La vida, esa realidad insoslayable
La Cámara de Diputados se apresta al debate final sobre el proyecto de despenalización y legalización del aborto. El tema ha ganado la calle y durante casi dos meses múltiples voces pudieron expresarse con respeto en las audiencias públicas convocadas al efecto. Deseo en estas breves líneas aportar también algunas reflexiones a título exclusivamente personal.
Como pocos, esta sensible cuestión conmueve a la sociedad porque se encuentra en juego el valor de la vida. La discusión se ha mostrado con una lógica binaria: a favor o en contra. Pese a la complejidad del asunto no parece haber espacio para posiciones intermedias, aun cuando de ambas posturas prevalece la idea de que el aborto supone siempre una realidad desgraciada y traumática.
Desde hace casi un siglo la legislación vigente excluye del reproche penal aquellos abortos provenientes de casos de violación o cuando existiese riesgo para la salud o la vida de la madre, por lo que el debate actual se centra en rigor en los embarazos indeseados. Quienes propician la admisión del aborto señalan que se trata de una decisión íntima de la mujer sobre su propio cuerpo que el Estado debe no solo respetar, sino también garantizar pueda llevarse a cabo de modo seguro y accesible, ello basado en los cientos de miles de abortos clandestinos que anualmente tendrían lugar con grave riesgo para las mujeres más pobres y vulnerables.
Este razonamiento parece alineado con el valioso principio del respeto a la autonomía personal, pero en este caso choca frente a la realidad insoslayable de que a partir de la concepción existe una nueva vida, que posee su propio ADN y no constituye tan solo un pedazo del cuerpo de la madre. Para sortear este escollo se esgrime que el feto no es persona (ello puede ser una discusión filosófica) y que hasta sus primeros tres meses no tiene desarrollado el sistema nervioso, ni tiene conciencia o sufre dolores. Sin embargo, estas argumentaciones -cada vez más débiles frente a las evidencias de los avances científicos- no pueden ni alcanzan a conmover la realidad misteriosa y natural del inicio de la vida humana. Los hechos son sagrados.
Es verdad que en esta materia la disuasión penal no funciona adecuadamente. No se registran una cantidad significativa de procesos judiciales ni mucho menos de condenas, y lo que es más grave, puede no estar sirviendo para proteger la vida de inocentes no nacidos. Está claro entonces que desde esta perspectiva la situación actual requiere ser revisada. Pero no menos diáfano aparece que promover una legalización casi irrestricta del aborto, tal como surge del proyecto inicial presentado, implicaría un retroceso en la protección y promoción de los derechos humanos, en especial de los más débiles, que carecen de voz para defenderse, que nuestra sociedad democrática y pluralista no debería consentir.
No deja de sorprender la paradoja de que quienes se presentan políticamente como más avanzados exponentes del progresismo sean los mas entusiastas propulsores de las iniciativas proaborto.
Tampoco debería aceptarse sin más que la legislación propuesta se justifique en la necesidad de reflejar una realidad social sobre la que no existe una información cierta y ponderada, y las posiciones se sustenten a veces con enfoques ideologizados y un activismo exacerbado.
Una solución más abarcativa del problema debería también incluir por parte de los poderes públicos una creciente intensificación de la educación sexual integral y la difusión de métodos anticonceptivos para procurar prevenir el embarazo adolescente, así como el acompañamiento a las personas que requieren ayuda y la facilitación de los procesos de adopción, incluyendo la posibilidad de que ocurra durante el período de gestación.
La discusión sobre el aborto ha tenido lugar y sigue abierta en muchos países del mundo con legislaciones que establecen regulaciones diversas. No estamos obligados a seguir ninguna receta impuesta. Aspiramos a que en el más sereno clima de diálogo posible los argentinos encontremos las mejores soluciones para acompañar a todas las personas que enfrentan esta situación, orientados por el respeto al supremo valor de la vida y por la consideración de que el aborto constituye siempre un trauma que es preferible evitar.
Procurador general de la ciudad de Buenos Aires