La última derrota de Simón Bolívar
Por Tomás Eloy Martínez Para LA NACION
HIGHLAND PARK, N. Jersey
Ciertas palabras van perdiendo la fuerza y el significado que tenían en su origen porque las desgasta el paso del tiempo o el mal uso que se hace de ellas. En algunos sistemas políticos, libertad , justicia , democracia , orden y liberación se han convertido ya en sonidos vacíos, en los flatus vocis o palabras no reales de que hablaban los nominalistas de la Edad Media. Lo que les sucede a las palabras comunes les sucede también a los nombres propios. En los últimos tiempos, pocos han sido tan abrumados por el abuso como el ilustre nombre de Simón Bolívar.
Exaltado y endiosado sin la menor crítica durante siglo y medio, usado como estandarte por los tiranos más intolerantes y por los demócratas más lúcidos, Bolívar sigue siendo uno de los pocos símbolos verdaderos del genio latinoamericano. Tenía, junto con un singular don para la estrategia militar, una fértil imaginación política y un lenguaje que aún conserva su seducción literaria. Esos atributos lo indujeron a proponer constituciones ideales para países ideales. Los de su época, sumidos en la anarquía y atrapados por las telarañas del caudillismo, rechazaron esas constituciones por ilusorias. Algunas de las ideas de Bolívar son ya anacrónicas, como la de un senado autoritario y un presidente democrático pero vitalicio. También es parcialmente anacrónica la idea del Poder Moral, que debía vigilar las costumbres y castigar la corrupción. No ha perdido su vigor, en cambio, la utopía de la unidad política hispanoamericana.
"República Bolivariana"
En un documento conocido como Carta de Jamaica, escrito en 1815, Bolívar insistió en la necesidad de que Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá se mantuvieran unidas en una confederación cuya capital debía ser Maracaibo. Uno de sus mayores desencantos antes de morir, a fines de 1830, fue ver cómo las guerras entre facciones hacían pedazos ese proyecto. Aunque la utopía bolivariana de la unidad política ha renacido en el continente de vez en cuando, nunca parece tan al alcance de la mano como ahora, cuando algunos líderes tan diferentes como el presidente constitucional de Venezuela, Hugo Chávez, y el jefe político de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas (FARC), el Tirofijo Manuel Marulanda, han declarado que las doctrinas del libertador de esos dos países guían todas sus acciones.
La nueva Constitución de Venezuela, promovida por Chávez, declara que la nación se llama ahora "República Bolivariana". El adjetivo se extiende, por lo tanto, a las fuerzas armadas y a todas las empresas del Estado. Una fracción del ejército ecuatoriano ha reclamado para sí el mismo calificativo. También las tropas irregulares de la guerrilla colombiana que custodian la llamada Zona de Distensión, al sudeste de Bogotá, se denominan "bolivarianas", como el incipiente sistema judicial que se ha establecido en la región. A la vez, el movimiento político clandestino con el que las FARC aspiran a tomar el poder se llama Movimiento Bolivariano para la Nueva Colombia. Determinar si la repetición del epíteto es casual o es consecuencia de un tácito plan mayor -cuyo objetivo último sería la unidad política- es un enigma que todavía no ha sido resuelto.
Contactos con la guerrilla
"Somos ya un Estado dentro del Estado", dijo el comandante Javier Calderón en Mar del Plata, a comienzos de este mes, aludiendo al territorio cedido por el gobierno de Colombia a las Fuerzas Armadas Revolucionarias. "Lo somos de hecho y pronto lo seremos también de derecho. Nos hemos alzado en armas para defendernos del Estado terrorista que nos oprime, asumiendo el legado del libertador Simón Bolívar. A bolivarianos nadie nos gana, ¿sabe?" Algunas de esas frases no difieren demasiado de las que le oí al comandante Hugo Chávez en el Palacio de Miraflores de Caracas, a fines de agosto pasado. Chávez, que está a punto de consolidar su mandato mediante nuevas elecciones que extenderán su presidencia un año más, fue en 1992 el jefe de un fracasado golpe militar contra Carlos Andrés Pérez. Aun ahora, Chávez insiste en que aquel golpe de Estado fue legítimo -lo que constituye todo un oxímoron-, porque se alzó en armas contra un "gobierno opresor y corrupto" que estaba malversando las instituciones y los bienes de la nación.
Todos conocen el papel mediador que Chávez se ha arrogado ante la guerrilla colombiana y la asiduidad de los contactos que mantiene con ella. Cuando le pregunté cuál era la reacción del presidente Andrés Pastrana ante esos contactos, me señaló el teléfono que hay al lado de su escritorio y me dijo que, cada vez que hablaba con algún representante de la guerrilla, informaba a Pastrana de inmediato.
Más de una vez se ha acusado a Chávez, sin ninguna prueba, de buscar la unión entre el ejército "bolivariano" de su país y los ejércitos irregulares que, con el mismo apelativo, combaten en Colombia y en Ecuador. Una alta fuente diplomática me insinuó en Washington que una parte de los inmensos ingresos que Venezuela está recibiendo por el alza en los precios del petróleo estaría siendo desviada hacia el territorio ocupado por las FARC en forma de aviones y pertrechos de guerra. Aparte de infundada, la sospecha es maliciosa, porque trata de mostrar a Chávez como un aventurero irresponsable. Pero, como todo rumor, se apoya en algunas realidades.
Una de ellas, la más notoria, es que nadie sabe adónde van a parar los caudalosos ingresos petroleros del país. La desastrosa situación social de los venezolanos no ha mejorado desde que Chávez se hizo cargo de la presidencia, hace un año y medio. Y en algunos puntos críticos es peor, como sucede con el desempleo. La otra realidad es que el presidente no ha desaprovechado ninguna oportunidad pública o privada para dejar muy claro su deseo de reconstruir la Gran Colombia con la que soñaba Bolívar, y ha simpatizado con todos los que enarbolan el mismo estandarte, ya sean ejércitos irregulares o políticos oportunistas.
Narcos y paramilitares
Es difícil suponer que Bolívar habría aprobado esa unidad en los tiempos que corren. Para él, un sistema de gobierno perfecto era el que "produce la mayor suma de felicidad posible, la mayor suma de seguridad social y la mayor suma de estabilidad política". Aunque eso es también lo que proclaman los ejércitos "bolivarianos" en las selvas de Colombia, lo que están consiguiendo es el efecto contrario. Pocas veces un país se ha visto tan desgarrado y ensangrentado como la Colombia de estos tiempos, por la acción concertada de los paramilitares, de los narcotraficantes, del llamado Ejército de Liberación Nacional (ELN) y también, por supuesto, de las FARC.
La perversión del nombre de Bolívar se ha convertido en una moda patética. Uno de los grupos paramilitares que actúa cerca de Barrancabermeja, en las vecindades del río Magdalena, expulsando a los campesinos de sus tierras, mutilándolos y asesinándolos, se ha bautizado a sí mismo "Escuadrón Bolívar". He leído que la zona de distensión que el ELN reclama para sí al norte de Bogotá se llamaría, si el gobierno acepta dársela, "Bolivarlandia". Una de las centrales de procesamiento y distribución de cocaína desmanteladas hace poco en las montañas del oeste colombiano era conocida como "Pro-Bolívar". El desgaste del apelativo puede parecer ridículo, pero los horrores de la realidad lo han vuelto temible.
Pocos hombres en América lucharon tanto como Bolívar para construir una sociedad más justa, más libre, más civilizada y más feliz. Para lograrlo, escribió unos diez mil documentos y libró decenas de batallas victoriosas. Los extravagantes herederos que ahora enarbolan su nombre en defensa de cualquier causa están empañándolo con equívocos y delirios peores que cualquier derrota. Hace apenas veinte años, el nombre de Bolívar era sinónimo de grandeza y de gloria. Ahora es una voz que, por significar demasiadas cosas, corre el peligro de no significar nada.