La vida en 2x
La última actualización de Whatsapp, arribada a nuestros dispositivos días atrás, habilita la posibilidad de decidir a qué velocidad escuchar las notas de voz. Gracias a esta propuesta, los consumidores podemos optar entre respetar la oralidad de nuestros interlocutores, apreciar sus cadencias, sus pausas y asperezas, percibir su tono y -por qué no- conectar emocionalmente con las calidades de su discurso, o apuntar directo al contenido y dar por concluido el asunto de manera rápida y efectiva.
La oferta, formulada por la aplicación dominante en materia de mensajería instantánea, responde a una lógica contemporánea: la de pretender maximizar el rendimiento en todos los ámbitos de la actividad, dejando de lado lo que a priori merece tildarse de superfluo o improductivo. Esto podría predicarse de un audio, entendido como algo que nos hace derrochar tiempo, hoy por hoy un bien tan sobrestimado como escaso.
La noticia de la aceleración fue recibida con algarabía en redes y portales, disparando una buena cantidad de posteos y memes alegóricos. Por lo demás, acusó una favorable recepción entre los usuarios que, poco a poco, fuimos cayendo en la tentación de explorar la nueva alternativa exprés.
Lo cierto es que un detalle que a primera vista puede parecer irrelevante, nos lleva a cuestionarnos qué privilegiamos en nuestras comunicaciones interpersonales. Porque se trata ni más ni menos que de la plataforma sociodigital que concentra la mayor parte de las interacciones humanas. Y sabemos, en sintonía con el aforismo acuñado hace varias décadas por Marshall McLuhan, “el medio es el mensaje”, que la disección forma-fondo es una abstracción estéril y de imposible concreción. No se escinde lo que compone una unidad. Por eso nos alejamos de toda visión de las tecnologías que se suponga neutral, comprendiendo que la presunta asepsia constituye apenas una ilusión.
Jose Van Dijck, investigadora de la Universidad de Amsterdam, advierte que las estructuras codificadas alteran la naturaleza de los intercambios, las creaciones y conexiones. Los botones que imponen las nociones de compartir y seguir construyen valores y perfilan las prácticas culturales. Es claro que las plataformas tienen una dimensión modeladora de las relaciones sociales: no solo las facilitan, sino también les dan forma.
No obstante, las personas siempre podemos romper el círculo. Podemos desarrollar competencias digitales, asumir una mirada crítica que nos distancie de utopías y distopías, y aprender a ser resilientes en este universo FOMO (fear of missing out, miedo de perdernos algo). Frente a presagios apocalípticos, reivindicamos nuestra capacidad de salirnos de los esquemas prefijados, y ofrecer una escucha atenta y completa al otro.
Más hondamente, cabe detenernos a pensar qué nos apresura y aceptar que no es viable permanecer al tanto de todo lo que acontece. Para desmontar una realidad que nos empuja al vértigo, la celeridad y la impaciencia ante los problemas cotidianos. Y si, aun así, la racionalidad de abreviar nos invade y ahorrar tiempo se torna un imperativo, nos toca expandir nuestra conciencia para habitar espacios inéditos de diálogo y encuentro. Aun mediados por herramientas que expresarán -y configurarán- nuestras biografías. Aun viendo pasar, raudamente, la vida en 2x.
Familióloga, especialista en educación, directora de estudios del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral