La vida intrépida de George Orwell
El autor de 1984, que moría hace 70 años, halló en la escritura el modo de dar cuenta de los padecimientos de los oprimidos
George Orwell, nacido Eric Blair, murió el 21 de enero de 1950 a los 46 años. Escritor y ensayista, se lo recuerda sobre todo como el autor de 1984, una extraordinaria distopía escrita en tiempos de la Guerra Fría. Pocos pasajes literarios despiertan tanta emoción como la primera entrada del diario de Winston Smith, el 4 de abril de 1984: "Y se le ocurrió de pronto preguntarse: ¿para quién estaba escribiendo él este diario? Para el futuro, para los que aún no habían nacido". En un rincón, para que no lo captaran las telepantallas del Gran Hermano, Smith inicia su escritura a pluma en un cuaderno: la resistencia con la palabra y en soledad.
Desde su publicación en 1949, la novela 1984 es una de las mejores críticas al totalitarismo. Si continúa vigente es porque, si bien Orwell la escribió contra el estalinismo, subyace en el texto su principal motor ético: el autor no atacaba al comunismo desde el liberalismo, sino desde un socialismo humanista, desde una revalorización del individuo a partir de la convicción de que "la verdadera división no es la que hay entre conservadores y revolucionarios, sino entre autoritarios y libertarios", según le explicó a un amigo en una carta de diciembre de 1948. Esa división atraviesa su obra y la proyecta a nuestros días con una actualidad sorprendente.
La otra viga de la producción orwelliana es la tensión entre literatura y política. Sostiene Simon Leys en un bello ensayo ("Orwell íntimo"): "Lo que hizo que escribir 1984 fuese una lucha tan dura […] fue precisamente el problema de convertir una visión política en una obra de arte". Lucha agravada por las malas condiciones de salud del escritor, efecto de una tuberculosis no detectada a tiempo que había contraído en sus días de indigente en París (narrados en su libro Sin un peso en París y Londres). "Le llevó mucho tiempo, y un trabajo increíblemente duro, descubrir qué escribir y cómo escribirlo", afirma Leys. Y lo descubrió tarde, bordeando los treinta años. Asombra por eso lo prolífico de su obra. En 1998, Peter Davison editó The Complete Works of George Orwell: veinte volúmenes, unas nueve mil páginas de conferencias, ensayos y novelas.
Nacido en Birmania, Orwell tenía una voluntad de comunión con los oprimidos que lo llevó a combatir como voluntario en el bando republicano durante la Guerra Civil Española, hasta que una herida en la garganta y las purgas estalinistas lo obligaron a abandonar ese país en la clandestinidad. Orwell rescataba el sentido común construido por las personas a partir de lo vivido: la experiencia. No era un antiintelectual, sino que reivindicaba una forma diferente de elaboración del pensamiento.
En su ensayo "Los escritores y Leviatán" (1948) afirma: "Lo que ha ocurrido es que la política ha invadido el terreno de la literatura. Ya habría ocurrido aun cuando el problema particular del totalitarismo no hubiera acontecido jamás, porque hemos desarrollado una especie de culpabilidad que nuestros antepasados no tenían, una conciencia de la enorme injusticia y de la miseria del mundo, y un sentimiento de culpabilidad de tener que hacer algo contra eso, lo cual hace imposible una actitud puramente estética hacia la vida". Ese posicionamiento, que orientó su obra, le impuso el desafío de no limitarse por imposiciones partidarias: "Para escribir en un lenguaje simple y vigoroso es preciso pensar de forma intrépida, y en cuanto se empieza a pensar de forma intrépida ya no se puede volver a ser políticamente ortodoxo". En tiempos de la grieta, en el plano local, y del pensamiento simple y lineal, a escala planetaria, es clara la valentía intelectual que semejante mirada requiere: volver eficaz la herramienta de la escritura para combatir la injusticia, sin que la fascinación estética desdibuje la base material que genera la obra (quizá el embotamiento cultural sea un signo de estos tiempos, como advierte Susan Sontag en su libro Ante el dolor de los demás).
En "Por qué escribo" (1946) Orwell afirma: "Escribir un libro es una batalla ardua, horrible, como el último estadio de una larga enfermedad. Uno no emprendería semejante tarea si no se sintiera empujado por algún demonio al que no puede resistirse ni comprender […]. Mirando atrás, a mi obra, veo que, invariablemente, donde me faltó intencionalidad política, escribí libros sin vida, me traicioné en pasajes púrpura, en frases sin sentido, en adjetivos decorativos y en tonterías".
Brutal y honesto en la forma en la que implícitamente definía la literatura, fue inflexible en la disciplina que se impuso para ser coherente con su idea de la labor intelectual. Vivió muchos años al borde de la pobreza. Durante el último tramo de su vida, que pasó internado debido a la tuberculosis, tuvo al lado de su cama de hospital una caña de pescar nueva, un lujo que se había permitido al recibir las primeras liquidaciones de derechos de autor de 1984, publicado en 1949. Jamás la pudo utilizar.
Pescar era una de sus pasiones, y casi le cuesta la vida. Una anécdota asociada a ese hobby lo pinta de cuerpo entero. Orwell vivió muchos años en la isla de Jura, en las Hébridas. Un día regresaba de una excursión de pesca con su hijo pequeño, su sobrino y su sobrina, y debían cruzar el remolino de Corryvreckan. Allí la fuerza de las corrientes en el estrecho que separa las islas de Jura y Scarba y las características del fondo marino, que es como un embudo, producen olas de hasta nueve metros y medio de altura y, en ocasiones, fuertes remolinos. Una gran cantidad de leyendas locales explican míticamente la peligrosidad del lugar, que consideran símbolo de una zona aislada, donde el ambiente pone a prueba a los hombres.
Desconocemos si Orwell leyó mal las tablas de mareas o se retrasaron para volver a casa, pero lo cierto es que eligió el peor momento para hacer el cruce, y quedaron atrapados por el oleaje. Perdieron el motor de la embarcación y naufragaron. La barca volcó cerca de un islote pequeño. Orwell logró rescatar a su hijo, atrapado debajo del bote, y a sus dos sobrinos. Era un día soleado. El escritor logró secar su encendedor y con hierbas y ramas secas hizo un fuego en el que pudieron calentarse y secar la ropa. Se dedicó después a explorar la pequeña isla y encontró un arroyo de agua fresca y aves en abundancia. Estaba listo para la vida del náufrago, pero afortunadamente los rescataron al día siguiente. Según Leys, esto pinta a Orwell como un hombre quizá "torpe para las cosas prácticas", pero al mismo tiempo resulta una evidencia de su "tranquilo valor y absoluto control de sí mismo". Había puesto a prueba estos atributos en otras situaciones extremas, como el frente de Huesca, durante la Guerra Civil Española.
En estos tiempos de degradación de la política y de la palabra, exacerbados por la hiperconectividad y el hipercontrol, en medio de la falta de certezas de la sociedad contemporánea, quizá la clave de la vigencia de Orwell se encuentre en la evocación que su sobrino hizo de aquel accidente: "Si uno tuviese que salir al mar en una pequeña embarcación, no elegiría a Orwell como patrón. Pero en caso de naufragio, desastre u otra catástrofe, uno no podría imaginar mejor compañía".
Poco antes de morir tenía pensado escribir un libro de ensayos que incluiría un largo texto sobre Joseph Conrad. Es una verdadera lástima que no lo haya escrito. Qué nos podría haber dicho Orwell sobre un autor que sometió a sus personajes a dilemas y decisiones extremas, a momentos de la verdad, como calificó Orwell su viaje al norte de Inglaterra para describir los efectos del Gran Depresión o su experiencia como miliciano.
En Subir a por aire, escribió: "La muerte no tiene nada de espantoso cuando las cosas a las que tenemos apego nos van a sobrevivir". Su obra, así como su compromiso con la verdad y con el socialismo, siguen siendo un horizonte posible en un mundo que, con redes por las que nos conectamos pero en las que no nos escuchamos, acaso se parezca demasiado al Londres hegemonizado por Ingsoc, el partido único. Un mundo donde, como en Orwell, conviven la desazón con la inteligencia y la rebeldía; es decir, la posibilidad de reacción.