La única grieta es entre la decencia y la delincuencia
En el marco de una entrevista sobre la actualidad política nacional, el conductor del programa, Mauro Viale, me solicitó le permita una interrupción para hacer un comentario a otro invitado, a quien no conocía. Era un actor que tenía una entrevista a continuación de la mía. Siempre fui respetuoso del disenso y debate de ideas, pero nunca supuse que sería agraviado con una violencia verbal, gestual y una falta de respeto de tal magnitud.
No creo en la grieta. La entendí como una estrategia de demagogia populista para dividir infundiendo odio y descalificación. Utilizada para hacer de otro argentino un enemigo, con el fin de acumular poder generando violencia alimentada en rencor y resentimiento. Ese odio era utilizando como insumo por el Estado y sus recursos de propaganda para cancelar el respeto que todos nos debemos.
Con el propósito de manipular la opinión pública, enunciaban la posverdad con un relato que, sin consistencia, creaba una falsa épica que era un verso para volver a editar la historia y la realidad, erigiéndose en baluartes de derechos y reivindicaciones.
Fueron por todo, fueron una asociación ilícita para delinquir y robarse un país. Se quedaron tanto con millones robados como con causas en la Justicia, que todos esperamos sea justa. No fuimos nosotros en Cambiemos los que los reemplazamos, lo logró una sociedad, a quien nos debemos como funcionarios.
No hay grieta entre argentinos que no pensamos igual, ya que somos un pueblo con identidad diversa. Estamos evolucionando a una política de proximidad, en la cual podamos dialogar sin por ello uniformar, adoctrinar o imponer una verdad.
La única grieta que hay no es ideológica, sino lógica: es entre los delincuentes que robaron y quienes, más allá de partidos políticos o distintas posiciones, no pensamos igual, pero no tenemos que explicar lo que hoy registran sin gloria los cuadernos de vaciamiento de la obra pública K. Entre quienes piensan distinto puede haber diferencias. Entre la decencia y la delincuencia hay un abismo. Abusaron de la fe de muchos y se encubrieron en la militancia o en ideales de un relato que profanaron en corrupción, que no debe dirimirlo el debate público ni la conformación mediática, sino una Justicia independiente y eficiente.
Lo que ocurrió en el programa de Mauro no fue su culpa, pero sí sucedió bajo su responsabilidad. Muchos recomiendan evitar exponerse al sensacionalismo del ring mediático, pero siempre fui de frente para explicar lo que hacemos; para ser vocero de nuestro presidente, a quien admiro y respeto. Tengo el privilegio de ser parte de un equipo que, sin estar exento de errores, puede sostener una visión gradualista para salir de la herencia de un país quebrado, robado y saqueado.
Aun en crisis, no podemos ser confundidos con quienes hemos reemplazado, ya que una cosa es equivocarse y cometer errores y otra, muy distinta, es el autoritarismo demagógico, que hizo uso del poder para robar, empobrecer y cancelar la independencia de poderes y así, asegurar la propia impunidad haciendo más pobres a los pobres.
Todos estos argumentos están abiertos a la discusión y al debate. No pretendo tener razón, sino razonar, discutir ideas. No es mi intención descalificar interlocutores. Lo que no se puede aceptar es la falta de respeto y la banalización de la Shoá. Es repudiable utilizar esa violencia dialéctica con el fin de agredirme y faltar el respeto a la memoria de seis millones de judíos y otros tantos millones de víctimas del nazismo, aduciendo que por ser judío o hijo de sobreviviente, se tiene habilitación para la chicana y burla personal cuando no se acuerda con ideas y opiniones ajenas.
Mauro no puso a ese entrevistado en su lugar. No debía censurarlo, pero sí exigirle una disculpa pública al instante por la agresión y salvaje utilización de la Shoá en ese contexto, donde debíamos tener un intercambio de ideas. El actor, en cambio, interpretó un lamentable papel del que todos sentimos vergüenza. Tal como hicieron durante más de una década con los derechos humanos, con la justicia social, con los valores patrios que utilizaron partidariamente para cooptarlos como propios, cuando son de todos.
Tristemente, en un set de televisión, tres hombres con raíces judías fuimos parte de un episodio en el que se evidenció que ser judío no exime de ser un irrespetuoso capaz de profanar la memoria de las víctimas para trivializarla en una chicana política.
Esperemos que su apología del nazismo y la figura de Hitler -con la que me comparó- sean juzgadas por la ley y por el sentido común de quienes en el programa y por las redes fueron testigos de esta vergüenza. El monstruo no desaparece, muta. Aun en un judío que para ser militante oficia de actor. Es otro triste saldo de una década malgastada, en la cual los actores militantes no respetan ya nada, ni siquiera la decencia de un buen guion.
Secretario de Gobierno de Ambiente y Desarrollo Sustentable