La siesta, la kryptonita del WhatsApp
Ahí viene el café, quizás con unos dulces. ¿Qué serán? ¿Unos veinticinco minutos, media hora? Sobremesa, beso, beso, llevate un poco: sobró carne. Recién entonces subiré a mi auto y conduciré por avenida Córdoba. El sol de frente, peligroso en términos de conducción, es la antesala del nirvana: quiero mucho a mi familia, pero la adoro cuando indica lo que viene: dormiré la siesta un domingo a la tarde.
Entrevistado en una ocasión sobre sus comienzos en la lectura, el escritor Alan Pauls dijo que quiso, de pequeño, garantizarse cierto blindaje dentro de la escena familiar. Los adultos, decía, respetan al ver a un chico entretenido leyendo. Pero si ese niño sigue leyendo a los ocho, nueve años, eso comienza a molestar. Lo que molesta, según Pauls, es una suerte de "soledad autosuficiente", casi insultante, porque quien se aísla –dice Pauls y dice quien se aísla- que no necesita del mundo que lo rodea.
Hoy un libro no es muralla suficiente. Hoy estar con la vista anclada en una página no es un límite: al lector se le habla, se le chista, se lo toca. Hoy el hábito de la lectura no transmite intimidad al otro. Ese nexo sagrado entre el lector y su libro ha muerto. Acaso en manos de las nuevas tecnologías de comunicación: la lógica del estar "en línea" en WhatsApp aunque estés en el baño ha escapado a las pantallas y tomó la vida. Si te ven, estás. En línea o delante. Nació como herramienta de comunicación pero se transformó en un mecanismo de irrupción.
Así como descubrí que si no miro WhatsApp la urgencia deja de existir, descubrí que cerrar los ojos es la única señal que el otro respetará: si los cierro entenderá que no estoy. Entonces, la bella siesta no tiene sólo un fin ulterior, el de descanso; la siesta es un fin en sí mismo. Puede que no logre dormir, y no importa, el ejercicio de la búsqueda del sueño es de una intimidad preciosa.
Por las noches las cosas pierden su dimensión, es por las noches cuando los miedos son terrores. Durante la siesta eso no sucede: el sol no permite que un miedo se desfigure. Allí la dimensión de todo es perfecta: la búsqueda del letargo, la plena consciencia de músculos, huesos. Mi respiración por sobre un bullicio que llega desde lejos.
Leyendo –dice Pauls- te relacionás con el mundo, "el problema de la lectura es que parece que no estuvieras haciendo nada".