La universidad necesita excelencia
Producto de creencias débilmente fundadas, intereses o mera ideología, en que la política partidaria se antepone al pensamiento estratégico de largo plazo, la universidad argentina ha dado una débil respuesta a la necesidad de formación académica acorde con un país moderno e innovador; y principalmente aquella que se ocupa de preparar a nuestra elite profesional, científica, política y empresarial.
Durante años la preocupación ha sido ampliar la oferta universitaria desde un punto de vista geográfico. La apertura de nuevas universidades públicas en provincias o áreas urbanas que no contaban con un centro de educación superior tuvo su lógica. En algunos casos, una más política que estratégica. De cualquier manera, ampliar el acceso, sobre todo el de aquellos alumnos de primera generación de estudiantes universitarios, forma parte de un derecho que no debe cuestionarse. Asimismo, y como consecuencia de una educación secundaria deficiente, aquella que no logra graduar a la mitad de sus alumnos, la universidad, bajo la lógica de "entren todos", dedica tiempo y recursos, escasos siempre, a tareas que no le competen, como remediar las falencias con las que llega el estudiante secundario. ¿Qué deberíamos hacer entonces?
Dos buenas medidas recientes deben mencionarse. Por un lado, los créditos universitarios. A través de ellos el estudiante será parte del sistema y así podrá cursar materias que sean reconocidas por otras universidades o por otra carrera dentro de la misma institución. Esto le otorgará una mayor dinámica al conjunto de universidades y le quitará presión al alumno al no tener que decidir su destino profesional a muy temprana edad. Por otro, la acreditación de créditos provenientes del mundo del trabajo. Los estudiantes podrán solicitar el reconocimiento de su experiencia laboral como parte de su educación. Creer que la formación de capital humano se da sólo en el ámbito académico es un error. Dicha integración es fundamental para el desarrollo del país. Y necesitamos ser más audaces.
Debemos ya concentrar esfuerzos en la formación sólida de la burocracia pública y sobre todo de las futuras elites intelectuales, aquellas que, desde una empresa, un laboratorio, una escuela hasta el Congreso o el Poder Ejecutivo, tomarán decisiones que impactarán en el desarrollo del país y la calidad de vida de todos nosotros. Como lo han hecho Francia, con sus Grandes Escuelas creadas a fines del siglo XVIII, o el estado de California, que desde la década de 1960 ha protegido nueve universidades para transformarlas en usinas de producción intelectual y científica, la Argentina debe fundar al menos cuatro o cinco universidades nacionales de real referencia mundial. Dichos centros deberán abocarse a la formación de capital humano del más alto nivel, encontrándose distribuidos en lo amplio del territorio para evitar el etnocentrismo geográfico que provocó un desarrollo sesgado desde lo espacial. La excelencia y el mérito deberán ser las únicas condiciones de selección de sus académicos, alumnos y futuros graduados.
El propósito es resguardar intelectual y financieramente un grupo de instituciones de caprichos políticos e intereses de corto plazo. Es una deuda de larga data que el país entero merece saldar si el objetivo es sacudir la Argentina de su ya excesivo letargo. Alguna vez fuimos referentes indiscutidos en la formación de capital humano, ya no. Debemos volver a serlo.
Profesor full time de la Universidad Torcuato Di Tella. Especialista en Educación