La victoria de Pro y la autonomía porteña
La victoria previsible de Mauricio Macri va a circular –también previsiblemente- en la tarifa interpretativa de la coyuntura. Es natural, válido y necesario que así sea, más cuando vivimos momentos de constante puja posicional que algunos autores denominan "democracia de campaña permanente".
Pero también late de fondo la irresuelta identidad de la Ciudad de Buenos Aires, el formato de sus autoridades, sus alcances y límites, y, por lo mismo, su relación con el resto del país, con la región y el mundo.
Las campañas publicitarias de Macri y de Filmus fueron, a este respecto, bastante nítidas. El distrito electoral más joven en elegir sus autoridades es hijo jurídico del Pacto de Olivos, que derivó en la reforma constitucional de 1994, aún cuando, en las elecciones para convencionales constituyentes, la propia Capital Federal fue uno de los pocos distritos que votaron contra ese pacto (el otro fue Neuquén).
La disposición y contornos borrosos de la autonomía porteña es el resultado de relaciones de fuerza entre regiones y provincias, y un modelo de país propio de los años 90. Por supuesto, los moldes jurídicos de las instituciones son dinámicos y no siempre efectivizan lo que propenden. Aunque a los efectos de un análisis más profundo, la figura de la jefatura de gobierno no deja claro ese intersticio entre las responsabilidades de un intendente y las de un gobernador. En ese sentido, Daniel Filmus propuso un compendio que se parece más a los planteos propios de un gobernador: formar parte de un proyecto político nacional, insertar la CABA en una problemática que abarque otros distritos, el financiamiento para obras públicas de gran envergadura y resolución de temas complejos (que exceden cualquier intendencia, menos aún la metropolitana) y de tiempos administrativos largos o de mediano plazo.
Mauricio Macri, con sus apelaciones vagas a bienvenir, a seguir juntos y a conversar con vecinos más que con ciudadanos proponía un modelo de jefatura de gobierno propio de una intendencia. Y ese acento fue premiado por la mayoría de los porteños.
Y explica, además, la imposibilidad del Pro en constituirse como proyecto político, dejando un reemplazo como candidato porteño y Macri jugando en el orden nacional o la necesidad táctica de esconder de inmediato a Miguel Del Sel, no tanto porque dijo que iba a votar por Duhalde, sino porque cometió el grosero error político, cuando aún no estaba resuelta la reelección para intendente de Macri, de postularlo para presidente…en el 2015!
Obviamente, los fundamentos sociales sobre el voto entrañan mayor análisis de coyuntura: deseos, luchas, emociones, aspiraciones y vivencias que muchas veces son pasajeras y otras más o menos estables.
Sin embargo, la audaz premisa de que el país es algo concluido y sólo resta administrarlo, a veces imposibilita entender esta decisión puramente racional del electorado porteño. Traducirla a significaciones sociales complejas, necesarias a la hora de interpretar un resultado electoral, la visión del pasado que consigna y la esperanza de futuro que engloba, es una tarea arriesgada y plena de dificultades, pero necesaria y en cierto modo, inevitable.
Mientras tanto, la anécdota y el cotillón interesado dominará (y está bien que así sea) las interpretaciones de este triunfo de Macri. Pero comprender el voto segmentado, el voto cruzado y los comportamientos sociales por debajo de la algarabía de las pasiones tácticas, permite discernir quizás hacia dónde la soberanía popular quiere ir conduciendo los destinos complejos de nuestro país. Y de su capital federal.
Porque cualquier elección en la CABA tiene su lectura nacional, aún cuando, el acento de la mayoría de los porteños, como en esta jornada electoral, esté puesto en acentuar la autonomía. O fundamentalmente cuando eso pasa, la lectura nacional de los comicios es más urgente e importante.
Lucas Carrasco