¿La solución de la crisis de Buenos Aires es la división?
La propuesta del exsenador Esteban Bullrich de crear cinco provincias en el actual territorio bonaerense es un oportuno punto de partida para un debate que debe dar la dirigencia política, con el fin de resolver el retroceso en el principal distrito de la Argentina
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Pasan los años y se acumulan los diagnósticos sobre una provincia de Buenos Aires desequilibrada, disfuncional, con brechas insalvables entre el interior y el conurbano, y con un diseño institucional vetusto que no facilita su gestión. Casi al mismo tiempo también se desgranan propuestas para hacerle frente, pero las mezquindades políticas, desconfianzas y actitudes feudales de algunos dirigentes impidieron avanzar hasta ahora en un plan para resolver los problemas estructurales de la provincia que concentra el 40% de la población del país y los mayores bolsones de pobreza, y que aporta cerca del 38% del PBI.
Entre las cuestiones que condicionan a la provincia se inscriben el diseño institucional y el desarrollo territorial, pero sobre todo el indómito y explosivo conurbano. Para las dos primeras, las soluciones pueden explorarlas y ejecutarlas los propios bonaerenses. Pero el problema del Gran Buenos Aires no es de resolución provincial, sino que debería ser abordado como una política federal. El desmadre del conurbano ha dejado de ser una cuestión solo de los bonaerenses. Los dirigentes con aspiraciones nacionales caminan sus polvorientas calles en busca de votos. Pero pasados los comicios los problemas quedan en el olvido y se transfieren a la provincia.
Días antes de dejar el Senado, Esteban Bullrich hizo una contribución oportuna al debate con la presentación del libro Una nueva Buenos Aires, en el que propone, como una posible solución, subdividir el territorio en cinco nuevas provincias y toca un tema tabú, que es la partición de La Matanza en dos municipios. Es un punto de partida para discutir qué hacer con la provincia de 307.571 kilómetros cuadrados, habitada por 17,5 millones de personas, de los cuales 12 millones viven apiñados en el 1,2% de la superficie que ocupan los 24 municipios del conurbano. Pila, en la cuenca del Salado, tiene 1,1 habitantes por kilómetro cuadrado, mientras que Lanús tiene 9888 por kilómetro cuadrado.
Buenos Aires es el distrito provincial más hipertrofiado del mundo. En menos de una década, su población creció 9,4%. California, cuyo PBI la ubica como la sexta economía del mundo, es el estado más habitado de Estados Unidos, pero solo contiene al 12% de la población del país. Así como está, Buenos Aires es “ingobernable y tóxica; sin división no hay solución”, dice el politólogo Andrés Malamud, quien ha diseñado e impulsa una partición del territorio bonaerense en tres provincias. “La desmesura caracteriza a Buenos Aires, sobre todo a la inadmisible y cada vez más inmanejable situación en el conurbano”, destaca uno de los pasajes del trabajo de Bullrich, en colaboración con Enrique Morad y Jorge Colina.
Uno de los mayores reclamos de los bonaerenses del interior es que desde La Plata, la capital provincial, les reducen los fondos de infraestructura y funcionamiento para volcarlos a financiar el conurbano deficitario. La provincia solo recibe el 21% de la masa de impuestos coparticipables cuando aporta el 37%. Esa brecha, resultado de la pérdida de varios puntos de coparticipación en 1988 –que iba a ser transitoria y nunca se abordó la cuestión de fondo–, se buscó compensar con el Fondo del Conurbano, que se licuó con la inflación tras haberse establecido como una suma fija.
La provincia tiene todavía 105.000 kilómetros de caminos de tierra por donde sale la producción del campo, uno de los más ricos del país. Cada vez que llueve se transforman en vías intransitables, imposibilitando el traslado de animales y cereales a los mercados. Este año, los productores bonaerenses aportaron $15.500 millones para el mantenimiento de la red de caminos y cada vez que se encajan al intentar salir de sus campos sienten, con razón, que las prioridades están en otro lado.
Bullrich señala en el libro que el cambio que propone procura resolver la gobernanza de la provincia sin incrementar el número total de cargos electivos actuales. Las legislaturas unicamerales que imagina estarían compuestas por un número similar de representantes provinciales al de la actualidad. En cambio, se incrementará el número de senadores nacionales al sumar nuevos representantes por cada uno de los distritos a crearse.
La burocracia y la creación de más estructuras representarán un inevitable aumento del gasto y ese es uno de los puntos vulnerables de la propuesta. Malamud, que alienta la partición del territorio, pero en tres, dice que el impacto es neutro, porque la mayor parte del gasto público se genera en la opacidad de la gestión del Estado. Y porque habría un traslado de funcionarios, como policías y docentes, entre otros, a las futuras estructuras estatales.
Pero la subdivisión no alcanza si no se complementa con un decidido impulso al desarrollo territorial del interior. La pandemia de Covid-19, que llevó a cientos de personas a buscar mejor vida en el interior, puede funcionar como potenciador de ese desarrollo. El ejemplo es Tandil, que a partir de acertadas políticas públicas se convirtió en un pujante polo tecnológico. “La fuerza ordenatriz de los territorios es el acceso a la información y la capacidad de uso de esa información es lo que determina la capacidad del desarrollo”, dice Fabio Quetglas, diputado y experto en desarrollo territorial.
Buenos Aires puede quedar como un Estado fallido o buscar dar vuelta las actuales condiciones de crisis estructural. Para eso será necesario un acuerdo de todas las fuerzas políticas, que por una vez sería bueno que dejaran de pensar en la próxima elección.