La vieja de Historia
Tenía el clásico pelo marcado por los ruleros de la noche anterior, zapatos marrones de taco con estribo y la falda a la rodilla. Hasta hace unos días, que pedí ayuda, no podía recordar su nombre, pero su imagen, en cambio, era tan nítida… Y otro dato enseguida me venía a la memoria como intentando recobrarla: ella, “la de historia”, era la hermana de otra profesora, “la de biología”, mujer que con esmero y voz grave ponía un fuerte acento a dos palabras agudas: “monocotiledón” y “dicotiledón”, cuestiones ciertamente embrionarias en aquel 2° Comercial B.
Pero, por favor que no se malinterprete; a ninguna de ellas, que recuerdo con la correspondiente dosis de nostalgia, me refiero con “la vieja” a la que invoca el título de esta columna. Y conviene hacer rápido una segunda aclaración: el epíteto es de autoría de la propia interesada, con el gracioso atenuante que le agrega el hecho de saber que recién cumplió los 40. La profesora de historia Lucía Chilibroste (Uruguay, 1981) está protagonizando un pequeño boom enmarcado en el casi año y medio que llevamos de pandemia, percibido sobre todo entre los habitués del ballet en redes sociales como un magnífico estallido que renueva la platea. ¡Enhorabuena! Y no es una cuestión exclusiva de las dos orillas; aunque el mayor oleaje provenga de ambas márgenes del Río de la Plata, a sus clases y “charloteos” virtuales se suman personas de todo el continente y más allá. Público en general, bailarines, coreógrafos, maestros y sobre todo curiosos que sin necesidad de tener que “hacer de cuenta que” advierten la posibilidad de asomarse como legos a un mundo que, lamentablemente, todavía rema contra los prejuicios elitistas.
Especialista en historia de la danza, su nombre y su carrera podían tener una fama en los pasillos de la Escuela Nacional que forma a los bailarines profesionales en su país o entre los grupos de mujeres que tomaban talleres de ballet a la hora del té con la misma pasión que más tarde se subían a los viajes que “la Chili”, imparable, organizaba para visitar ciudades, teatros y detrás de escenas de este universo fascinante (el uso de los verbos en pasado es meramente coyuntural: ya vendrán tiempos más normales). Pero cuando el coronavirus detuvo la marcha del mundo tal y como lo conocíamos, esa pasión por la historia y la danza se convirtió en un gran motor fuera de borda que la llevó, primero, a terminar de escribir y publicar El equilibrio de bailar –su biografía sobre la figura uruguaya María Noel Riccetto, actual directora del Ballet del Sodre– y luego a alcanzar su Everest. Casi mil personas de habla hispana –con algunas apariciones en portuñol, spanglish o cocoliche– siguieron el mes pasado el “minicurso online” que proponía un breve recorrido por el ballet en cuatro clases. Desde un muy lejano siglo XVII a caballo de la pregunta ¿es el ballet italiano o francés?, pasando por Luis XIV (el rey bailarín) y acercándose muy lentamente de la nobleza al resto de la sociedad con el Romanticismo hasta llegar al mil ochocientos con su inoxidable repertorio y el siglo XX, que abrieron los inigualables Ballets Rusos y nos dio, década tras década, un show de nombres que suenan como fuegos artificiales: Nureyev, Plisetskaya, Baryshnikov. Si esos 980 inscriptos fueron la cumbre, nada despreciables resultaron los picos que marcó antes y después. La semana próxima comienza un ciclo dedicado a “La era de Petipa”, el creador de, por ejemplo, El lago de los cisnes.
No es cierto que el que no sabe o no entiende disfruta el arte igual; el conocimiento es un puente y a través de él podemos llegar más lejos también con los sentidos y las emociones. Como aquellas maestras, generosa y honesta con su conocimiento, Chilibroste es una divulgadora empedernida, que entrega sin guardarse nada en el bolsillo y, cuando no sabe, promete investigar para la próxima. Respetuosa, compañera de algunos futuros sueños. Una remera que diga “la vieja de historia”: se estampa.