La selección natural de oradores
Según distintos registros del siglo XVIII, el ministro metodista George Whitefield fue el hombre que alcanzó a hablar con el mayor número de personas sin ayuda de altoparlantes (inventados recién en 1920). La leyenda dice que llegaron a escucharlo 80.000 personas. ¿Es eso posible?
En una de sus giras dio un sermón en la ciudad de Filadelfia, justo donde vivía el genial y curioso Benjamin Franklin. El famoso científico e inventor no se lo iba a perder y se propuso comprobar si aquella historia de la voz de Whitefield era cierta. Así que cuando el orador comenzó el sermón, Franklin caminó desde la primera fila hasta donde terminaba la multitud, y comprobó que aún allí se escuchaba al ministro. Luego estimó que las palabras de Whitefield eran inteligibles en un radio de 23.000 metros cuadrados.
Según un reciente estudio realizado por Braxton Boren y Agnieszka Roginska, investigadores del laboratorio de audio de Nueva York, las estimaciones de Franklin no estaban muy erradas. En condiciones perfectas, dijeron los expertos, en un silencio absoluto y con la audiencia distribuida en forma concentrada, la voz de Whitefield podría haber sido escuchada por 125.000 personas, aunque en condiciones normales lo más acertado era calcular que podrían haberlo hecho entre 20.000 y 30.000 personas. La investigación también probó que Whitefield habría tenido un vozarrón tremendo, cercano a los 90 decibeles, muy superiores a los 74 que es el estándar internacional para las alocuciones públicas.
En los grabados de la época hay algunas pistas para entender la capacidad especial de Whitefield. En uno de ellos aparece con ambos brazos levantados y separados, un movimiento que podría haberlo ayudado a tener más potencia vocal al ampliar su capacidad toráxica. Pero el encanto de Whitefield y de otros oradores del pasado podría haber surgido no sólo de la potencia de sus voces, sino especialmente de la cadencia teatral que exigía llegar a tanta audiencia sin ayuda artificial. La técnica habría consistido en usar todo el aire para largar como ráfagas oraciones de cuatro o cinco palabras, para después hacer pausas extensas que se usaban para respirar hondo antes de la siguiente oración.
Imaginemos por un momento a Whitefield hablando delante de una multitud inmóvil y silenciosa, diciendo con todo su caudal de voz sus profundas frases cortas. ¡Qué espectáculo cautivante habrá sido aquel para congelar a miles de personas usando únicamente su voz! Sólo Whitefield y unos pocos en todo el mundo podían hacer algo así. Se puede pensar que había incluso algo darwiniano en que muy pocos pudieran hacerlo. Era una especie de selección natural de oradores, un criterio inapelable ejercido por la naturaleza.
Hace algunos días vi un video horrible de un youtuber. Era un gritón ignorante y vulgar. Lo habían visto más 2.000.000 de personas, 25 veces más gente que la que llegó a escuchar a Whitefield al mismo tiempo. Tuve el deseo reaccionario de que esa fuerza de la naturaleza, que hacía que sólo algunos pudieran hablar y todos los demás se quedaran callados, volviera.