La tercera fase del cuarto gobierno kirchnerista
Los ciclos políticos están marcados por fases de velocidad y reposo desde una cosmovisión. Al inaugurado en 2019 lo define un Estado como protagonista estelar, pero con una diferencia respecto de versiones anteriores: prima el reposo, la inacción como forma de gobierno.
Es que todas las partes de la prosaica coalición gobernante están de acuerdo en la idea, pero no en el cómo, de ahí la inmovilidad. Falta convicción en unos y sobran los intereses que frenan, pero sobre todo explican las marchas y contramarchas que siempre terminan en el primer casillero de la nada.
Todo tiene un vicio de origen: la anomalía del dispositivo de poder gobernante, con un presidente con legitimidad maculada al que le prestaron los votos y una compañera de fórmula que detenta más poder desde un lugar que debería ser de acompañamiento solidario y no de protagonismo.
Ya en período terminal, se acaba de inaugurar la tercera fase del ciclo. Y como no podía ser de otra manera, sigue el formato de heterogeneidad institucional: intervinieron el Poder Ejecutivo desde un ministerio. Es decir que el poder se mudó a un puesto subalterno y de fusible por definición.
Aquellos que insisten en perderse en la superficie de la novedad política coyuntural y no vieron el pecado original allá en 2019 deberían mirar este dato con mayor atención. Y sumarle dos, que terminan de describir un derrotero que augura todavía más inestabilidad.
Luego de que la Corte Suprema allanó el camino, el Poder Judicial está llevando adelante uno de los juicios más importantes de la historia, con una determinación que no se veía desde el juicio a las juntas. Derechos humanos entonces, hoy corrupción. Con una simbología (lugar, bandera y logos) detrás del acusado en pantalla, que todo lo confunde y plantea un conflicto de poderes inexistente: no es al Poder Legislativo al que se está juzgando, sino a un ciudadano, que mezcla fueros con impunidad.
El análisis se completa con lo que se perfila desde la fase gubernamental recién inaugurada. Por más de un año vivimos en la utopía de Tomás Moro, donde un país podía ser sin existir, es decir sin hacer, sin producir. Tamaño absurdo sumó graves distorsiones a una economía cargada de desequilibrios históricos.
Ahora bien, la nueva propuesta para enfrentar el desafío tiene dos problemas mayúsculos, además de falta de densidad y gusto a poco. Carece de lo más elemental: cómo financiar la transición para lograr el equilibrio; hasta acá solo martingalas de préstamos soberanos o bancarios inexistentes. Y deja entrever lo peor para el sector privado desde la ceremonia inaugural: un grupo de pícaros (los de siempre) listos para aprovechar las ventajas que crearon las distorsiones, con el apoyo regulador del Estado.
Magis (mago) viene del latín y denota aquel que pretende hacer o poder hacer más que otras personas, distrayendo o distorsionando nuestras percepciones. No nos confundamos: la Argentina vive una situación crítica causada por un estado de excepción permanente. Mientras sobre magia y falten instituciones seguiremos en la redundancia.