La universidad en debate. De los deseos a la realidad
Mientras la educación superior vuelve al centro de la discusión política, quedan en sombra aspectos clave, ligados no sólo a lo estrictamente educativo, sino también a un proyecto de país
En la Argentina se puede estudiar en una universidad con mayoría de profesores doctorados y dedicación full time, y también en una donde muchos sólo pisan el edificio para dar su clase. En las universidades argentinas hay ingreso irrestricto por ley, pero existen también exámenes de ingreso y cupos. En la Argentina hay estudiantes full time pero también hay alumnos que trabajan 40 horas por semana, y todos deben cumplir con el mismo plan de estudios. Hay coincidencia en que "las universidades aportan al desarrollo del país", pero nadie sabe muy bien qué carreras se deberían impulsar para eso.
Mientras la educación superior vuelve en estos días al centro de la agenda como lo hace cada tanto -con genuinos reclamos presupuestarios entrelazados con intereses coyunturales- en el debate parece mezclarse la universidad que deseamos con la que efectivamente tenemos. Y quedan en sombra algunas cuestiones clave, que muestran el sistema universitario como lo que es realmente: un campo heterogéneo, con ideas encontradas sobre lo que allí sucede, y coincidencias en problemas que la corrección política impide decir en voz más alta. Aquí, un recorrido por algunos temas ausentes.
La universidad estatal predomina, pero crece la privada.Desde 2003, mientras la mayor cantidad de estudiantes y de egresados está en el sector estatal (78,5% y 68,2% del total respectivamente en 2013, según cifras de la Secretaría de Políticas Universitarias), el número de estudiantes, nuevos inscriptos y graduados crece más en las privadas. Y aunque el modelo de gobierno compartido de docentes, estudiantes y graduados es una marca en las universidades estatales, muchas de ellas -sobre todo las de creación más reciente- innovaron en formas de organización más flexibles. En el país hay 101 universidades (50 estatales, 50 privadas y una extranjera), heterogéneas en dimensiones, calidad, inspiración, formas de gobierno y plantel docente.
El aula es la clave. "A la universidad se le asignan muchas funciones, a veces demasiadas. Y se olvida que el rol que la sociedad le otorga es el de enseñar en el nivel superior. Para eso tenemos que ocuparnos de que los profesores enseñen bien y atender el sistema de selección, la capacitación permanente y la habilidad de adaptarse a las necesidades de los estudiantes", dice Ricardo Popovsky, rector de la Universidad de Palermo. En las universidades estatales hay casi 194.000 cargos docentes, el 57% de dedicación simple. "Si se quiere dar un salto de calidad definitivo en la universidad argentina, se la debe dotar de recursos para incrementar la dedicación de los docentes, tendiendo a que todas tengan mayoría de profesores con dedicación exclusiva -apunta Martín Unzué, investigador del Instituto Gino Germani de la UBA-. El modelo profesionalista, en el que muchos docentes se dedican parcialmente a su labor universitaria, no permite un mayor compromiso con la tarea de producir conocimiento. Y es necesario formar a los profesores para que alcancen el más alto nivel académico: hoy sigue siendo minoritario el número de docentes doctores, cuando debería ser la norma." Hay quienes apuntan a un aspecto más incómodo. "Hay mucha evidencia empírica de un sobredimensionamiento de plantel docente, no docente y autoridades en las universidades. En los últimos años la planta docente creció 20%, pero la cantidad de alumnos lo hizo en un dígito (2,1% entre 2003 y 2013). Es un Estado bobo que financia planteles sin justificación", dice Juan Carlos del Bello, rector de la Universidad Nacional de Río Negro y ex secretario de Políticas Universitarias.
Diversidad de estudiantes. Aunque la mayoría de los planes de estudio estiman alumnos full time, dada la cantidad de materias y dedicación que implican, la mayoría de los estudiantes trabaja. Los hay de edades cada vez más variadas, con experiencia académicas distintas. Resultado: carreras que se alargan, abandono y frustración. "Los planes de estudio suponen que los alumnos tienen dedicación exclusiva. No muchos pueden hacer cuatro materias en un cuatrimestre. Habría que hacer planes de estudios diferenciados. Eso implica costos, pero es mejor que replicar cuatrimestre tras cuatrimestre las mismas asignaturas", dice Del Bello, quien también llama la atención sobre la inflación en el número de alumnos. "Se dice que hay 1.400.000 estudiantes, pero se sabe que ese número está elevado en unos 300.000, que son alumnos que siguen en las estadísticas pero ya no están activos", señala.
Movilidad social."La mayoría de la población en la Argentina se considera parte de los sectores sociales medios. La universidad genera la posibilidad real y la ilusión de ?mi hijo el doctor'", señala Alejandro Grimson, docente e investigador de la Unsam, y hace foco en un imaginario extendido sobre las universidades que, si se pasa por alto, puede dejar afuera un elemento clave para pensar políticas. Sin embargo, como alerta Sandra Carli, profesora de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA e investigadora del Conicet en el Instituto Gino Germani, "la universidad pública argentina es un espacio de convergencia de distintos sectores sociales. El contacto con la formación universitaria puede propiciar procesos de movilidad social, pero está siempre atado a los modelos de desarrollo económico que los gobiernos instalan en distintos períodos".
El acceso no garantiza igualdad.El incremento de la cantidad de estudiantes universitarios fue un logro de la gestión kirchnerista que se reconoce transversalmente. Pero un diagnóstico se comparte: con eso no alcanza. Según afirma el secretario de Políticas Universitarias, Albor Cantard, sólo se gradúan 3 de cada 10 inscriptos y en los primeros años abandona la mitad. "En los últimos años se ha avanzado mucho en democratizar los estudios superiores, pero el derecho a la educación superior no se garantiza sólo con el acceso, sino con una formación de excelencia y graduación. Algunos sostienen que si sólo egresa el 30% hay que restringir el acceso para aumentar esas posibilidades; otros pensamos que hay que asegurar para todos mejores condiciones de egreso", afirma Gabriela Diker, rectora de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS).
"La universidad debe ser pensada a priori como un lugar donde todos tienen derecho a ir, permanecer y salir. A veces se toman medidas apresuradas pensando en el ingreso para todos, pero no se piensa que el derecho a la educación superior implica también transitar y salir con un título que tenga igual valor que el de cualquier otro", dice Mónica Marquina, investigadora en educación superior, a cargo del Programa de Calidad Universitaria de la SPU. "La universidad es parte de un sistema y no funciona como canal de movilidad para una gran porción de jóvenes que no termina el secundario. Sin embargo, hay un margen donde la universidad sí puede hacer algo. A iguales condiciones sociales, hay universidades que logran resultados y otras que no."
Pasar siempre es positivo."El paso por la universidad es enriquecedor en múltiples aspectos para todos los estudiantes, incluso si no se gradúan", apunta Unzué. Y discute la medida de la graduación como única señal de calidad. "Esta crítica a la universidad no contempla que el paso por las aulas transmite conocimientos y cultura al que hizo toda una carrera, media o un año. Pero además pedir a la universidad que mejore sus niveles de graduación es muy peligroso. Todos los profesores sabemos que es más trabajoso desaprobar a un estudiante que aprobarlo con un 4. Si la presión por incrementar los niveles de graduación se hace potente, ¿no estaremos corriendo el riesgo de que el precio sea sacrificar la calidad y bajar la exigencia?".
Planificación.La creación de nuevas universidades durante los gobiernos kirchneristas (17 en doce años) tiene una cara de la que pocos hablan: muchas respondieron a demandas de distintos lugares -el senador que consigue la universidad para su provincia, el funcionario que lo promete durante su campaña-, sin estudios serios de necesidad ni el aval del Consejo Interuniversitario Nacional. "Hay que empezar por hablar de la planificación del sistema. Sin planificación se está a ciegas y se termina dando respuesta a demandas coyunturales. En las nuevas universidades eso genera legitimidad de origen pero luego muchos problemas -apunta Del Bello-. La planificación también debe observar las necesidades de profesionales. ¿De qué vale tener un presupuesto equivalente al 1% del PBI si el 50% de los estudiantes está en Derecho y Contador Público?"
Muchos rectores y especialistas repiten que una hoja de ruta es necesaria, a tal punto que su ausencia puede terminar afectando el derecho a la educación superior de todos. "Falta una mejor planificación de la formación que se ofrece: hoy tenemos carreras que se superponen, sobredimensionadas, carreras estratégicas con baja matrícula, perfiles que no estamos formando -dice Diker-. Hay que tener cuidado con que el derecho a la educación superior sólo se traduzca en ingreso irrestricto. El contrapeso sólo puede ser la planificación estatal de lo que la universidad ofrece. En la Argentina hay una baja tradición en esto." Diker llama la atención sobre identificar "planificación" con "formar ingenieros". "En algunas áreas los requerimientos de perfiles se pueden estimar con precisión, pero en otras no. Se puede saber cuántos ingenieros se necesitan, pero ¿cuántos artistas, cuántos filósofos, cuántos estudiosos de los problemas del desarrollo tecnológico?"
¿Motor o rehén de la política?. "Debe distinguirse una tradición argentina de intenso involucramiento universitario en los debates públicos de cualquier uso partidista", apunta Grimson. La distinción es útil. Por un lado, el debate político y la política universitaria no sólo son características de la vida de las universidades, sino también un valor con carácter formativo. "La participación política de los distintos claustros en la vida de las universidades es una experiencia histórica del siglo XX que continúa y da una impronta particular a las universidades públicas, desconocida en el sector privado", dice Carli.
Esa tradición suele superponerse con otros usos de la política: en los años kirchneristas hubo autoridades universitarias que apoyaron abiertamente al gobierno, "grietas" entre cátedras y profesores. Y una distribución presupuestaria paralela mediante el envío de recursos a través de distintos ministerios, que llegaron a algunas universidades en particular. "Hoy existe preocupación en las universidades porque el gobierno no ha ofrecido certezas de que pretende mejorar todo lo positivo que se ha construido. No comprender esa preocupación incrementa la incertidumbre", alerta Grimson. No es raro que sea la universidad estatal, a la que tantas veces en el siglo XX acechó el fantasma del recorte y el silenciamiento, la caja de resonancia de conflictos políticos extraeducativos. "Creo que se usa la universidad como prenda. La discusión de fondo que se está dando es por un proyecto de país", dice Marquina.