La última carta de Cristina Kirchner: populismo y ambigüedad
Cuáles son las intenciones que deja ver el reciente mensaje de la vicepresidenta, que puso fin a su prolongado silencio
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La reciente carta pública de Cristina Kirchner, dada a conocer en las redes sociales tras un largo silencio, posee la necesaria ambigüedad de cualquier discurso populista. Su contenido está orientado a que cada audiencia interprete lo que prefiera oír.
A la luz de las repercusiones que ha merecido dentro de los distintos sectores de la coalición gobernante, la vicepresidenta habría logrado su propósito. No solo volvió a ocupar el centro de la escena política, sino que generó que cada uno viera en su misiva lo que esperaba.
El núcleo más radicalizado de sus seguidores en el kirchnerismo destacó el presunto coraje de Cristina Kirchner para marcarle la cancha al Gobierno con el fin de enfrentar al Fondo Monetario Internacional (FMI). En el círculo político íntimo de Alberto Fernández, en cambio, se subrayó que la autonomía presidencial ha quedado fuera de discusión desde que la expresidenta enfatizara que “la lapicera siempre la tuvo, la tiene y la tendrá el Presidente” y pidió “que a nadie lo engañen sobre quién decide las políticas en la Argentina”.
No es la primera vez que el cristinismo recurre a la ambigüedad para referirse al FMI. Ya lo había hecho, en plena campaña electoral, Máximo Kirchner, durante un acto público celebrado en Lanús el 23 de octubre, ocasión en que pronunció una frase que podría interpretarse de dos diferentes maneras según el lugar donde se colocara un signo de puntuación. En referencia al endeudamiento que contrajo el gobierno de Mauricio Macri con el organismo financiero internacional, el hijo de la vicepresidenta exclamó: “Esa deuda no la vamos a pagar. Con el hambre de la gente no se jode más”. Sin embargo, modificando el orden de los puntos la sentencia de Máximo adquiriría otro sentido: “Esa deuda no la vamos a pagar con el hambre de la gente. No se jode más”. No es lo mismo prometer que no se pagará la deuda que afirmar que no se pagará con el hambre de la gente.
El último mensaje de Cristina Kirchner también apuesta por la ambigüedad. Por un lado, habló del “peso inédito de una deuda también inédita con el FMI” y afirmó que “es un momento histórico de extrema gravedad y la definición que se adopte y se apruebe puede llegar a constituir el más auténtico y verdadero cepo del que se tenga memoria para el desarrollo y el crecimiento con inclusión social de nuestro país”. Pero cuando muchos imaginaban que estaba impugnando el pago de la deuda al organismo internacional, aclaró: “¡Y ojo! Que nadie está hablando de desconocer deudas”. E inmediatamente consignó que el kirchnerismo tiene “un atributo histórico que es el de haber pagado las deudas que generaron otros gobiernos”.
Una autorreferencialidad que bordea el narcisismo es perceptible a lo largo de buena parte de la carta pública. Se advierte ya desde el primer párrafo, cuando habla del “silencio de la vicepresidenta” y utiliza no pocas referencias a ella misma en tercera persona del singular. Quienes exhibían inquietud por la prolongada falta de noticias de la vicepresidenta ya no deberían preocuparse: está visto que Cristina Kirchner no puede estar varias semanas sin emitir mensajes públicos hacia dentro y fuera del Gobierno.
Claro que, en el particular momento que atraviesa el país en materia socioeconómica, parecería que a la vicepresidenta le cuesta más enfrentar el peculiar desafío de mantener un delgado equilibrio para no quedar como corresponsable de un ajuste fiscal como el que impondría un acuerdo con el FMI, ni aparecer como artífice de una ruptura que debilite aún más al gobierno de Alberto Fernández.
Para desviar el eje de la discusión interna que provocan las negociaciones con el FMI, Cristina Kirchner introdujo una cuestión que, pese a resultar ya poco original, ayuda a unificar al oficialismo: las críticas a la oposición y al gobierno de Macri. Habló de la “irresponsabilidad política de la oposición” y señaló que “los mismos y las mismas que trajeron de vuelta al FMI a la Argentina, reiniciando el ciclo trágico del endeudamiento que Néstor Kirchner había clausurado en el año 2005, hoy no se hacen cargo de nada”.
No dijo que Kirchner canceló con reservas del Banco Central una deuda con el FMI por casi 10 mil millones de dólares, que reconocían un interés anual que rondaba el 4%, para de inmediato tomar préstamos en Venezuela a una tasa casi cuatro veces mayor.
El relato cristinista, con el cual coincide en este caso el Presidente, es que toda la culpa del endeudamiento externo de la Argentina es pura y exclusivamente de Macri. Según la historiografía kirchnerista, la deuda tomada por el gobierno macrista fue parte de una conspiración para que grupos de poderosos, amigos del expresidente de Cambiemos, se quedaran con los millonarios desembolsos del FMI. Es decir, que la mayor parte de los 44 mil millones de dólares del crédito stand by del Fondo Monetario habrían terminado en los bolsillos del exmandatario y sus amigos.
Los cultores de esa falacia pretenden desconocer que esos 44 mil millones de dólares fueron mayoritariamente destinados a pagar vencimientos de la gigantesca deuda pública que, si bien aumentó durante el gobierno de Macri, también se incrementó durante los ocho años de gestión de Cristina Kirchner.
Según el primer ministro de Hacienda de Macri, Alfonso Prat-Gay, durante los dos mandatos presidenciales de Cristina Kirchner, la deuda pública pasó de unos 137.000 millones de dólares a unos 265.000 millones, en tanto que durante los cuatro años de gobierno macrista, se elevó hasta alrededor de 320.000 millones. Prat-Gay también sugiere que, en 2007, Cristina Kirchner recibió superávit fiscal que durante su gestión se transformó en un fuerte déficit fiscal, lo que derivó en un aumento de la deuda.
La historia confirma que, en materia de endeudamiento público, nadie está en condiciones de arrojar la primera piedra. También que, en todo caso, no solo correspondería medir las variaciones experimentadas por la deuda acumulada, sino también el aumento del gasto estatal y del déficit fiscal, que es la madre del endeudamiento y de la emisión monetaria.
En ese orden, poco sentido tiene exhibir un menor endeudamiento público si, en su lugar, se recurre a una enorme emisión de moneda, que provocará más inflación, o se apela a más impuestos. Tanto la deuda como la emisión y los excesos en materia tributaria constituyen una consecuencia y no la verdadera causa del problema argentino, que no es otra que el desequilibrio fiscal crónico.