La solución de los dos Estados en Medio Oriente
Luego de que la ONU le acordara a Palestina el estatus de Estado observador no miembro, el impulso del alicaído proceso de paz depende de las partes, pero también de la ayuda de la comunidad internacional
En Medio Oriente, las cosas cambian todo el tiempo, algo particularmente cierto cuando hablamos del conflicto palestino-israelí.
El 29 de noviembre último, la Asamblea General de las Naciones Unidas votó por abrumadora mayoría acordarle a Palestina el estatus de Estado observador no miembro de la organización. Con 138 votos a favor, 9 en contra y 41 abstenciones, la votación da cuenta del amplio apoyo internacional al derecho del pueblo palestino a la autodeterminación y a tener su propio Estado independiente. También da cuenta del resentimiento internacional por la ocupación del territorio y las violaciones de los derechos humanos, y del aislamiento de Israel en el plano diplomático. Casi todos los países de América latina votaron a favor.
La votación se realizó en una fecha de hondo simbolismo, ya que 65 años antes, el 29 de noviembre de 1947, la Asamblea General aprobó la resolución 181, hoy conocida como Plan de Partición, a favor del establecimiento de "un Estado judío y un Estado árabe" en la ribera occidental del río Jordán -que había estado bajo mandato británico entre 1918 y 1947-, y un régimen internacional especial de corpus separatum para Jerusalén, Belén y las áreas circundantes. En lo esencial, la resolución de noviembre pasado es complementaria de la de 1947, pues define que el nombre de aquel "Estado árabe" es Palestina, que está conformado por Cisjordania y la Franja de Gaza, que su capital es Jerusalén Oriental y que sus fronteras son las marcadas por el cese del fuego de 1967.
La postulación de Palestina para integrar las Naciones Unidas llega después de 20 años de negociaciones infructuosas entre la Organización para la Liberación Palestina (OLP) e Israel. Los palestinos argumentan que Israel estiró las negociaciones para ganar tiempo a fin de avanzar con los asentamientos y así generar una situación de facto sobre el territorio ocupado que luego dificultara su retiro de la zona y así abortar la creación del Estado palestino.
El fracaso del proceso de negociaciones debilitó el liderazgo de Al-Fatah, rama moderada de la OLP, y fortaleció a los grupos radicalizados liderados por Hamas, quienes le critican a Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina, haber cedido los derechos nacionales de los palestinos, y reivindican la resistencia, por encima de las negociaciones, para obtener resultados.
Sin embargo, la reciente operación militar entre Israel y Hamas, en noviembre pasado -que causó la muerte de más de 170 habitantes de Gaza, un tercio de ellos bebes y niños, y la destrucción masiva de hogares e infraestructura, mientras que los israelíes sufrieron trastornos y seis muertos, víctimas del fuego de los misiles-, pareció abrir la situación a otras posibilidades.
Con su voto de apoyo a la solicitud de Palestina ante las Naciones Unidas, la comunidad internacional se propuso fortalecer a la moderada OLP y a su líder Abbas, permitiéndoles ostentar una victoria política no menos importante que la victoria militar que se autoadjudicó Hamas por haber lanzado misiles que, esta vez, alcanzaron incluso las ciudades de Tel Aviv y Jerusalén. A su regreso a Ramalah desde Nueva York, el presidente Abbas fue recibido como un héroe y, sorprendentemente, también recibió el apoyo expreso de Hamas por su victoria en la ONU.
En Israel se escucharon voces prominentes que llamaban al gobierno a votar a favor de Palestina, y en Tel Aviv, el movimiento pacifista israelí organizó una marcha de apoyo a la postulación de Palestina ante las Naciones Unidas.
Sin embargo, el gobierno israelí hizo caso omiso de esas voces e impulsó, por el contrario, una campaña para impedir que la ONU aprobara la resolución. El resultado fue un mayor aislamiento de Israel en la arena internacional, que se profundizó aún más cuando el gobierno de Netanyahu decidió "castigar" a los palestinos por el voto de la ONU, anunciando sus intenciones de construir 3000 nuevos hogares en la zona crítica llamada E-1.
La categórica reacción de la comunidad internacional -muchos países europeos convocaron a los embajadores de Israel en sus países y amenazaron con sanciones si efectivamente se construyen nuevas viviendas- tal vez pueda abrir una nueva esperanza. En su alegato ante las Naciones Unidas, Abbas dijo que ésta era "la última oportunidad" que tenía la comunidad internacional de salvar la solución de los "dos Estados", y agregó que "el margen de oportunidad se está achicando y el tiempo se agota rápidamente". Para Abbas, apoyar la solicitud palestina implicaba "insuflar nueva vida" al estancado proceso de paz.
La resolución de las Naciones Unidas, que reconoce como válidas las fronteras de 1967 entre Palestina e Israel, representa un punto de referencia para futuras negociaciones. Mientras tanto, uno de los principales objetivos de la actual agenda palestina debe ser lograr la reconciliación entre moderados y radicales, para poder presentar una posición unificada frente a la comunidad internacional si se reabren las negociaciones. No será fácil, pero el resultado de los recientes enfrentamientos en Gaza, sumado al éxito en las Naciones Unidas, ha dado nuevo impulso a los esfuerzos de reconciliación.
La inferida victoria de Hamas en Gaza y la victoria política de Abbas en la ONU pusieron a ambas facciones en un mismo nivel de popularidad y podría allanar el camino de la reconciliación, el primer paso necesario para tomar acciones conjuntas en pos de un Estado palestino.
Para nosotros dos, queda claro que un futuro Estado palestino debe asentarse en Cisjordania, Gaza y Jerusalén Oriental, junto al Estado de Israel, y que posiblemente deberá incluir un acuerdo de ambas partes sobre el intercambio de tierras y una solución consensuada para el problema de los refugiados palestinos. Es la única fórmula que puede funcionar, y cuenta con el apoyo de la totalidad de la comunidad internacional. Si los asentamientos avanzan y no se reanuda un proceso serio de negociaciones, muy pronto no habrá margen para la solución de los "dos Estados".
Sin embargo, la otra alternativa que se presenta no es una solución de "un solo Estado binacional", sino más bien un conflicto palestino-israelí permanente, con su costo en víctimas civiles, o un dominio israelí de la zona que, en lo esencial, sería un régimen de apartheid , ya que a los palestinos no se les otorgarían derechos electorales igualitarios.
De acuerdo con todas las encuestas, la mayoría del pueblo palestino e israelí sigue apoyando la solución de los "dos Estados", aunque no hay acuerdo ni entendimiento en cuanto a la naturaleza y las fronteras del Estado palestino. Esas mismas mayorías de ambas comunidades son pesimistas sobre la posibilidad de alcanzar ese objetivo, y desconfían de la capacidad de los líderes de ambas partes para hacer avanzar ese proceso.
Es ahí donde entra a jugar la comunidad internacional, que debe ayudar para facilitar la resolución del conflicto, en especial porque la solución del conflicto palestino-israelí sería crucial para la estabilidad de la región y allanaría el camino para la creación de un nuevo régimen de paz y cooperación en Medio Oriente, que genere una zona libre de armas nucleares y de destrucción masiva.
Las partes involucradas no pueden lograrlo por sí solas. La declaración del presidente Obama de que "Estados Unidos no puede querer la paz más que las propias partes involucradas" no es el tipo de actitud que se necesita actualmente. Si las partes no son capaces de avanzar por sí solas hacia el objetivo que más les conviene a sus pueblos, la comunidad internacional debe ayudarlas a avanzar.
Los europeos dicen que Estados Unidos debe tomar la delantera, y estamos de acuerdo en que Obama debería proponer una iniciativa seria para resolver el conflicto. Pero también hay margen para otras iniciativas internacionales que apoyen la paz entre israelíes y palestinos y para todos aquellos que trabajan en pos de ese objetivo vital y esencial.
Esperamos ver una mayor participación constructiva de la Argentina, y de América latina en general, en los esfuerzos por alcanzar un acuerdo político en el conflicto antes de que sea demasiado tarde. La ausencia de paz sólo puede engendrar violencia, extremismo y odio. La Argentina demostró su preocupación por la paz en Medio Oriente cuando la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se reunió en febrero pasado con una delegación del Palestinian-Israeli Peace NGO Forum, y declaró que la Argentina encabezará el rol de América latina en el proceso de paz. Esa actitud será ciertamente bienvenida y apoyada por los pueblos de Israel y Palestina.
Traducción de Jaime Arrambide
© LA NACION
Hillel Schenkery y Ziad AbuZayyad