La tragedia educativa no se soluciona con chicanas
Echar culpas y deslindar responsabilidades, no parece el camino para mejorar un sistema escolar cada vez más deteriorado
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“El desprecio por la educación pública del gobierno de Mauricio Macri nos llevó a un piso histórico. Las evaluaciones del 2019 muestran el daño infringido por la desinversión en el área”, señaló Gabriela Cerruti, la portavoz del gobierno, momentos después de que se conocieron los desastrosos resultados de la evaluación educativa de alumnos argentinos en un estudio que fue llevado a cabo en 2019 por el Laboratorio Latinoamericano de Evaluación de la Calidad de la Educación (LLECE), realizado por la Oficina Regional de Educación para América Latina y el Caribe de la UNESCO.
Que la portavoz hable sin saber o faltando a la verdad no debería sorprendernos, es la misma que dijo hace poco que las reservas “son robustas” justo antes de que el gobierno anunciara un cepo al financiamiento de los paquetes turísticos al exterior, pero lo que realmente daña es que quede establecido como una opinión de todo el gobierno, donde se supone que habita gente capacitada o, al menos informada, para comprender que los resultados de las Pruebas CERCE 2019 no se deban solo a la responsabilidad del gobierno de Macri. No hay que realizar ninguna investigación especial ni tan detallada: solo basta con revisar los resultados de las pruebas internacionales de evaluación educativa de las que participa Argentina, como las PISA o las de UNESCO, para darse cuenta de que nuestro país lleva más de dos décadas de pleno retroceso en cuanto a la calidad educativa que reciben nuestros alumnos.
Las pruebas PISA suelen ser denostadas por los sectores ligados a los gremios docentes, cercanos al kirchnerismo. Se habla de ellas como evaluaciones “estandarizadas” que poco aportan a la realidad porque están diseñadas por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) porque están pensadas para países desarrollados, pero, sin embargo, participan de ella casi 80 países de todos los continentes, incluso de Latinoamérica, donde Argentina pasó de liderar la región en el año 2000 a quedar relegado detrás de Chile, Uruguay, Brasil, México, Costa Rica y Colombia y casi emparejados con Perú, cuando 21 años atrás estábamos por encima de todos ellos. Y eso se vio en cada uno de los test realizados en los años 2000, 2006, 2009, 2012 y 2018.
También en las pruebas del LLECE, una prueba latinoamericana diseñada para alumnos de primaria de escuelas de la región, Argentina demostró o un retroceso o la falta de avances, desde 1996 cuando comenzaron a tomarse en distintas modalidades: PERCE, SERCE, TERCE mucho más si se tienen en cuenta los progresos de otros países vecinos, como Chile y Uruguay y un poco más lejos, Costa Rica y Cuba, que solía liderar la región cuando participó. En esta última edición fue notorio el crecimiento de El Salvador, un país que atravesó una guerra y que en los tratados de paz tuvo que acordar incorporar las escuelas comunitarias, creadas de manera autónoma por las familias ante la ausencia del Estado para alfabetizar a sus hijos. Aún desde ese punto de partida tan complicado, mejoraron notoriamente, mientras que nuestro país, con un sistema educativo robusto, inclusivo, con una de las mayores inversiones estatales en educación, cercanas al 6% del PBI, no logró demostrar mejoras algunas o considerables en las últimas dos décadas.
Nuestro país, con un sistema educativo robusto, inclusivo, con una de las mayores inversiones estatales en educación, cercanas al 6% del PBI, no logró demostrar mejoras algunas o considerables en las últimas dos décadas.
Y eso tiene consecuencias. Producto de la alta conflictividad gremial, de los problemas existentes para garantizar un normal desempeño del ciclo lectivo, muchas familias abandonaron la escuela pública y comenzó un éxodo progresivo de alumnos hacia las escuelas privadas, cuya matrícula pasó de 23,8% en 2002 a 28% en 2013. Hay ejemplos que asustan: en la provincia de Santa Cruz este año culminan la escuela media alumnos que, por problemas gremiales o el cierre de escuelas por pandemia, en los últimos 5 años asistieron a clase la mitad de los días que les correspondía.
Además, la mitad de los alumnos que logran terminar la escuela media carecen de comprensión lectora. Vale recordar que hace tres años el Ciclo Básico Común de la UBA dictó cursos de lectoescritura para acompañar a los alumnos que intentaban cursar una carrera de grado en la que no podían entender un texto necesario. Fue un hecho sin precedentes.
En los últimos 20 años se sancionaron las leyes más importantes en materia educativa como la misma Ley Nacional de Educación o Ley de Financiamiento Educativo y hasta la Ley de 180 días de clase. Ninguna de ellas se cumple o no cumplió los objetivos trazados. El fracaso respecto al cumplimiento de la normativa existente en materia educativa es estrepitoso. Por ejemplo, en 2010, debíamos tener 3 de cada 10 escuelas primarias de jornada completa, y 11 años después no llegamos a la mitad de ese objetivo.
Existen otros problemas graves que afectan la calidad educativa argentina que van desde los problemas de infraestructura y mantenimiento hasta la misma formación docente. El deterioro ya es peligroso y ostensible; estamos atravesando una verdadera tragedia educativa que, con las consecuencias que dejará el largo proceso de escuelas cerradas durante la pandemia, que desvinculó a más de un millón de alumnos de la escuela y bajó considerablemente los aprendizajes por el extenso intento de educar a distancia, algo para lo que la escuela, los docentes y las familias no estaban preparados, nos dejará como saldo el peor momento de la rica historia que tiene nuestra educación.
Para colmo, venimos de dos campañas electorales durante este año donde se habló bastante poco de educación. Y esto no es la primera vez que sucede, lo que abre interrogantes sobre si la educación le interesa a nuestra dirigencia y si hay verdadera demanda social sobre ella.
Por todo esto, lo último que necesita la Argentina es meter el problema educativo adentro de la grieta, buscando culpas de modo infundado en el otro y de modo permanente para no hacerse cargo del presente y de la historia reciente. Quizás la portavoz gubernamental no lo recuerde, pero en los 21 años que llevamos de este siglo la Argentina tuvo, y tiene, gobiernos peronistas durante 15 años.
Porque si la solución es señalar deliberadamente, en una búsqueda egoísta de un rédito político, es posible que en esa acción solo se encuentren frente a un espejo que les devuelva con creces la responsabilidad del fracaso que buscan depositar.
La educación es un problema demasiado grande para solucionarlo con este tipo de nimiedades políticas.