La última confesión de Alberto Fernández
Recientes declaraciones públicas del presidente de la Nación dan cuenta de las relaciones de poder dentro de la coalición gobernante y de su particular vinculación con Cristina Kirchner
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Con el correr del tiempo al frente del gobierno nacional, Alberto Fernández se ha acostumbrado a rendir exámenes. Pero, paradójicamente, las evaluaciones que más le preocupan no pasan por las cuentas que debe rendir diariamente ante la ciudadanía, sino por los permanentes exámenes de lealtad y alineamiento que debe afrontar ante la vicepresidenta Cristina Kirchner.
Muy lejos en el tiempo han quedado aquellas reflexiones del actual jefe del Estado hechas cuando militaba en el llano, antes de ser ungido sorpresivamente como candidato presidencial. Por aquel entonces, decía que solo había dos opciones para Cristina Kirchner: postularse a la presidencia de la Nación o irse a su casa, para evitar la posibilidad de que la Casa Rosada quedara al frente de un títere al que Cristina le hubiera prestado sus votos. Hablaba incluso de la experiencia acontecida luego de las primeras elecciones presidenciales de 1973, que consagraron a Héctor Cámpora, quien fue víctima de un sistema bicéfalo que lo convirtió en víctima y lo llevó a renunciar a los 49 días de su mandato, para permitir el ascenso de Juan Domingo Perón.
Hoy la palabra títere sigue estando entre las principales calificaciones que en las nubes de palabras de las encuestas de opinión pública se le asignan al presidente Fernández. Y es probable que haya crecido en la consideración de la población luego de que el primer mandatario, en una entrevista concedida al “cadete” Pedro Rosemblat, youtuber y militante kirchnerista, hiciera su última gran confesión.
“No soy tan sumiso ni Cristina pega cuatro gritos”, afirmó Alberto Fernández durante ese diálogo, en referencia a su relación con Cristina Kirchner.
Tal frase adquiere particular relevancia política, porque implica una admisión de sumisión o subordinación a la vicepresidenta que el Presidente intentó disimular bastante mal con el término “tan”. Y porque se produce luego de varias concesiones de importancia que el jefe del Estado le hizo a su vicepresidenta; entre ellas, el reemplazo de su ministra de Justicia, Marcela Losardo, por Martín Soria, y el freno a la embestida del ministro de Economía, Martín Guzmán, contra el subsecretario de Energía Eléctrica, Federico Basualdo, junto a una ratificación de la política tarifaria por la que abogaba el cristinismo y que chocaba con los deseos del propio titular del Palacio de Hacienda.
La sumisión puede definirse como la acción de someterse, sin cuestionamientos, a la autoridad o la voluntad de otra persona o a lo que las circunstancias imponen. Puede asociarse con acatamiento, obediencia, supeditación, dependencia o, incluso, servilismo. También, con respeto o veneración.
Claro que nadie puede pensar que Alberto Fernández venere a Cristina Kirchner ni que la respete demasiado, después de las cosas que llegó a decir de ella durante su segunda presidencia, entre los años 2011 y 2015, cuando hasta llegó a afirmar que “solo un necio diría que el encubrimiento presidencial a los iraníes no está probado” y, respecto de la muerte del fiscal Alberto Nisman, habló de “un gobierno que acaba repitiendo una de las más infames prácticas de los genocidas, que consiste en enterrar la memoria del muerto en el mar de los infames y dejar impunes a sus perversos asesinos”. Ese Alberto Fernández también sostenía que, en un memorable artículo escrito para este diario, que “en Cristina Kirchner, la política es el arte de presentar en palabras la realidad que a ella le conviene”.
Muchas veces la sumisión es aceptada por el temor del sumiso. Estudios psicológicos dan cuenta de que las personas que adoptan semejante actitud pueden tender a caracterizarse por un carácter débil o ser propensas a la agresión física o la intimidación. Pero, ¿por qué no pensar, sencillamente, que la subordinación respecto de Cristina Kirchner que exhibe y, en cierto modo, comienza a confesar el Presidente no es otra cosa que el resultado de un pacto secreto que arrancó desde el mismo momento en que ella lo convirtió en el candidato del Frente de Todos?
No pasó mucho tiempo para que se descubriera que el jefe del Estado había asumido el compromiso de garantizarle impunidad a su mentora frente a las numerosas causas judiciales en las que está procesada. El mensaje presidencial del 1° de marzo ante la Asamblea Legislativa, donde el primer mandatario empleó frases predilectas de la expresidenta para hablar de la Justicia y para fustigar a la Corte Suprema, fue un avance importante. Como se trata de un compromiso nada sencillo es que Cristina terminó tomando completamente las riendas de la política oficial en materia judicial y se quedó hasta con los últimos vestigios del poder formal que podía ostentar el albertismo en el Ministerio de Justicia.
Pero, más recientemente, la influencia del cristinismo, a través del Instituto Patria, de La Cámpora y del gobernador Axel Kicillof, se ha extendido bastante más allá de las cuestiones judiciales. Se ha trasladado progresivamente a la política de salud y a la política económica, al tiempo que el margen de discrecionalidad del propio Presidente para rearmar sus equipos ministeriales se ha visto cada vez más condicionado por la prédica de Cristina. En este contexto, la confesión de Alberto cobra especial significado.