La vacuna también tiene ideología
Si quisiera, Alberto Fernández podría tal vez intentar lo de su amigo López Obrador: perturbado porque el laboratorio Liomont se demoraba en su país con el envasado de la vacuna de AstraZeneca, el líder mexicano acaba de pedirle a Joe Biden varias dosis que le sobran de ese laboratorio, todavía sin aprobar para uso norteamericano. Hay, intactas y en medio de la escasez global, 10 millones de AstraZeneca almacenados en centros de fabricación de Estados Unidos. Biden accedió: les dará, a modo de préstamo, 2,5 millones de esas dosis a México y 1,5 millones a Canadá.
No es una colaboración 100% desinteresada, en realidad. Cuando los periodistas le preguntaron a Jen Psaki, secretaria de Prensa de la Casa Blanca, si ese envío le exigía a México retribuir con gestos de política migratoria, la vocera fue ambigua. “Rara vez hay un solo tema que se esté discutiendo con cualquier país al mismo tiempo”, dijo, aunque después negó que hubiera una contraprestación. Estados Unidos tiene una urgencia evidente, necesita que México contenga a los inmigrantes que vienen de Nicaragua, Honduras y Guatemala, pero Biden pretende ser más sutil que Trump en el pedido y jamás lo reconocerá públicamente. Él y López Obrador hablaron de sus respectivas inquietudes este mes por videoconferencia.
Los analistas la llaman “diplomacia de las vacunas”. Es imposible que los intereses no se entrometan. En noviembre, mientras celebraba en Avellaneda con Kicillof los 25 millones de dosis que suponía que le compraría a Putin, Alberto Fernández intentó despojar de estas contaminaciones a la vacuna. “No preguntamos si tiene ideología, preguntamos si salva vidas”, dijo, como correspondería a un gobierno de científicos. Pero Cristina Kirchner suele ser más directa. Y el miércoles, en Las Flores, mientras le cuestionaba a Estados Unidos haber respaldado el golpe del 76, se atribuyó no solo las gestiones con Rusia y China, sino haber acertado en separar sus gustos personales, como viajar a Disney, de los “intereses nacionales” de una Argentina que debía tener una visión “multilateralista”.
El problema es que ambas apuestas vienen demoradas: los 25 millones de Sputnik V que entusiasmaban al Presidente y los tres de Sinopharm que, según la ministra de Salud, “están en China”. Son problemas de distinta naturaleza. El de los rusos es el stock; el de los chinos, el precio, casi el cuádruple que las de Putin y diez veces las de AstraZeneca. No es fácil negociar con Xi Jinping: no solo exigía al principio cobrar por adelantado 30 millones de dosis, sino que también rechazó la oferta inicial argentina, que era pagar con yuanes del swap entre ambos bancos centrales. Lo primero se negoció; lo segundo fue imposible: el maoísmo del siglo XXI prefiere dólares. Se deberá entonces pagar por lote y en la medida en que llegue cada uno. La cuenta total orilla los 1200 millones de dólares.
“Hace falta un plan B”, dice últimamente Eduardo López, uno de los infectólogos que asesoran al Presidente. El Gobierno habla ahora de un posible acuerdo con el laboratorio Janssen y prefiere no descartar a Pfizer. Pero son opciones que deberá explicar dentro del Frente de Todos, principalmente en la provincia de Buenos Aires. Por lo pronto al cirujano Jorge Rachid, del comité que asesora a Kicillof, que en diciembre ubicó a Pfizer en un punto de difícil regreso: “Pidieron una ley con garantías, con bienes inembargables como son los glaciares, y permisos de pesca”. Y eso que la Argentina había sido, con Israel, el primer país en iniciar conversaciones con el laboratorio norteamericano. Lo acredita una foto que publicó Alberto Fernández el 10 de julio en Twitter: “Recibí en Olivos al gerente general de la farmacéutica Pfizer, Nicolás Vaquer, y al director científico de la Fundación Infant, Fernando Polack. Argentina es el único país de la región donde se llevará a cabo una de las fases de prueba para una posible vacuna contra el Covid-19”, empezó, y agregó: “La selección de nuestro país para llevar adelante estos estudios estuvo basada en la experiencia científica local, en las capacidades operativas y en la experiencia previa de la Argentina en la realización de estudios clínicos. Es un gran desafío y un enorme orgullo para todos”. El mensaje entusiasmó más que nada en La Matanza: Verónica Magario, Fernando Espinoza y Débora Giorgi retuitearon enseguida con alguna felicitación. Lo que pasó después se conoce a medias. Pfizer hizo las pruebas con voluntarios en el Hospital Militar y llegó a ofrecerle al Gobierno más de 10 millones de dosis, que, a medida que crecía la discusión por las condiciones de compra, fueron disminuyendo hasta quedar en 900.000.
Cristina Kirchner aprovechó el desencuentro para adentrarse el miércoles en algo más abarcador, el alineamiento internacional. “¿Quién diría que las únicas vacunas con que contamos hoy son rusas y chinas? Qué cosa, ¿no?”, dijo, el mismo día en que la Argentina anunciaba su decisión de irse del Grupo de Lima, conformado en 2017 para encontrarle una salida a la crisis de Venezuela. Es cierto que la Casa Blanca ya descontaba el anuncio. Y que sus diplomáticos recuerdan que Mauricio Claver-Carone, hoy líder del BID, no creyó en la respuesta que en noviembre de 2019 le daba Alberto Fernández, todavía presidente electo, días después de haber recibido una llamada de respaldo de Trump. Claver-Carone, entonces encargado para América Latina y el Caribe, le transmitió aquella vez que para Estados Unidos era importante que la Argentina no abandonara el grupo. Los demócratas suponen además que, en adelante, la Unión Europea será menos benevolente con Venezuela porque ellos tendrán con la OTAN una mejor relación que Trump. Pero lo que sí importa en Washington son los acercamientos de la Argentina a China. Hay temas estratégicos: la estación aeroespacial de la Patagonia; la licitación para el dragado de la Hidrovía Paraguay-Paraná, que captó el interés de la Shanghai Dredging, y la instalación de antenas de tecnología 5G en América Latina.
Alberto Fernández deberá sopesar estas susceptibilidades en su viaje a Pekín, en mayo. Es lo que esperan seguramente en el Palacio de Hacienda, donde más molestaron las críticas de Cristina Kirchner a Estados Unidos. “¿No sería hora de que nos hagan algún gestito, algunito, digo yo?”, dijo ella, e insistió en que los plazos y las tasas que planteaba el FMI eran impagables. Guzmán debería saber ya que para el kirchnerismo el único costo relevante es el político: el que se paga fronteras adentro. En 2008, por ejemplo, la expresidenta prefirió endeudarse al 14% con Venezuela antes que con el Fondo, tres veces más barato. Alberto Fernández debería seguir la misma lógica si quisiera volver a negociar con Pfizer o pedirle dosis a Biden. La vacuna tiene ideología en Washington, Pekín, Moscú o Buenos Aires. La Argentina se diferencia del resto en que no solo politiza sus ventas, sino también sus compras. Eso la lleva a pagar siempre el precio más alto.