G20: la verdadera agenda internacional pone límites a la cumbre
La Cumbre del G-20 que se celebra en nuestro país nos permite advertir una de las características del mundo actual: la agenda de los organismos multilaterales a menudo queda desactualizada en relación con las prioridades estratégicas de los principales actores del sistema internacional y determinadas coyunturas críticas que pueden potenciar conflictos con derivaciones preocupantes dados los umbrales de incertidumbre y turbulencia existentes. Esto no significa menospreciar la importancia que tienen las organizaciones internacionales, pero sí advertir sus límites y posibilidades reales de encaminar la interacción entre países que, dadas sus enormes asimetrías y problemas domésticos, suelen sesgar sus comportamientos y planteos específicos en función de sus demandas internas, más que en términos del ideal de coordinación económica y política a escala regional o incluso global.
Uno de los ejes comunes que caracterizan los procesos políticos en casi todo el planeta son las disputas entre "globalizadores" y "globalifóbicos". Por un lado, un conjunto de líderes de países, tanto desarrollados como emergentes, continúan apostando a un proceso de globalización que, con contratiempos y defectos, generó innegables beneficios. Sin embargo, esta última ola de modernización y desarrollo tuvo consecuencias negativas en múltiples dimensiones, incluyendo a muchos trabajadores de segmentos no competitivos de los países más industrializados. La combinación del estancamiento o caída de sus ingresos en relación con los más competitivos, junto con restricciones fiscales que limitaban la capacidad del Estado para garantizar el acceso a bienes públicos de calidad (como salud y educación), creó las condiciones para una reacción antiestablishment. Estos grupos se diferencian de los militantes ideológicamente radicalizados, que se movilizan contra esta clase de eventos de manera muchas veces violenta. Ese resentimiento de los exponentes de la vieja economía tuvo impactos mucho más significativos en materia electoral y de política pública, sobre todo en cuanto al retorno de la retórica y las sanciones proteccionistas.
Esto se refleja en el accionar del G-20 y hace evidente su incapacidad para dar respuesta a las problemáticas de la gobernanza global y a los temas acuciantes del orden internacional. La administración Macri asumió el rol de oficiar de anfitrión y corre ahora el riesgo de que las cuestiones coyunturales entorpezcan el desarrollo de las actividades, incluyendo la elaboración de un documento de consenso.
Los límites del G-20 se ven en al menos tres temas claves. Primero, la inmigración , en particular la cuestión de los refugiados . De acuerdo con el informe 2018 de la Organización Internacional para la Migración (OIM), el volumen de migrantes internacionales aumentó a un récord histórico de 244 millones de individuos. Esto fue capitalizado por líderes populistas y xenófobos en EE.UU. y en Europa, que desplegaron una agenda aislacionista y represiva. En nuestro continente surgieron expresiones similares en Brasil, Colombia y la Argentina, sobre todo a partir del éxodo venezolano . Esta cuestión produjo particular alarma por la crisis desatada por Donald Trump con su política de separar a niños de sus padres una vez que cruzaban ilegalmente la frontera. Esto incluyó la creación de centros de detención que evocan los peores momentos en la historia moderna, así como la construcción de un muro en la frontera con México y su reciente militarización frente al avance de una caravana de inmigrantes retratados por algunos medios afines a la administración republicana como una amenaza a la seguridad nacional. La presión internacional se sumó al debate interno para frenar estas medidas de Trump, finalmente congeladas por una medida cautelar que ha puesto de manifiesto que la fortaleza de las instituciones, en particular la división de poderes, ha permitido una vez más contrabalancear los desatinos del hiperpresidencialismo.
La segunda cuestión es la guerra comercial entre EE.UU. y China, que pasó de un intercambio retórico a medidas concretas que amenazan con frenar el crecimiento global en 2019. En los últimos meses, esta controversia constituyó una barrera para que se logre un documento de consenso en diversos foros internacionales. A menos que se logre frenar esta dinámica, es posible que lo mismo ocurra en esta cumbre. A esto hay que agregar otras cuestiones que complican el escenario. Por ejemplo, las tensiones derivadas del divorcio entre el Reino Unido y la UE; el pedido a la Justicia argentina para que se detenga e interrogue a Mohammed ben Salman , príncipe heredero de Arabia Saudita, por el asesinato del periodista Khashoggi en suelo turco y por la guerra en Yemen, la conmoción de la comunidad científica internacional frente al avance de la edición genética de bebés por parte de investigadores chinos y los estragos generados por el cambio climático.
El tercer eje es el aumento de las ambiciones rusas en términos territoriales y el incremento de las tensiones con Occidente. Putin llegó a un cuarto mandato en marzo con una victoria aplastante en medio de una escalada de acusaciones: los británicos aseguran que uno de sus exdobles agentes de inteligencia fue atacado junto a su hija con un veneno que actúa sobre el sistema nervioso en territorio del Reino Unido. No es la única sospecha que recae sobre los rusos: también se los señala como responsables de ataques cibernéticos relacionados con esfuerzos para influir en las elecciones en EE.UU. y en Europa. Hay que agregar el aislamiento por la anexión de la península de Crimea, en 2014, y su papel en una rebelión prorrusa en Ucrania. El reciente episodio entre las marinas de este país y de Rusia puso mayor incertidumbre en Europa, pero el rol geopolítico del gas ruso -en vísperas de un nuevo invierno septentrional- reduce el margen de maniobra de una UE ya debilitada y fragmentada para condenar y hasta contener a Putin. En Medio Oriente, el presidente ruso lleva tres años de una campaña militar sangrienta en Siria que apuntaló al presidente Bashar al-Assad contra los rebeldes respaldados por EEUU. Por si fuera poco, las relaciones con Moscú cierran el año con el anuncio por parte de Trump de abandonar de forma unilateral el Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF), que desde 1987 tiene como objetivo reducir el arsenal de ambos países.
La conjunción de estos elementos desdibuja el rol del G-20, que solo puede poner foco en temas neutros, como la infraestructura para el desarrollo, el futuro del trabajo y la seguridad alimentaria. Las potencias que se dan cita en Buenos Aires dan señales de quebrar las reglas básicas sobre las que se apoya el orden internacional: los derechos de las personas (migración), el libre comercio, el respeto por la soberanía territorial (anexiones, invasiones, secuestros y asesinatos en otros países, interferencia en asuntos domésticos) y los fundamentos éticos en la aplicación de avances científicos y tecnológicos. La cuestión ambiental es un fracaso y una vergüenza de la que todavía no tomamos debida dimensión.
La Argentina haría bien en entender que el mundo es un lugar cada vez más incierto y turbulento. Y por más que sea loable la convicción de sostener el diálogo multilateral internacional, no deben obviarse los planes de contingencia en caso de que las buenas voluntades y los acuerdos sean quebrados. Y sobre todo mantener altas dosis de pragmatismo: un país débil y necesitado como el nuestro no puede darse el lujo de pelearse con nadie.