La tragedia en medio de la tensión
La aparición del submarino, cuya desaparición hace un año provocó la casi unánime consternación de los argentinos, sucedió en un momento especialmente tenso de la política. Siempre resultará frívolo cargar la culpa sobre algunos, pero esa tragedia debería llevar a la dirigencia política a reflexionar sobre lo que se hizo con las Fuerzas Armadas en los últimos 25 años. Y a formularse preguntas simples con respuestas obvias. Por ejemplo: ¿deben los marinos tener buques y submarinos en buenas condiciones? ¿Deben los aeronáuticos contar con aviones con capacidad de volar? ¿Deben prepararse los militares para servir a otro país, en otro mundo? Las instituciones armadas empezaron a ser desfinanciadas hace un cuarto de siglo y ese proceso se profundizó durante los gobiernos de los dosKirchner.
La segunda lección de la tragedia consiste en aprender que a veces a los argentinos nos pasan cosas sin que haya influido ninguna fuerza extraña. Como bien dijo la jueza de la causa, Marta Yáñez, la aparición servirá también para descartar las desorbitadas hipótesis que habían llegado hasta el despacho de la magistrada. Desde que los británicos habían abatido al submarino hasta que estaba secuestrado en las islas Malvinas, las especulaciones no dejaron de buscar culpables más allá de las fronteras argentinas. Una tercera conclusión debería indicarnos que hay cosas definitivamente concluidas. El clamor de la familia para recuperar el submarino es humanamente comprensible, pero de muy difícil concreción. El submarino está en el fondo de una cordillera invertida y dentro de él, después de haber implosionado, ya no queda nada. El recuerdo y el homenaje son los recursos que quedan para esos militares que murieron en servicio. La aparición de la nave podría restablecer una tregua entre el Gobierno y su oposición en la batalla de los últimos días por el control del Consejo de la Magistratura.
Los matices del peronismo son, a veces, confusos y difusos. Cuando aparece una porción peronista con vocación renovadora, otra franja, más numerosa, hace algo para anunciar que las diferencias entre ellos son fácilmente superables. Sucedió con el presupuesto, que Macri tiene gracias a los votos de un importante sector peronista, y, poco después, con el Consejo de la Magistratura, que convocó a una extraña alianza de kirchneristas y presuntos antikirchneristas. El Gobierno lucha en estas horas para lograr una mayoría simple en ese Consejo crucial para nombrar y destituir jueces. Hace pocos días soñaba con tener los dos tercios, que es la mayoría necesaria para echar o designar a los magistrados.
Sergio Massa tiene la plasticidad suficiente como para acomodar sus principios, como diría Marx (Groucho), al gusto de sus clientes. Hace poco más de una semana, le dijo a María O’Donnell en LN+ que no se aliaría con Cristina Kirchner y que competirá contra ella el año próximo. Demoró menos de diez días en aliarse con ella, aunque, es cierto, no por un asunto electoral. Pero nunca se sabe cuál es el principio exacto de las cosas. Si tiene estómago para alianzas menores, ¿por qué no lo tendría para acuerdos mayores? No es la primera vez, de todos modos, que Cristina y Massa logran abroquelar al peronismo, al racional y al irracional, en una misma dirección. Ya lo hicieron cuando aprobaron un proyecto de ley para congelar con retroactividad el precio de las tarifas de los servicios públicos. Massa es, al final, el que termina arrastrando a todo el peronismo. En el caso del Consejo de la Magistratura logró, incluso, llevarse con él al muy sensato gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti. El único que se resistió y no claudicó fue Juan Manuel Urtubey. Las preguntas surgen solas: ¿hay realmente un peronismo dispuesto a dar vuelta la página del kirchnerismo? ¿O, acaso, la renovación es solo una apariencia que sirve mientras sirve?
Esa alianza fundamental de Cristina y Massa en el Congreso le quitó un consejero a Cambiemos en el Consejo de la Magistratura. ¿Es una maniobra legítima? Lo es, guste o no. De hecho, el propio Cambiemos había recurrido a una treta parecida el año pasado para nombrar a Pablo Tonelli miembro de esa institución. Ambos juntaron una mayoría artificial (no permanente) para llevarse un consejero más. Son artimañas comunes en los cuerpos parlamentarios, donde las mayorías y las minorías son casi siempre muy pasajeras. El problema es para qué y con quién se armó esta vez una mayoría.
Se hizo para que Cristina Kirchner conservara un representante en el Consejo. Y ella fue una protagonista principal de ese acuerdo. El Consejo es el organismo de control de la Justicia, donde la expresidenta está acorralada por las muchas denuncias de corrupción que interpelan a su gobierno y a ella misma. El delito supuesto aportará al control de la Justicia. Una fórmula típicamente kirchnerista. El acuerdo es legítimo, entonces, pero no es ético. Este aspecto, la falta de ética, es el que Massa no advirtió cuando cerró ese acuerdo, que era imposible para cualquiera con un mínimo sentido de la coherencia política. Algunos funcionarios judiciales aguardan que la primera víctima de ese nuevo Consejo sea el juez Claudio Bonadio, por quien Cristina solo siente odio. Bonadio puede quedarse tranquilo. La oposición en el Consejo nunca tendrá los dos tercios para destituirlo. Y, además, el representante peronista del Senado será Miguel Pichetto, el único peronista que hasta ahora enfrentó a Cristina en sus propias narices. El único que no tiene complejos políticos para correr a Macri por derecha ni para ayudarlo en cuestiones decisivas, como fue la aprobación del presupuesto.
El caso de Diputados no es el mismo que el del Senado. En la Cámara alta el peronismo hubiera perdido uno de sus dos delegados (y el oficialismo lo habría ganado) si se hubiera producido la ruptura de seis senadores que ahora están con Pichetto. Los representantes se nombran de acuerdo con las mayorías y las minorías. Se fueron del bloque dos, los tucumanos José Alperovich y Beatriz Mirkin, peleados más con el gobernador de su provincia, Juan Manzur, que con Pichetto. Los otros cuatro, que responden a los gobernadores de Formosa, Gildo Insfrán, y de La Pampa, Carlos Verna, se quedaron hasta la designación de los representantes peronistas en el Consejo de la Magistratura. Son rupturistas, pero no idiotas. Las declaraciones públicas de algunos de esos senadores peronistas contra Pichetto anticipan que se irán del bloque. En el Senado se conservó el statu quo previo; en Diputados se lo cambió drásticamente por el acuerdo sorpresivo entre Cristina y Massa.
Cristina defendió siempre la teoría de que la política debe estar por encima de la Justicia, a la que califica despectivamente de una corporación más. Es grave que su teoría se lleve a la práctica y, encima, con ella adentro. Pero es más grave aún que esté acompañada por uno de los líderes jóvenes del peronismo, Massa, que prometió la renovación de ese partido después del paso devastador del kirchnerismo. Cristina está en plenos preparativos para organizar su candidatura presidencial. ¿Qué dudas quedan después del espectacular salto que dieron varios peronistas (algunos gobernadores) y hasta el propio Pino Solanas? Cristina aplicó al revés todas las políticas con las que Solanas construyó su vida política (minería, trenes, corrupción). Pero Solanas pertenece a una generación que se va. La sorpresa la proporcionan los políticos jóvenes cuando no pueden explicar hacia dónde caminan, cuando ni ellos saben si están dispuestos a cambiar o a encerrarse con lo que ya históricamente terminó.