La tecnología y el hombre
Por Juan José Sanguinetti (para La Nación )
ROMA
EL hombre es un ser tecnológico porque no puede vivir en la naturaleza sin modificarla. Los objetos técnicos son en cierto modo una prolongación de su cuerpo.
Por medio de la técnica puede el hombre aprovechar las potencialidades del mundo, poniéndolas a su servicio. Dios mismo, en su designio creador, quiere que las cosas sean de este modo, al poner al ser humano en un mundo imperfecto e incompleto, para que éste, con su racionalidad y su esfuerzo, lo complete y pueda no solamente sobrevivir, sino vivir bien, conforme a su dignidad. Éste es el fundamento antropológico y teológico de la técnica.
En la época antigua y medieval, sin embargo, la técnica era más bien marginal en la cultura. Era una técnica artesanal, ligada a la experiencia concreta y al trabajo físico directo con las cosas. Por eso, los intelectuales no la valoraban excesivamente, sino que más bien la encuadraban en el ámbito de las tareas serviles y meramente materiales.
Con la ciencia moderna este panorama cambia profundamente. La técnica moderna se puede llamar más propiamente tecnología. Al fusionarse con la ciencia, y al entrar en la dinámica industrial y económica, desde fines del siglo XVIII en adelante empezamos a presenciar un desarrollo portentoso de la tecnología, con un dinamismo que se alimenta de su propia energía y fija sus propios objetivos, creando nuevas necesidades para el hombre.
Visión estrecha e ingenua
Este imprevisible desarrollo de la tecnología supuso un servicio muy notable para el hombre, al permitirle dominar el espacio, aprovechar el tiempo, mejorar la calidad de vida para millones de seres humanos (pensemos por ejemplo en el servicio al hombre de la medicina moderna, en las tecnologías comunicativas, etcétera).
De aquí surgió, en el siglo XIX, cierta euforia tecnológica. Parecería que con las máquinas el hombre llegaría a adueñarse del mundo y conquistar así su libertad. El mismo Marx pensaba que el hombre finalmente liberado sería un productor, gracias a la maquinaria tecnológica. Pero ésta era una visión estrecha e ingenua. Marx reaccionaba, además, contra la depauperación social que estaba provocando la Revolución Industrial. Esto era un signo de que la tecnología sin más, tomada en su puro desarrollo sin control, no necesariamente mejoraba al hombre.
En el siglo XX, aunque el desarrollo tecnológico es portentoso y aún más increíble que antes, asistimos al fenómeno cultural importantísimo de la toma de conciencia por parte del hombre de los límites de la tecnología. Límite ético: la tecnología se puede usar para el bien o para el mal, y hay tecnologías de por sí aberrantes, como la continua producción de bombas atómicas cada vez más destructoras. La primera explosión de la bomba atómica fue una potente señal de alerta. El otro límite fue el ecológico: la técnica desarrollada o aplicada indiscriminadamente, sin tener en cuenta la variedad de la naturaleza y su delicado equilibrio, podía llegar a dañar irreparablemente el ecosistema, en definitiva, el planeta mismo en que habitamos.
El desafío del siglo XXI
El alarmismo exagerado con que algunos criticaron la técnica (pienso en Heidegger mismo, que da una visión sombría del avance tecnológico) no debe hacer perder de vista los riesgos serios del tecnologismo puro. Hoy, a punto de entrar en el siglo XXI, la humanidad se enfrenta con el problema de cómo afrontar la tecnología para que ésta realmente sirva al hombre y no destruya o empobrezca la vida, riqueza del planeta, y la plenitud de la vida humana, y para que ésta llegue en sus beneficios a todos los hombres y no sólo a ciertos sectores.
Algunos hablan de buscar nuevos planteamientos, una nueva mentalidad ("tecnologías alternativas") en que la técnica sea menos agresiva (y lo es obviamente cuando está presidida sólo por criterios económicos), y por el contrario se vuelva más participativa, enfocada más globalmente, con armonía, con sentido de la estética, permitiendo la creatividad cultural del hombre y la apertura del espacio social, familiar, personal, religioso. Casi se podría decir que el problema tecnológico es el problema del hombre en este cambio de siglo. Estamos, en este sentido, frente a un gran desafío al alumbrar el nuevo siglo.
Lo que no resuelve la técnica
Tenemos que convencernos también de que no todo problema humano se resuelve de manera técnica (el amor, la amistad, el problema del sentido de la vida, o de la familia).
Esto debemos asumirlo poco a poco de modo concreto, aunque contamos ya con criterios generales, como los que señala Juan Pablo II: "El progreso técnico no debe asumir el carácter de dominio sobre el hombre y de destrucción de la naturaleza. La técnica, en el sentido querido por Dios, debe servir al hombre, y el hombre debe entrar en contacto con la naturaleza como custodio inteligente y noble, y no como explotador sin reparo. Eso solamente será posible si el progreso científico y técnico va acompañado de un crecimiento en los valores éticos y morales".