teológicos. Los debates han cambiado de tono y color según las épocas y las intenciones. En la Biblia, se suceden los libros que reproducen sus frases. Algunos parecen reiterativos y breves, pero en la realidad no habrán sido así, porque se transmitieron de boca en boca. Los escribas comprimieron los párrafos centrales, pero han tenido el mérito de hacerlos inmortales. Ocurrió algo semejante a los textos que recitó Homero y luego se fijaron en el papiro. A esas analogías Kovadloff dedica párrafos iluminadores. Compara la profecía nacida en Israel con la poesía también nacida en Israel y en otras regiones. El poeta casi siempre encanta a sus auditorios. Pero no sucede lo mismo con el profeta, porque este genera desconfianza, irrita, desasosiega y atemoriza, inquieta y desagrada. El profeta es un alma atormentada que embiste contra la sociedad entera, su objetivo no se reduce a encantar.
No obstante, a estas dos enormes manifestaciones que aparecieron en el amanecer del lenguaje las une el hecho de que tienen una sola fuente: para el poeta, la musa, y Dios, para el profeta.
En la segunda parte de Locos de Dios se despliega un análisis sobre los vínculos entre el profetismo y algunas personalidades de enorme repercusión como Jesús, Pablo, Maquiavelo, Camus y Nelson Mandela. Kovadloff traza un arco que va desde la teología hasta la política. Y suma un análisis sobre el desconcertante papel profético del bufón. Así, señala que el profeta, igual que el bufón con el rey, mantiene con Dios una relación de privilegio, íntima y directa. Puede oírlo como nadie y hablarle como ninguno. En consecuencia, puede expresarse en su nombre con un énfasis y una espontaneidad que sorprenden y desorientan. El profeta y el bufón, en efecto, no parecen de entrada ser voceros genuinos de Dios y del rey. Por eso sus audiencias son reacias a creer que son verdaderos mensajeros. Si uno es el loco de la corte y el otro es el loco de Dios, no cabe duda de que el bufón y el profeta introducen en sus respectivas comunidades palabras que enhebran el delirio y la verdad con inusual filo analítico. Como el profeta, el bufón desenmascara al simulador. Lo consigue, porque el bufón está protegido por el rey, del mismo modo que el profeta cuenta con el escudo de Dios. Por eso, no los arredra manifestarse con libertad, franqueza y energía. El bufón tiene apariencia inofensiva y hasta grotesca. Pero mantiene una recíproca lealtad con el monarca, así como el profeta con Dios. En sus aspectos externos, al profeta y al bufón nada los distingue como seres singulares. Pero su aparente simpleza o debilidad permiten que su acción y sus expresiones calen hondo en las desprevenidas audiencias.
En nuestro tiempo de creciente peligro universal vuelven a ser necesarios los profetas, esos seres singulares y potentes que trascienden, hacen temblar y llevan hacia la buena senda. También en nuestra época, y pese a la existencia de líderes irresponsables e inescrupulosos, pueden encontrarse algunas pocas voces limpias, como la de Nelson Mandela. Voces que no temen contrariar, porque ven con claridad el camino moral y terminan por conseguir amplio consenso. Como nos recuerda Kovadloff en Locos de Dios, los profetas, con sus ejemplos del pasado, enseñan al presente el camino que debe labrarse para nuestro futuro.