La verdadera derecha argentina
Las irregularidades de la elección tucumana, más allá de lo que determine la Justicia, e incluso aceptando finalmente la victoria del candidato del FPV, Juan Manzur, podrían constituirse en uno de los ejes de la mortecina campaña electoral y, paradójicamente, mejorar la calidad del debate político, que hasta ahora se ha limitado a las descalificaciones personales.
Uno de los más castigados por esta reiterada voluntad de etiquetar ha sido el candidato del frente Cambiemos, Mauricio Macri, que no ha podido despegarse de una definición que lo persigue con la obstinación del prejuicio, y que incluso en las encuestas ha dejado su marca. Junto a su respetable cosecha de votos positivos, que de todos modos lo convierte en el rival natural del candidato oficial en un eventual ballottage, Macri es quien, a la vez, recibe, de los tres candidatos con posibilidades de triunfo, la mayor cantidad de rechazo, y de respuestas del tipo "no lo votaría nunca".
¿Cuál es el sello maldito que se estampa en la frente? Se trata de "la derecha", palabra con muy mala prensa (aquí y en otras partes) y que alude a diversas negatividades: antipueblo, oligarquía, explotación, mentalidad conservadora, capitalismo salvaje, sumisión al imperialismo. Las dos expresiones más frecuentes de este sector de la población resultan ser, en consecuencia, "es de derecha" y "Macri es mi límite". También "son" de derecha todos los que votarán a Macri o podrían votarlo, y en general todos los opositores al kirchnerismo, que asimismo se caracterizan por un misterioso sometimiento de la inteligencia a otros dos emblemas: un vocablo cercenado, la "corpo", y un apellido, Magnetto.
Macri quizá se equivocó al no afrontar, sencilla y abiertamente, la discusión acerca de esta pertenencia (la de la derecha, no la de Magnetto), y el señalamiento de sus matices, sin necesidad de pasarse la campaña hablando del tema. Podría haber citado, por ejemplo, a Norberto Bobbio, un jurista italiano que fue además un notable filósofo del derecho y un no menos destacado teórico de la democracia, y que nunca ocultó su orientación progresista, pero que supo respetar y analizar con objetividad los valores de la derecha republicana. En su libro Derecha e izquierda, identifica a la derecha con el valor de la libertad y a la izquierda con el de la igualdad, sin que esta inclinación pueda darse en términos absolutos. Bobbio coincide con su maestro Luigi Einaudi en que la convivencia de las dos posiciones es posible en la sociedad democrática, que el "hombre liberal" puede coexistir y competir con el "hombre socialista" en un ámbito de mutuo respeto y consideración, en beneficio de sus respectivas naciones y sociedades. Los sistemas parlamentarios europeos, aunque cruzados hoy por una ardua crisis, han sido los portaestandartes de esta forma de colaboración política. La Alemania actual, gobernada por una gran coalición, lo plantea en sus propios términos.
Macri podía haberse explicado con palabras como éstas, presentarse como un dirigente político del centro liberal/republicano, e insistir en que prefiere las realizaciones concretas antes que los encasillamientos ideológicos. A no engañarse: las acusaciones de irredento derechismo persistirían. Estamos en campaña electoral, no en una justa académica.
Queda, sin embargo, como se dijo al comienzo, un flanco herido del oficialismo después de los hechos de Tucumán, un punto de ataque para la oposición en general y para Macri, el principal desafiante, en particular.
Las denuncias irrefutables y las imágenes que hablan por sí mismas, las urnas quemadas y las bolsas de comida que circulan entre los votantes, lo que sabemos de los patrimonios del actual gobernador y del probable gobernador electo, constituyen, en su conjunto, una invalorable metáfora de los últimos 70 años de la vida argentina. El que quiera ver, que vea.
Ahí tenemos, desfilando ante nuestros ojos, el surgimiento del peronismo y su rápida transformación en partido hegemónico; ahí tenemos (después de los interregnos militares) la consolidación del populismo peronista como "única" fuerza capaz de gobernar y como "única" doctrina compatible con la realidad argentina; ahí tenemos a la justicia social degradada en coyunturalismo asistencialista; ahí tenemos, por fin, la ambigua vanguardia de los militantes juveniles que supo generar el propio partido hegemónico, ayer agitando las banderas de la revolución y la muerte, y hoy mostrando una mejor disposición para la vida y el cheque de fin de mes. A propósito de este último detalle, hay que observar que el carismático liderazgo populista, en dudosa consonancia con su humilde clientela, lo ejercen millonarios que, al final de sus mandatos, han protegido y multiplicado sus patrimonios. (Por lo menos un dato a favor del radicalismo, el partido segundón y casi borrado de este ciclo: sus presidentes, como Arturo Illia y Raúl Alfonsín, abandonaron sus mandatos con menos dinero en los bolsillos que al empezar.)
Han pasado 70 años y no estamos mejor. La Argentina exhibe al resto del mundo la pobreza y el bajón educativo que ningún dibujo virtuoso de la estadística consigue disimular. Grandes individualidades nos enorgullecen: el Papa, la reina Máxima, Maradona y Messi, César Pelli, Martha Argerich, Daniel Barenboim. Todos son argentinos. Ninguno vive en el país. El mejor escritor del siglo XX, Jorge Luis Borges, quiso morir en Ginebra.
Macri tiene todo el derecho de decir que la verdadera derecha, el verdadero conservadurismo argentino que dedicó su astucia a conservar el poder, mientras eludía la construcción de una sociedad moderna, es el populismo hegemónico que nos ha moldeado con su cultura y su impronta autoritaria. Quizá haya llegado el momento, como dice un poeta y cantautor de otras tierras, de soplar en el viento y cambiar.
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