La transición energética encierra la misma trampa que desintoxicarse con una nueva droga
Los mercados de metales críticos reproducen los vicios que el petróleo, esa materia prima indispensable para la economía mundial que el venezolano Juan Pablo Pérez Alfonzo describió como el “excremento del diablo”
- 6 minutos de lectura'
Como un adicto sometido a los estupefacientes, el mundo vive desde hace un siglo y medio en estado de creciente dependencia de los hidrocarburos: cada día de existencia del hombre sobre la Tierra demanda un consumo de 102 millones de barriles de petróleo (13,9 millones de toneladas). Los enormes esfuerzos que realizan los gobiernos, industriales y científicos por romper esa subordinación a las energías fósiles empiezan a arrojar resultados promisorios: el mercado global de los materiales de la transición energética duplicó de volumen en el último lustro hasta llegar a 320.000 millones de dólares y la extracción de metales críticos aumenta desde el final de la pandemia a un ritmo de 25% anual, para alcanzar un nivel de 40.000 millones. Pero las inversiones y el ritmo son aún insuficientes. A medida que surgen los primeros progresos de transición energética, se multiplican los riesgos de caer en una nueva adicción tóxica: la dependencia industrial de los llamados metales críticos o estratégicos, imprescindibles para la producción de baterías eléctricas, turbinas eólicas o paneles solares. Como ocurre con el gas y el petróleo, esos recursos cruciales para este nuevo ciclo de la economía mundial son controlados por un puñado de países que no siempre actúan con espíritu cooperativo.
El tema es ríspido, pero comienza a tener una vital importancia porque condicionará nuestra vida con más ímpetu que el “oro negro”, descubierto en 1859 por Edwin L. Drake en Pithole City, Pensilvania. Un siglo después, en 1974, el venezolano Juan Pablo Pérez Alfonzo describió su importancia geopolítica cuando definió ese aceite untuoso como el “excremento del diablo”.
En 2022, Joel Kotkin, investigador de la Universidad Chapman de California y director ejecutivo del Urban Reform Institute, de Houston (Texas), estimó que la pandemia de Covid y la transición energética, sumadas a la aceleración de ciertas tecnologías digitales, incrementarían la dependencia de China, que tiene el virtual monopolio de metales críticos y tierras raras. También pronosticó la aparición de un cuadro global de penuria que debía acentuarse con el correr de los años. Poco después, la realidad confirmó los temores de Kotkin: China dispone actualmente de una posición ultradominante en ese mercado crucial; aunque posee pocas reservas propias de materiales estratégicos, en pocos años maniobró con extrema astucia y cautela hasta controlar 97% del mercado de extracción y producción de la magnetita –materia prima de los imanes– que constituyen un elemento indispensable para los motores eléctricos o turbinas eólicas. Además, procesa 60% del litio, 80% del germanio y el galio, imprescindibles también para la industria electrónica. A través de las empresas que operan en el exterior, tiene una participación significativa en la extracción y procesamiento de los minerales esenciales al funcionamiento de las tecnologías del futuro.
Como ocurre con el petróleo, la menor arritmia geopolítica o especulación del mercado pueden interrumpir la cadena de aprovisionamiento.
La Agencia Internacional de la Energía (AIE) estableció el año pasado una tabla cruzada de los 21 recursos cruciales de los cuales dependen las 10 tecnologías imprescindibles para responder a la voracidad tecnológica del mundo del futuro que se construye actualmente.
La AIE, creada por los países occidentales en 1974 como arma de combate contra la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo), se especializó en los últimos años en la transición energética, y en monitorear los aprovisionamientos y la evolución de precios de materiales estratégicos de los cuales depende la economía occidental.
El economista turco Farit Tyrol, que dirige la AIE, espera que en los próximos 15 años se pueda multiplicar por seis la demanda mundial de minerales críticos utilizados en la transición energética –evaluados actualmente en siete millones de toneladas anuales– hasta alcanzar un escenario de neutralidad de carbono hacia 2050. Por el momento, los proyectos en desarrollo solo permiten responder al 50% de la demanda.
El acceso a los metales estratégicos condiciona el objetivo primordial de la transición energética, que implica triplicar la generación de electricidad “limpia” y llevarla al 91% del total de la producción para 2050 (contra 28% en 2020). El mismo desafío enfrentan las otras industrias críticas del mundo del futuro: centrales nucleares, semiconductores, computadoras cuánticas y de alta tecnología para aplicaciones espaciales, médicas y militares, todo el ecosistema que respalda las necesidades de la inteligencia artificial y, naturalmente, los automóviles eléctricos y nuevas energías de reducida huella de carbono. Peor aun: sin un cambio drástico, la expansión tecnológica e industrial corre el riesgo de quedar totalmente paralizada como Edith, la mujer de Lot, castigada a vivir por la eternidad convertida en estatua de sal.
Si no se logra detener el calentamiento climático en curso, el aumento de temperatura llevará al planeta a una espiral de extinción progresiva, según las reiteradas previsiones del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), las agencias medioambientales y numerosos científicos especializados en la transición energética.
Para tratar de desacelerar ese proceso, la AIE desarrolló una serie de modelos para anticipar los niveles de demanda, ampliar la visibilidad de la producción y garantizar los aprovisionamientos para evitar rupturas de producción susceptibles de desencadenar una estampida de precios. Por su diversidad y heterogeneidad, el mercado de metales críticos es infinitamente más volátil que el del petróleo, que desde hace un siglo y medio condiciona los humores de la economía mundial. Otra preocupación es la transparencia de los mercados. A diferencia del cobre, que se negocia en un mercado abierto con precios fijados por la Bolsa de Metales de Londres, el mercado del litio es particularmente opaco, porque los industriales compran el metal a los productores a través de contratos a largo plazo, de extrema opacidad.
Como la mayoría de las nuevas tecnologías, las industrias vinculadas a la transición energética tienen una insaciable voracidad. Un automóvil eléctrico necesita seis veces más minerales que un modelo convencional y la fabricación de una eólica offshore requiere 13 veces más insumos que una central alimentada con energías fósiles.
Cuando se evocan las dificultades de la transición, la opinión pública teme en primer lugar una penuria de litio o de cobalto. Por el contrario, el cobre no suscita ninguna inquietud particular. Sin embargo, es el primer metal que cita Tae-Yoon Kim, analista de la AIE y principal autor del informe sobre los mercados de materiales críticos, cuando le preguntan cuál es el metal que más le preocupa. La razón es que el consumo de cobre por parte de las energías de baja emisión de carbono pasará de 5,7 millones de toneladas en 2022 a 17,4 millones en 2050. Esa nueva exigencia se suma a la demanda histórica del sector de la construcción, que se multiplicará por dos hasta alcanzar 40 millones de toneladas por año.
El gran talón de Aquiles de la transición es, sin duda, la explotación intensiva de nuevas minas, que multiplicó el consumo de agua a partir de 2018. Las minas de litio o de cobre, por ejemplo, están ubicadas en desiertos, lo que origina un uso abusivo de recursos difícilmente renovables en esas zonas en estrés hídrico.
Pasar de una droga a otra con la esperanza de desintoxicarse tiene, a veces, más inconvenientes que virtudes.
Especialista en inteligencia económica y periodista