La trampa del “dólar Qatar”
El Gobierno recurre una y otra vez al ardid de enmascarar los hechos –y sobre todo los fracasos– con eufemismos teñidos de prejuicio, ideologismo, simplificación y falacia
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Hay una estrategia a la que el Gobierno recurre una y otra vez: enmascarar los hechos con ocurrencias dialécticas generalmente teñidas de prejuicios, ideologismo, simplificación y falacia. El estreno de estos días es el “dólar Qatar”, una etiqueta con la que se intenta presentar otro manotazo a la clase media como si fuera una medida “progresista” y acotada que solo afecta a “los ricos” que viajan al exótico destino del Mundial. Detrás de ese artilugio lingüístico que han logrado instalar desde el poder, se esconden –en verdad– un nuevo cepo y otro impuestazo que no solo castigan al que intenta viajar (sea a Qatar o a Paraguay), sino también al que sueña con una semana de vacaciones en San Clemente. Lo que intenta disimularse es otro parche regresivo que, en una economía dolarizada como la nuestra, afectará –de una manera o de otra, más tarde o más temprano– a todos los eslabones del comercio y la producción, con mayor impacto sobre el bolsillo de la maltrecha y angustiada clase media.
Vale la pena reparar en la manipulación del lenguaje y discutir los eufemismos del discurso oficial. Detrás de muchos de ellos se esconden medidas que provocan un inmenso daño a la confianza, la previsibilidad y la estabilidad, todos valores que se les ha amputado a la economía y a la institucionalidad en la Argentina. Hay un intento, además, de disfrazar la inoperancia gubernamental con una épica “justiciera”. Y para eso se avivan resentimientos y antinomias, como si la economía no naufragara por su impericia, sino por el “egoísmo” y la “voracidad” de los que se quieren ir a Qatar. Es una línea argumental que el kirchnerismo ha acentuado hasta rozar o transgredir las fronteras del grotesco. Hay que recordar, por caso, la estigmatización de “los runners” durante la pandemia, las imputaciones a “los que viajan a Miami” o, hace apenas unas semanas, el señalamiento del Kavanagh como receptor de subsidios a los servicios públicos, que el propio oficialismo adjudicó sin discriminaciones ni responsabilidad. La idea es culpar siempre a otros, instalar la creencia de que unos “se la quedan” a expensas de los que sufren y agitar así una atmósfera de revanchismo. Es una forma de eludir responsabilidades sin honestidad intelectual, fogoneando las fracturas sociales y alimentando distorsiones económicas que producen más pobreza, más exclusión y menos empleo.
Detrás de ese ropaje dialéctico hay una economía cada vez más tóxica, trabada por cepos, regulaciones, impuestos disparatados y desalientos de todo tipo. Creer que el llamado “dólar Qatar” solo afecta a los que van al Mundial es como suponer que una guerra solo impacta en la vida de los generales. Medidas de ese tipo deterioran aún más la previsibilidad indispensable para atraer inversiones, generar oportunidades, potenciar circuitos virtuosos de producción y desarrollo. ¿Quién arriesgaría un capital en un país que todos los días se levanta con un dólar distinto? ¿Cómo no va a intentar cubrirse un comerciante si no sabe cuánto le costará reponer la mercadería? ¿Cómo no se van a disparar los alquileres en Las Toninas si ninguna familia de clase media puede planificar unas vacaciones en Brasil? ¿Qué destino turístico será la Argentina si las compañías aéreas ven caer dramáticamente las ventas de pasajes de Buenos Aires al mundo? ¿Cuántos empleos se perderán en la industria que se mueve alrededor del turismo internacional? Le llaman “dólar Qatar” a lo que en realidad es un “dólar polirrubro” que desencadena, como todo manotazo, múltiples efectos colaterales.
La economía ha llegado a tal extremo de asfixia que tal vez hagan falta restricciones dolorosas en la administración de divisas. Pero al menos debería explicarse la situación con franqueza, asumir las cosas como son, y no revestir las medidas de emergencia como si fueran una “redistribución de ingresos” o una cuestión de equidad. Desmantelar esas manipulaciones tal vez sea un punto de partida para recuperar cierto grado de confianza en el manejo de la cosa pública.
Creer que viajar al exterior es un lujo de ricos es, por otra parte, ignorar datos muy básicos de la cultura y el comportamiento social. Es ignorar, también, aspectos elementales de los reflejos que tienen hoy el consumidor, el ahorrista y el trabajador argentinos. Es, como si fuera poco, una idea desconectada de los efectos de la pandemia, que ha trastocado en muchos sentidos la visión del corto y el largo plazo. ¿Hay un esfuerzo del Gobierno por comprender la complejidad de la sociedad contemporánea, o solo se maneja con categorías y esquemas derivados de viejos prejuicios? Estas simplificaciones burdas tampoco son nuevas en el kirchnerismo: se vieron en el conflicto con el campo, en 2008, cuando se confundió a un sector dinámico, complejo, variado y multifacético con un bloque monolítico de terratenientes y “oligarcas”. Operaron sobre una idea de la realidad que no existía. Ni siquiera intentaron comprender las transformaciones económicas, pero también culturales, que se habían producido en la agroindustria en los últimos 70 años. Algo similar parece ocurrirles ahora con “los que viajan”, como si fuera una minoría que se sube al barco con la vaca atada.
La idea que asocia viajes con lujo es tan anacrónica como absurda. Pero ¿hay que justificar un viaje por necesidad, por estudio o por trabajo? ¿Si es por mero placer está mal? ¿Debe ser penalizado? ¿No es solidario el que se va a tomar sol al Caribe con el producto de su propio esfuerzo? Que el Gobierno nos arrastre a formular estas preguntas es un indicador de las graves confusiones que han asaltado al poder.
La interconexión con el mundo y el acceso de las clases medias al mercado del turismo internacional es uno de los grandes avances de la democratización global. El “dólar Qatar”, como la maraña de cepos y retenciones, le cierra las puertas del mundo a la clase media trabajadora, no a los millonarios. En ese segmento, viajar se ha convertido en una opción frente a la imposibilidad de acceder a otros “lujos”, como la vivienda, el ahorro o la inversión. Hay otro matiz en el que el Gobierno tampoco parece reparar: muchos viajan porque prefieren gastar cualquier ingreso extra antes que arriesgarse a nuevos manotazos y a súbitos cambios de reglas. Otros eligen esas vivencias (o “experiencias”, como se las llama ahora) ante la imposibilidad de sacar un crédito y también para protegerse ante la frenética devaluación del peso y la escalada inflacionaria. La inestabilidad y la incertidumbre son parte del complejo fenómeno social y cultural que explica la demanda de pasajes. El encierro y el dolor que implicó la pandemia también han acentuado la necesidad de viajar, de recuperar la normalidad, de conectarse con el placer y renovar las expectativas. ¿Todo eso merece más impuestos?
Pero si limitar las posibilidades de viajar ya resulta grave, hay que decir que el “dólar Qatar” va mucho más lejos. Forma parte de una concepción de la economía basada en la hiperregulación, en la superposición de cepos y controles, en la aspiradora estatal y en la improvisación permanente. Toda esa arquitectura administrativa e ideológica hace que no solo viajar se convierta en un obstáculo: importar cualquier cosa también es un calvario. Y las trabas al comercio exterior, como el llamado “dólar Qatar”, no solo perjudican a los afectados directos. Hoy, conseguir un repuesto para un auto, una bicicleta o una cosechadora es casi imposible. Hay actividades productivas y comerciales que están semiparalizadas por ese cúmulo de trabas y dificultades. Pagar un curso online en el exterior es más difícil que escalar el Aconcagua. Abastecer un pequeño taller implica verdaderas penurias. Todo está hecho para recaudar más, para estimular el cobro de peajes “por izquierda”, para ganarle al contribuyente por cansancio y para desalentar cualquier proyecto.
Mientras tanto, a nadie se le ocurre crear el “dólar funcionario” ni ajustar por ningún lado los gastos del Estado. El ranking de viajes al exterior de los ministros nacionales que publicó hace tres semanas La Nación muestra que en esos niveles no rigen los cepos ni las restricciones. ¿Cuál es el ejemplo y cuál el sacrificio de un Estado que insiste en meterle la mano en el bolsillo a la clase media? Se intenta maquillar la realidad con eslóganes y manipulaciones dialécticas. Pero los hechos se terminan imponiendo: la Argentina del “dólar Qatar”, el “dólar Coldplay”, los “aportes solidarios”, y tantos otros inventos, produce menos trabajo genuino, más pobreza y más jóvenes que se van para no volver. Para el Gobierno, esa migración de talentos y esperanzas quizá se llame de otro modo: ¿redistribución poblacional? Siempre habrá nuevos eufemismos para encubrir los fracasos.