La tierra de las oportunidades perdidas
La historia es eso que pasa mientras la Argentina desperdicia oportunidades. Acaso la mayor fue la que se nos presentó con la Segunda Guerra Mundial, cuando el país estaba entre los diez más ricos del mundo, llevaba medio siglo sin defaults y una década de crecimiento ininterrumpido, Inglaterra nos debía fortunas, los pasillos del Banco Central rebosaban de lingotes de oro, no había inflación, nuestro PBI era el doble que los de Italia y España y superior al de Francia, y las condiciones de vida eran las mejores de Latinoamérica y casi toda Europa; por lo cual recibíamos millones de inmigrantes ansiosos de trabajo y de progreso.
Fue por entonces que equivocamos todas nuestras decisiones. En lugar de aliarnos con las naciones democráticas, el golpe de 1943 nos puso del lado equivocado de la grieta mundial, impidiendo por años que la Argentina entrara en guerra con el Eje nazifascista. Cuando el presidente Rawson, primero, y el canciller Storni, luego, manifestaron su voluntad de unirse a los Aliados, nuestro germanófilo Ejército los obligó a renunciar. A continuación, el vicepresidente de aquella dictadura desarrolló su campaña presidencial bajo el lema “Braden o Perón”, enemistándonos con un país democrático que era la primera potencia mundial. Ya presidente, el entonces coronel abrió las puertas de la Argentina a miles de nazis, lo cual incluyó a los jerarcas más sanguinarios, como el doctor Mengele, atroz experimentador de Auschwitz; Erich Priebke, el carnicero de las Fosas Ardeatinas, y Adolf Eichmann, organizador de las deportaciones a los campos de exterminio. Después, Perón –que creía inminente una tercera guerra mundial– cerró la economía (del 24% al 12% del PBI), apostó a la sustitución de importaciones y sometió al país a un modelo de desarrollo copiado de la Inglaterra fabriquera del siglo XIX. Finalmente, Evita viajó a Europa a sacarse fotos con Franco… y acá estamos.
¿Década infame? Puede ser. Pero durante los trece años anteriores al 17 de octubre de 1945 la economía argentina creció a un promedio anual del 3,97%, y la industria, al 5,72%. El contexto económico en que asumió Perón era extraordinariamente favorable: quince años de saldos comerciales positivos que superaban ya el 8% del PBI, inflación inferior al 2% anual, tasas reales positivas y 80% de los ahorros en pesos, reservas del Central que alcanzaban para pagar cinco años de importaciones y el mayor boom de precios de nuestras exportaciones de la historia. Bastaba mantener el ritmo del período 1875-1945 por 70 años más para que en 2015 el PBI argentino fuera similar al de los Estados Unidos. Y la tiramos a la tribuna en nombre de la soberanía…
El que hizo todo lo contrario fue Brasil, que declaró la guerra a Hitler en 1942, cuando su PBI per cápita era cuatro veces menor que el argentino (US$6829 vs. US$1584, según Maddison). Desde entonces, nuestros vecinos establecieron una sólida alianza con los países democráticos; política de Estado que adoptaron todos los gobiernos brasileños desde Getúlio Vargas, sin importar su signo ideológico. ¿Y la soberanía? Bien, gracias. Brasil no solo tiene soberanía energética, sino gasoil; no solo tiene independencia económica, sino moneda. Una moneda que vale 24 pesos cuando hace veinte años valía la mitad de un peso. En cuanto a la soberanía territorial, la brasileña no incluye flotas extranjeras pescando en sus mares, ni aviones cargados de terroristas iraníes, ni bases chinas. ¿La economía? Si desde 1942 hubiéramos igualado el crecimiento de Brasil, nuestro PBI habría sido en 2015 de 68.229 dólares per cápita y la Argentina sería el tercer país más rico del mundo, solo superado por los califatos petroleros Qatar y Kuwait, y por delante de Singapur y Suiza. Tudo beleza!
La historia de las consecuencias económicas de nuestros alineamientos internacionales viene a cuento porque el mundo parece empecinado en darnos otra oportunidad. Una oportunidad mejor que las anteriores, si nos guiamos por los términos de intercambio comercial que indican la relación de precios entre lo que exportamos y lo que importamos. El último valor de 2022 (166) superó el récord de 1948 (150) y fue el mejor desde 1810. Un huracán de cola. Con la pandemia y la guerra de Putin, los planetas han vuelto a alinearse a favor de nuestra desconcertante patria. En Europa se agarran la cabeza por la dependencia del gas ruso. En Estados Unidos desarman lavarropas para sacarles los chips y ponérselos a los automóviles. En todo el mundo se preguntan cómo alimentar a 8000 millones de seres humanos sin las llanuras ucranianas. Las cadenas de aprovisionamiento están rotas, y los países ricos y democráticos necesitan socios confiables. ¿Podremos serlo, o es mucho pedir?
Lo único que se necesita es un poco de cordura para desarrollar el sector “australiano” de nuestra economía, esquilmado y jibarizado desde que la UIA y el peronismo decidieron que sin industria no había nación y nos quedamos sin nación y sin industria. Si dejáramos de saquear a sus productores, nuestro campo podría producir el doble de lo que produce. Si construyéramos la infraestructura, Vaca Muerta podría crear un sector exportador que facturase el doble que el agropecuario. Si dejáramos de confundir regulaciones con prohibiciones, la minería podría aportar lo suyo. Si la Argentina se alineara esta vez con los países democráticos del mundo, de Japón a Norteamérica, pasando por India y Europa; si relanzara el acuerdo Unión Europea-Mercosur y avanzara en tratados de libre comercio como los que proponen nuestros socios; si apostáramos al desarrollo de nuestros sectores productivos sin la pretensión de que el Estado elija los ganadores y perdedores, nuestro futuro podría mejorar dramáticamente en un par de períodos presidenciales. En cambio, le proponemos a Putin ser su puerta abierta para América Latina, hermanamos al Partido Justicialista con el Partido Comunista Chino, le rendimos homenajes al camarada Mao, hablamos en la Cumbre de las Américas en representación de las dictaduras cubana y venezolana, dejamos entrar aviones piloteados por terroristas iraníes y suplicamos ingresar a ese no-lugar que es el BRIC. Una política de relaciones internacionales que parece dirigida por Dady Brieva, y que nos lleva –otra vez– a ninguna parte.
Llueve sopa, y nosotros, con el tenedor. Importando gas en vez de exportarlo. Quedándonos sin dólares para comprar insumos para la industria nacional, que debía evitar nuestra dependencia y hoy tiene un saldo comercial negativo de US$12.843 millones anuales. Y todo, en plena cosecha, con la soja duplicando su valor desde 2019, más de US$20.000 millones extras ingresados por diferencia de precios gracias al demoníaco sector agropecuario y más de US$14.000 millones de beneficios por la diferencia entre aportes y pagos al luciferino FMI. Suman unos US$35.000 millones en solo dos años, que se fugaron todos, todos; evitando una megadevaluación y una híper al precio de pasarle la bomba de tiempo al futuro gobierno. Peronist business as usual.
Mientras prolongamos nuestra agonía y rezamos por que no suceda lo peor, la guerra criminal de Putin vuelve a poner en nuestras manos una oportunidad inmejorable. No se necesita demasiado ni hay que inventar nada. Basta aplicar lo que ha dado resultado en todo el mundo y abandonar el modelo nacionalista, proteccionista, estatista, industrialista y populista que, con nosotros adentro, está volando por los aires.