La transformación del “rey león” en “pobre jamoncito”
Es seguro que Victoria Villarruel no imaginó que su calificativo de “pobre jamoncito” dirigido a quien hasta ese momento era presentado como “rey león” se convertiría rápidamente en trending topic en redes sociales y depararía infinidad de memes que serían celebrados especialmente desde la pochoclera platea kirchnerista. Su frase “Karina es brava, yo también (...) y en el medio está Javier, ¡pobre jamoncito!” resulta, sin embargo, anecdótica, frente a las diferencias que puso de manifiesto la vicepresidenta respecto de algunas decisiones del jefe del Estado. Por empezar, expresó su desacuerdo con la iniciativa que acababan de anunciar los ministros Patricia Bullrich y Luis Petri para ampliar la participación de las Fuerzas Armadas en la lucha contra el narcoterrorismo. Del mismo modo, declaró su disidencia con la proyectada designación del juez federal Ariel Lijo como miembro de la Corte Suprema de Justicia (“me enteré por los medios y me hubiera gustado que fuera una mujer”, sostuvo). También reconoció que le desagradaba no haber quedado a cargo de las áreas de seguridad y defensa que le había prometido Javier Milei antes de ganar las elecciones. Y, como corolario, durante la entrevista que concedió a TN, dijo que la posibilidad de ser presidenta de la Nación no la desvela, aunque no la desechó enfáticamente.
El hecho de que Victoria Villarruel se diferenciara en múltiples planos de Milei y la forma en que lo hizo son un síntoma de que el vínculo entre ambos está deteriorado. Puede resultar inquietante en el presente contexto, dado por un gobierno en franca debilidad parlamentaria y territorial. No obstante, al menos por ahora, carece de la trascendencia y resonancia que han tenido otros conflictos entre presidentes y vicepresidentes argentinos. En tal sentido, no parece comparable con el más reciente entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner, en el que el protagonismo y la influencia de la vicepresidenta sobresalían sobre la fragilidad del primer mandatario. Tampoco resulta comparable con el que mantuvieron en el año 2000 Fernando de la Rúa y Carlos “Chacho” Álvarez, ya que este último representaba a un espacio muy significativo dentro de la alianza gobernante, como el Frepaso, por lo que su renuncia implicó la virtual fractura de la coalición, con el consecuente aumento de la endeblez del entonces presidente. Victoria Villarruel, en cambio, no tiene una gran estructura política detrás ni sus movimientos preocupan al mercado.
De cualquier manera, la exteriorización del enojo acumulado de la vicepresidenta Villarruel con su presidente expone una llamativa prescindencia de la lógica con que los actores políticos suelen moverse en función de beneficios y costos políticos. Se trata, asimismo, de una actitud propia del amateurismo que viene revelando el gobierno de La Libertad Avanza en distintos frentes y amenaza con complicar innecesariamente un escenario que, ya de por sí, es lo suficientemente desafiante.
No menos confusión ha deparado la propuesta presidencial de designar al controvertido juez Lijo en la Corte. Si bien se trata de un tema accesorio para el grueso de la mirada de la opinión pública, tal nominación empaña la narrativa creada por Milei en torno de su lucha contra la casta. Conocido por su habilidad para demorar causas judiciales y por sus salvatajes de cuestionables figuras políticas, como el gobernador formoseño, Gildo Insfrán, pocas dudas pueden quedar de que Lijo es un referente de la casta que el propio Milei ha venido criticando.
Les va a molestar a muchos –incluso a algunos de los propios votantes de Milei– que se descubra que, detrás de la nominación de Lijo, existiría un virtual acuerdo con el kirchnerismo. Pero ocurre que sin ese acuerdo sería imposible designar a algún juez, trámite que requiere de dos tercios de los votos del Senado. Milei habrá pensado que, acordando con la casta K, podría cubrir la vacante dejada por Elena Highton en el máximo tribunal, impondría además a un jurista que le merece confianza, como Manuel García-Mansilla, y podría demostrarles a los desconfiados del mundo que la gobernabilidad es posible. Solo cabe esperar que este sacrificio de reputación que haría el Presidente en aras del pragmatismo no derive en un nuevo fracaso para el Gobierno. Podría suceder que, en las próximas semanas, kirchneristas y mileístas voten en el Senado la designación de Lijo. En ese caso, ¿qué garantías tendrá el oficialismo, de que, nueve meses más tarde, cuando se produzca el alejamiento de Juan Carlos Maqueda de la Corte, por llegar a los 75 años de edad, el kirchnerismo apoyará a García-Mansilla? No es una cuestión sencilla para gente tan poco habituada a la negociación política como Milei, quien deberá saber que esta clase de canjes, al igual que los intercambios de rehenes, no se hacen en forma diferida.ß
La columna de Carlos M. Reymundo Roberts volverá a publicarse el próximo sábado