La teoría de la ventana rota
En estos días, donde están presentes la imprevisibilidad oficial, la inseguridad en su más amplio sentido, los malos servicios públicos (desde el transporte hasta la infraestructura vital y diaria de la gran ciudad) es interesante volver a recordar los fundamentos de la "teoría de la ventana rota". En muchos países sigue vigente, y si bien han surgido algunos cuestionamientos a la teoría desde que fuera formulada en los años 90, su aplicación permite comprender en toda su dimensión los resortes y las conductas de las sociedades, en este caso, la argentina.
Los trabajos de investigación en torno a la teoría se basan en un artículo publicado en marzo de 1982 en la revista estadounidense The Atlantic Monthly. Allí se decía: "Consideren un edificio con una ventana rota. Si la ventana no se repara, los vándalos tenderán a romper unas cuantas ventanas más. Finalmente, quizás hasta irrumpan en el edificio y, si está abandonado, es posible que sea ocupado por ellos. Además, consideren una acera. Se acumula algo de basura. Pronto, más basura se va acumulando. Eventualmente, la gente comienza a dejar bolsas de basura de restaurantes de comida rápida y a ensuciar los alrededores".
Ese trabajo periodístico motorizó una serie de interpretaciones de psicología social y de abordajes sociológicos. La conclusión es discutible, pero atrayente. En síntesis, se propone reparar las "ventanas rotas" en un corto tiempo, en días, en menos de una semana, para impedir que algunos se tienten y destruyan más ventanas. De la misma manera, hay que evitar que la basura se acumule en las calles.
Catorce años después de aquel artículo, George Kelling y Catherine Coles, tomando la teoría de la ventana rota como plataforma de lanzamiento, elaboraron un libro que tuvo mucho impacto: Restaurando el orden y reduciendo el crimen en nuestras comunidades . Kelling comenzó a ser presentado como el mentor intelectual de lo que se llamó "tolerancia cero" en una Nueva York que estaba a cargo del alcalde republicano Rudy Giuliani. A partir de ello, se escucharon serias acusaciones. Una de ellas fue que la "tolerancia cero" les abría el paso a prácticas discriminatorias hacia los "afrodescendientes". Otra fue que las autoridades no tenían en cuenta el avance de la epidemia del crack y de otras drogas en el aumento de la violencia. La solución, entonces, era mucho más compleja.
Luego se fueron sumando a la polémica nuevas investigaciones. Una de ellas sostenía que el desorden y el delito están inexorablemente ligados, en una suerte de secuencia que se cumple paso a paso. Y psicólogos sociales consideraron que las "ventanas rotas" no son patrimonio exclusivo de barrios pobres o carenciados.
Una ventana sin reparar, argumentaron, es señal de que a nadie le preocupa; por lo tanto, romper más ventanas no tiene un costo significativo.
Muchos años más acá, y en nuestro país, los concesionarios de los servicios ferroviarios parecen desconocer esta evidencia tan simple (y también las empresas recolectoras de basura en la vía pública). No es necesario viajar en la línea Sarmiento para comprobar esto, cualquier línea bastaría. Así como basta pararse frente a una barrera cualquiera y observar el paso de trenes hacia uno y otro lado para comprobar un tremendo deterioro. Los vagones están sucios y rotos, llenos de grafitis, y los asientos están despedazados.
Las ventanas están rotas. Pero nadie puede determinar qué empezó primero, si las ventanas rotas o el pésimo servicio o la falta de respeto al pasajero o el incumplimiento en los horarios o la serie de accidentes que suceden a diario. A falta de suficiente transporte, muchos usuarios viajan peligrosamente colgados, jugándose la vida. Es tanto el atropello que, de pronto, la gente explota, como ha sucedido algunas veces en las estaciones terminales o en las intermedias.
Las ventanas rotas no son sólo responsabilidad de los procesados hermanos Cirigliano. Hay otros en la misma categoría. Los sectores más beneficiados en el reparto de subsidios económicos son el energético y el de transporte. El primero de ellos, con una participación en 2010 y 2011 del 58%, y el segundo, del 32%. Ambos representan casi el 90% de los subsidios. Entran en la categoría de subsidios al "sector económico", que en los últimos siete años aumentó un 2312%. En 2005, esos subsidios alcanzaban los 2820 millones de pesos, mientras que en 2011 subieron a 68.015 millones. Tuvieron como objetivo el congelamiento de las tarifas y la cobertura del déficit de las empresas públicas, una pesada carga para las cuentas públicas, hoy desniveladas.
La enseñanza de la teoría de la ventana rota es que si no las arreglan, se van a seguir rompiendo. En el caso que nos ocupa, hasta volver de uso imposible importantes servicios de transporte.
Es necesaria, para que las arreglen, la tarea de control público. La Auditoría General de la Nación previó el fatal accidente de Once. Y advirtió. Esperemos que siga adelante con su tarea, y que no se la obstruyan. Pero, por sobre todas las cosas, que el Gobierno lea sus informes y actúe en consecuencia.
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