La vacuna que soñó Axel Kicillof
La carta de Kicillof llegó el 18 de agosto, mientras todo el gobierno nacional estaba en otra cosa. Seis días antes, Alberto Fernández y Ginés González García habían hecho un anuncio que la Casa Rosada todavía festejaba: la vacuna del laboratorio británico-sueco AstraZeneca y la Universidad de Oxford podría finalmente producirse también en las instalaciones de una empresa argentina, MabXience, que pertenece a Hugo Sigman. Pero el gobernador hablaba en el texto de otra vacuna, la de Rusia, y le hacía llegar sus "más sentidas felicitaciones" al embajador Dmitry Feoktistov por haberla registrado antes que ningún otro país en el mundo. "Dicho avance científico marca un punto de inflexión para la comunidad internacional", lo alentaba, y dejaba en un párrafo su impronta personal: "La vacuna Sputnik V es un fiel reflejo de la importancia que reviste la inversión estatal en innovación, ciencia y tecnología a la hora de preservar el bienestar de nuestros pueblos".
Es cierto que el Presidente también le había enviado una semana antes un saludo formal a Vladimir Putin. "Mientras algunos insisten en presentar los distintos desarrollos de vacunas como una carrera entre países, yo creo que esta pandemia en realidad ha servido para unirnos como personas con un destino común, sin distinciones de nacionalidades, pues la tragedia nos ha alcanzado a todos", le escribió. Pero la felicitación del gobernador incluía además un pedido concreto: "Me permito expresar nuestro interés en poder tener acceso efectivo a la vacuna", consignó, augurando una respuesta favorable: "Estoy seguro de que el pueblo ruso nos mostrará una vez más su espíritu solidario".
El Gobierno tenía entonces la atención en el proyecto de AstraZeneca. Ginés González García lo había adelantado de manera espontánea, probablemente desoyendo la estrategia de comunicación de la Casa Rosada, horas antes de la conferencia en que lo anunciaría el Presidente, el 12 de agosto. "Le estoy dando primicia, ¿vio, Guillermo?", se apuró, delante de las cámaras de América y Guillermo Andino. Mientras tanto, el Centro Nacional de Investigación de Epidemiología y Microbiología Gamaleya, del Estado ruso, buscaba sin éxito un socio argentino capaz de almacenar y distribuir la Sputnik V. Insistió durante al menos dos meses. Probó con el propio grupo de Sigman, donde se rehusaron con el argumento de que ya participaban en iniciativas similares con otras compañías, como la china SinoPharm, con la que acordaron ensayos clínicos, y el del suero hiperinmune de los caballos. El segundo tanteo de los rusos fue con otro empresario, Marcelo Figueiras, de laboratorios Richmond, a quien incluso llegaron a enviarle un acuerdo de confidencialidad. Figueiras firmó, pero el documento nunca le fue devuelto porque, en medio del trámite, el Kremlin percibió que crecía el interés del Estado argentino.
Algo había cambiado. Con la premisa de inmunizar con urgencia a los bonaerenses para la temporada de verano, Kicillof no sólo multiplicó los llamados telefónicos a operadores de la embajada, sino que inició dentro del kirchnerismo gestiones que terminaron en lo que primero se ocultó y ahora se sabe: el viaje a Moscú de la viceministra de Salud, Carla Vizzotti, con una comitiva que incluyó funcionarios técnicos y políticos, pero a nadie de Cancillería. Viajaron, por ejemplo, la asesora presidencial Cecilia Nicolini, que vivía hasta diciembre en España y ahora es uno de los contactos de la Casa Rosada con Marco Enríquez Ominami, el chileno que acercó a Alberto Fernández al Grupo Puebla; la mujer del ministro bonaerense Daniel Gollán, Raquel Méndez, asesora ad honorem de la provincia, y representantes del laboratorio argentino HLB Pharma. Es evidente que las gestiones fueron un éxito porque, horas después, el embajador Feoktistov consiguió aquello a lo que aspira aquí cualquier lobbista: una reunión con Cristina Kirchner.
La evolución de estas negociaciones, a las que también contribuyó Fernando Sulichin, cineasta argentino que Cristina Kirchner admira desde hace tiempo y que trabajó con Oliver Stone en un documental de entrevistas con Putin, será relevante para entender elementos troncales de la relación bilateral. Primero: cuánto abarcan, más allá de la difusión de la vacuna y lo que significa en la geopolítica, los intereses de Putin en la Argentina. Hay ahí un compendio de atracciones que va desde la venta de material armamentístico hasta la inversión en ferrocarriles y usinas eléctricas. Rusia se ha cansado, por ejemplo, de intentar que Macri le permitiera construir una central nuclear en la ciudad bonaerense de Lima que, hasta ahora, prevé edificar China. A ese proyecto se sumó ahora la atención en la hidroeléctrica Chihuidos, en Neuquén, paralizada también durante la gestión pasada, y en una nueva central térmica de 1000 megavatios en Tierra del Fuego. ¿Está la Argentina en condiciones de hacerlas? Por ahora, Rusia ofrece más de lo que pide. Por ejemplo, un swap equivalente a 5000 millones de dólares para reforzar las reservas del Banco Central.
Es probable que algo de todo esto haya sido abordado en la reunión entre Cristina Kirchner y Feoktistov: asuntos de estrategia global que, por ahora, incluyen cabos sueltos de política interna y sanitaria. Por lo pronto, qué terminó de precipitar la valoración del Gobierno por ensayos que los epidemiólogos respetan, pero que no están más avanzados que otros.
"La ventaja de la vacuna rusa es que nosotros teníamos pensado la llegada de vacunas en diciembre, pero en una cantidad pequeña. En cambio, lo que ofrece Rusia es una cantidad mucho mayor y nosotros queremos vacunar cuanto antes a la mayoría", se entusiasmó esta semana Ginés González García en Radio con Vos.
¿La preferencia se sustenta entonces en afinidades internacionales? ¿Desdén hacia los laboratorios privados? Alberto Fernández habló ayer del tema durante media hora con Putin. El martes pasado, en un acto con Kicillof en Avellaneda, le dio el crédito al gobernador: le atribuyó la insistencia con la Sputnik V desde antes que nadie. "Cuando me consultó el gobierno ruso, le pedí a Axel que me ayude porque él ya tenía alguna ventaja de conocimiento", explicó, y agregó una aclaración que la medicina no necesita: "Nosotros no le preguntamos a nadie qué ideología tiene la vacuna".
La otra incógnita son los tiempos. El volumen que espera el Gobierno, 25 millones de dosis para el verano, no se condice con la capacidad de producción que admite el propio fabricante. Pero países como China o Rusia ofrecen siempre al menos una ventaja al respecto: jamás desmentirán un mensaje que contribuye a la difusión de sus proyectos, incluso si no estuvieran en condiciones de cumplir. Ya pasó en 2004 con los 20.000 millones de dólares de inversiones chinas en la Argentina. Alberto Fernández era entonces jefe de Gabinete. Son diplomacias distintas, bastante más flexibles que las que rigen en Occidente, donde la realidad arruina en 24 horas la mejor de las intenciones.