La tragedia a ritmo de comedia
El falso documental de Netflix expone en clave satírica las contradicciones políticas y culturales de un mundo extraviado
La tragedia sepulta las sonrisas, nos hunde en la desazón. El humor, en cambio, alivia. Esa es la clave que propone Muerte al 2020, el falso documental en paso de comedia de Charlie Brooker, que se estrenó en Netflix. Aquí, el creador de Black Mirror salta a lo cómico y deja de lado, por el momento, la inquietud distópica de su célebre serie de culto (al menos en sus tres primeras temporadas).
Desde una mirada retrospectiva hacia 2020, y con Estados Unidos e Inglaterra como escenarios principales, el ingenio satírico de Brooker fluye a través de diversos personajes, entre los que sobresale un periodista interpretado por Samuel Jackson (recuerden su papel de criminal reflexivo en Pulp Fiction de Tarantino), un particular profesor de historia encarnado por Hugh Grant, o una reina Isabel representada por Tracey Ullman, más interesada en negar la existencia de Meghan Markle y seguir la serie The Crown que en reflexionar sobre el Brexit.
En toda narrativa satírica, como en Muerte al 2020, se ridiculizan dislates individuales y colectivos. El ojo satírico acude al humor, la ironía y la parodia. Su peligro es reducirse a la pura burla, al mero goce del reír sin reflexión; su mejor promesa es la risa como estímulo de la inteligencia. Ejemplo clásico de esto último es Jonathan Switf y su crítica lateral a la sociedad de su tiempo a través de las aventuras de Gulliver, en 1726.
El humor satírico en Muerte al 2020 afila sus dardos cuando concibe a Trump como un "cerdo experimental" que al autorizar el asesinato del general iraní Qasem Soleimani acercó al mundo a una tercera guerra mundial; a Boris Johnson como"el ministro espantapájaros"; a Joe Biden como "el fantasma de un mayordomo que volvió de la muerte"; o a Bernie Sanders como "el abuelo anarquista".
La elaboración humorística de la actualidad puede ser justificada desde diversas referencias culturales. En su ensayo de 1927, "El humor", Freud pondera lo humorístico como barrera defensiva ante el embate del sufrimiento. En su relato "El soborno", en el Libro de arena, Borges alude a un personaje que "propendía a tomar en serio las cosas, incluso los congresos y el universo, que bien puede ser una broma cósmica".
El humor como defensa psicológica, o como estímulo reflexivo. Pero también, según el decir de Gilles Lipovesky en su clásico La era del vacío, lo humorístico corre el riesgo de degradarse en "banalización ‘relax’ promovida al rango de valor cultural".
Para no quedar entrampados en lo banalizador, entonces, mejor es abordar el humor satírico en Muerte al 2020 como risa que pone en escena algunos de los problemas estructurales de esta época, lo que incluye, claro, la pandemia nacida en Wuhan. Desde esa mirada analítica surge, por ejemplo, el pedido de reacción de la adolescente Greta Thunberg ante el cambio climático en la Conferencia de Davos, con el trasfondo de los torbellinos de fuego de los incendios en Australia. O el empobrecimiento cultural provocado por el hecho de que las imágenes emblemáticas de series son más relevantes para evocar el presente o el pasado que los estudios académicos; lo que es simbolizado en la parodia de Tennyson Foss, el historiador interpretado por Hugh Grant, que entiende los escenarios actuales, no asociándolos con la historia, sino con momentos de Games of Thrones o La guerra de las galaxias.
En su discurso rocambolesco, Foss alude a la polarización y su saga de odio, intolerancia y desprecio entre corrientes de opinión enfrentadas. Fenómeno anómalo detrás del cual vibran los intereses de las empresas informáticas, dado que, como lo aclara un CEO tecnológico satirizado en el film, la radicalización se consigue luego de seis meses de alucinada exposición de los individuos a las redes, aunque confía que, en el futuro, el tiempo para la polarización pueda reducirse a cinco minutos.
La pandemia es incremento de muertes, y cuarentenas que recluyen a la gente en los hogares. Buenas noticias para los pulpos informáticos, en tanto el encierro favorece el aumento exponencial del uso de aplicaciones y de tiempo de conexión digital, confirma el CEO de la ficción de Brooker. Optimización de utilidades.
La tecnodependencia en ascenso se completa con la difusión de la cultura adictiva del entretenimiento a la manera de un programa creado por Netflix, Flor is lava, que es motivo de parodia al apelar a juegos que no premian el ingenio sino solo el escape de pisos que se quiebran entre ríos de lava imaginaria.
Una madre personificada por Cristin Milioti (actriz que aparece en el primer capítulo de la tercera temporada de Black Mirror), en la ficción sonríe como seguidora entusiasta de Trump, y trae al escenario de las serias problemáticas epocales al racismo velado y las delirantes teorías de la conspiración. El origen del virus, dice, no nació en China sino en un laboratorio de George Soros, que le permite luego a Bill Gates crear la vacuna con microchips para lograr el control final de los individuos. Tras la humorada, asoma la influencia de las narrativas conspiranoicas en el imaginario contemporáneo, que actúan también como usinas continuas de fake news.
El racismo subyacente agrega problematicidad en el año pandémico. En Minneapolis, George Floyd muerto por el maltrato policial. La víctima fue capturada en pocos segundos por una denuncia desestimable, y el hombre blanco culpable de la brutalidad policíaca, meticulosamente filmado, es detenido recién en cuatro días, como observa el cáustico periodista encarnado por Jackson.
Y la posverdad. Entre risas, una asesora política trasluce otro fenómeno contemporáneo preocupante: la negación de la realidad evidente. La asesora de Trump no duda en contradecir lo que dijo un instante antes cuando eso no coincide con sus intereses. Lo real no es lo que es, sino lo que cierto sujeto de la enunciación dice que es. El relevo de los hechos por palabras, de lo real verificable por las afirmaciones dadas por verdaderas solo por el mero deseo de que sean ciertas.
El falso documental satiriza también la subestimación de la prevención sanitaria ante el Covid-19 por parte de Trump o Johnson. Y el humor que parece agotarse en carcajadas despreocupadas, visto desde su revés, no se despega de lo trágico e inquietante. Por eso, el sociólogo Peter Berger en Risa redentora. La dimensión cómica de la experiencia humana, afirma que la concepción cómica del mundo "es la visión del mundo al revés, burdamente distorsionado, y precisamente por esto capaz de revelar mejor que la visión convencional, directa, algunas verdades ocultas".
La acción cómica como fuerza crítica que puede descubrir "verdades ocultas". Y exponer la burla del poder; de cierto entretenimiento como estandarización de la tontería; de la vanidad de los Oscar. También, el humor ante la ciencia, lo que promueve el reconocimiento de las propias limitaciones y remite al uso de la exageración paródica en Erasmo de Rotterdam, cuando en 1509 escribe El elogio de la locura para criticar a aquellos filósofos que, lejos de reírse de sí mismos, "no saben nada, aunque proclamen que lo saben todo".
A pesar de la amplitud de sus temas, mucho drama queda fuera de la mirada satírica que parpadea entre las bromas, generalmente inteligentes, de Muerte al 2020.
El humor considerado en todo su espesor desnuda, y no encubre, la realidad. La aproximación desde el humor a lo funesto no es entonces evasión, sino el momento en que, después de la risa, recapacitamos en el daño de lo trágico a enfrentar y superar.