La unificación monetaria y sus enemigos
A pesar de que son universalmente reconocidas sus habilidades para romperlo todo, este gobierno sigue sorprendiendo. La reunión de la Celac, por ejemplo, que debía ser el lanzamiento de la candidatura de Alberto, parece haberse convertido en su tumba, y lo que fue planeado como cumbre antiamericana se transformó en un espacio de crítica a las dictaduras de la región. Tan previsible fracaso tuvo, además, el resultado paradójico de generar repudio a una de las poquísimas ideas acertadas de este gobierno: la unificación monetaria con Brasil.
No conforme con haber desprestigiado innumerables ideas razonables, como las de progresismo e igualdad, el peronismo avanza en busca de nuevos objetivos. Basta que hagan propio un concepto para desatar una oleada de repudio, encabezada por gentes presurosas por arrojar al niño junto al agua sucia del baño. Hasta aliados como Paul Krugman sienten la obligación de despegarse. “Es una buena oportunidad para aplicar la teoría de las áreas monetarias óptimas, que nos dice que es una idea horrible. No sé cómo llegaron a ella, pero seguramente fue alguien que no sabe nada de economía monetaria internacional”, arrancó en su cuenta de Twitter el premio Nobel. Y concluyó: “Una moneda común tiene sentido entre economías suficientemente similares como para no enfrentar choques asimétricos [pero] las exportaciones de la Argentina son básicamente agrícolas, mientras que más de la mitad de las brasileñas son manufacturas o combustibles”.
Reconozcámosle al buen Paul que si bien apoyó el milagro kirchnerista también tuvo la amabilidad de no enviarnos aprendices que se hicieran cargo de nuestra economía, como su correligionario Stiglitz. En mi caso, no soy experto en economía monetaria internacional ni premio Nobel, pero no se necesita tanto para saber que el concepto “área monetaria óptima” de Mundell ha quedado en cuestión desde que fue utilizado para sostener que el euro era inviable, pronosticar que iba a colapsar en pocos años y sostener que la unificación monetaria de Alemania Occidental y Oriental iba a destruir la economía alemana. En cuanto a Brasil, datos oficiales nos informan que sus principales exportaciones son la soja, el hierro, la carne, el petróleo y el azúcar. Commodities. Una situación no muy diferente de la argentina; lo que acomuna ambas economías, empareja sus ciclos, explica la simultaneidad de sus crisis y auges (a fines de los 90 e inicios del siglo XXI, respectivamente) y sincroniza nuestras necesidades monetarias de apreciación y devaluación. Todas ellas, excelentes razones a favor de la unificación. En cuanto a las exportaciones industriales brasileñas que menciona Krugman, su mayor rubro son los automóviles, que suman una décima parte de lo aportado por la soja y se exportan básicamente a la Argentina (48,1%), casi el único lugar del planeta en que los autos brasileños son competitivos…
Krugman se pregunta, además, cómo llegamos a la idea de unificar la moneda argentina con la brasileña. La respuesta es fácil: llegamos a esa idea porque el modelo milagroso que en sus horas felices tanto les gustaba a los economistas progres como él nos ha traído una inflación cercana al 100%. ¿Una fría preocupación neoliberal? De ninguna manera. La inflación ha sido la responsable de todos los aumentos exponenciales de la pobreza en la Argentina, que pasó de 6,2% a 31,2% entre 1974 y 1976 (Rodrigazo); de 9,1% a 34,5% entre 1980 y 1983 (caída de la tablita de Martínez de Hoz); de 21,2% a 47,3% entre 1986 y 1989 (hiperinflación), y de 35,4% a 54,3% entre 2001 y 2002 (devaluación y pesificación asimétrica duhaldistas). En todos los casos, con índices inflacionarios de al menos tres dígitos.
De manera que las consideraciones relativas al largo proceso que llevó a la unificación monetaria europea son apropiadas para países que no tienen una inflación que duplica los precios todos los años ni son la Argentina. Aquí, la principal urgencia es desbaratar la secuencia déficit-emisión-inflación y la única experiencia exitosa en este aspecto ha sido la de la convertibilidad, cuyo truco consistió en quitar la maquinita de imprimir billetes de manos de los gobiernos atándola a un ancla externa. Una estrategia imprescindible hoy, en un país donde la confianza, principal insumo de la economía, escasea más que el dólar.
Por este camino, aquí y ahora, la unificación monetaria entre la Argentina y Brasil es el mejor instrumento para racionalizar la macro, bajar duraderamente la inflación y dotar de previsibilidad a nuestra economía, y no al revés. Pretender lo contrario es poner el carro delante del caballo. ¿Es posible alcanzarla de inmediato? Desde luego que no, pero bastaría un acuerdo bilateral que fije su entrada en vigor cuando la economía argentina alcance parámetros razonables (unificación cambiaria, equilibrio fiscal e inflación de un dígito) para que estos objetivos se hagan más fáciles de alcanzar. Por un lado, porque un acuerdo internacional obligaría al próximo gobierno a sancionar y respetar un programa de racionalización macroeconómica a corto plazo. Por el otro, porque constituiría una excelente noticia para los mercados de inversión y deuda, al establecer políticas de Estado a largo plazo que no dependan solamente del sistema político argentino.
En cuanto a lo monetario, las ventajas de un esquema de estabilización basado en la unificación monetaria argentino-brasileña sobre cualquier otra alternativa son claras. La independencia del Banco Central podría ser consagrada por una ley nacional, pero las experiencias anteriores enseñan que toda ley argentina está a tiro de mayorías legislativas y cambios de gobierno, lo que limita su confiabilidad a dos o cuatro años. Muy poco para desatar una lluvia de inversiones, como ya se ha visto. En cuanto a la dolarización, las asimetrías entre dos economías de estructura y productividad tan diferentes como la argentina y la estadounidense auguran un desenlace similar al de finales de los 90, cuando las divergencias se hicieron críticas, Brasil devaluó, el sistema productivo argentino entró en recesión y todo terminó volando por los aires.
Se puede objetar que las buenas razones para la Argentina no dicen qué ventajas pueda obtener Brasil. Son muchas. Primera, si Brasil quiere ser un actor relevante a nivel mundial está obligado a liderar Sudamérica. Segunda, la estabilización económica de la Argentina, una especialista en devaluaciones competitivas que sigue siendo tercer destino de sus exportaciones, es importante para su economía. Tercera, la existencia de un banco regional y una moneda unificada pondría definitivamente a salvo al propio Brasil de sus propias tentaciones populistas, siempre al acecho. Cuarta, la unificación monetaria favorecería la construcción de un mercado común con tarifa externa unificada y abolición de cientos de excepciones a la libre circulación de bienes. Un Mercosur real en el cual Brasil tendría ventajas similares a las que goza Alemania desde que puso el marco al servicio de Europa creando el euro. Finalmente, una moneda única es un argumento decisivo a favor de concluir el acuerdo Mercosur-Unión Europea, elemento clave para la modernización productiva regional.
Digan lo que digan sus enemigos, no son pocas las razones a favor de la unificación monetaria argentino-brasileña, ya sea con moneda común o única; bilateral, mercosureña o regional; iniciada por un acuerdo internacional o por una caja de convertibilidad. El debate está abierto, pero hay que tomarse el trabajo de estudiar la situación concreta en vez de pontificar razones válidas para economías que tienen poco que ver con la nuestra. Hoy, como dijo Churchill, una moneda común argentino-brasileña es la peor de todas las políticas monetarias, con excepción de todas las demás.