La santificación de Mama Antula
Escribo esta nota por dos motivos: celebrar con alegría la próxima canonización, el 11 de febrero, de la primera santa argentina, y dar gracias, ya que por esas cosas del destino mis antepasados paternos están unidos a los Paz y Figueroa. María Antonia de Paz y Figueroa nació en la ciudad de Santiago del Estero (la “Noble y leal Madre de Ciudades”) en 1730 y murió en la ciudad de Buenos Aires el 7 de marzo de 1799. Sus restos descansan en la Basílica de La Piedad de esta ciudad.
Desde niña tuvo un llamado a la vida piadosa y de consagración de sus actos “para la mayor gloria de Dios y la santificación de las almas”, como lo repite en varias de sus cartas que se conservan. Misión propia también de los miembros de la Compañía de Jesús, los jesuitas. Esta notable mujer no se casó ni entró como monja en un convento, sino que fue como una “laica consagrada” de nuestros días, a quienes en aquellos tiempos llamaban beatas. Y su consagración a Dios (con votos personales de pobreza y castidad) la hizo sirviendo desde los 15 años a los jesuitas en su obra de propagación de los “ejercicios espirituales” de San Ignacio de Loyola, ayudando en lo que fuera necesario en la casa de ejercicios. En ese tiempo de su juventud comenzó a vestir el hábito negro de los jesuitas.
A partir de 1767, cuando Carlos III, rey de España, de la casa de Borbón, decide expulsar a los jesuitas de América, María Antonia, con 38 años de edad, siente la misión de continuar con la realización de los ejercicios espirituales del santo de Loyola, y tomando el nombre de María Antonia de San José, cubriéndose con una capa donada por uno de los jesuitas expulsados, descalza y ayudada por un cayado que terminaba en forma de cruz, comienza a recorrer el territorio argentino. Primero viaja a Jujuy, Tucumán, Catamarca y La Rioja, parando en cada ciudad a instrumentar los ejercicios espirituales, con una recepción más que significativa por el número de los participantes en cada retiro, en los que se reunían normalmente, por el lapso de 10 días, más de 100 personas, que llegaron en algunos casos a 500. Lo significativo es que María Antonia de San José, a quien la gente comienza a llamar Mama Antula (Antula en quechua significa Antonia), lo único que hace es organizar y servir en ellos, ya que las charlas están reservadas a sacerdotes que la ayudan. Más tarde, parte de Santiago del Estero, en un largo camino a pie y siempre descalza, hasta llegar a la ciudad de Buenos Aires, donde se propone hacer lo mismo pese a las dificultades para obtener el permiso de las autoridades.
Así, en una carta al padre Juárez datada el 7 de agosto de 1780, luego de algunos meses de su llegada a Buenos Aires, donde quedan en claro su determinación, valor y virtudes heroicas, escribe: “Hoy me hallo en esta ciudad fomentando la propagación de la misma empresa, y aunque hace once meses que estoy demorada por defectos de licencias del Ilustrísimo actual (el Obispo) con todo, mi fe no varía y se sostiene en quien la da. Se me proponen varios impedimentos: el mundo está un poco alterado; los superiores, no muy flexibles; los vecinos, vacilando sobre mi misión; otros la reputan de fatua; en suma, cooperan a ello rumores frívolos; empero, la Providencia del Señor hará llanos los caminos, que a primera vista parecen insuperables. ‘Todo lo puedo en el que me conforta’. En esta atención espero firmemente recoger en breve la abundante mies que ofrece el país. Y si su Divina Majestad rodea las cosas de tal conformidad, que sea indispensable diseminarlos en todas las provincias del Virreinato y todo el Orbe, será preciso suministrarlos y anunciarlos en todos sus climas”.
Una vez obtenida la autorización, la obra de Mama Antula, montada en la fortaleza de su fe, que por nada la detenía y en la confianza en la Divina Providencia (que le permitió recaudar los recursos para solventar los retiros, que eran siempre gratis, y luego construir la Casa de Ejercicios que aún está en pie), irá creciendo tanto en número de participantes como en fama, local e internacional, a través de los ejercicios y de sus cartas. Para tener una idea de la dimensión de su obra, algunos números. Se calcula que en el interior del país, antes de su venida a Buenos Aires, de los ejercicios participaron unas 30.000 personas, y en la capital del Virreinato, a lo largo de casi 20 años de su estancia en ella, más de 100.000. Su deseo de extender la práctica de los ejercicios espirituales la llevó al Uruguay y, lamentablemente, la muerte le impidió llegar a Europa, que era su deseo.
Todo esto lo hizo pese a que era mujer (con el menoscabo hacia ellas de la época para realizar este tipo de empresas), a que los jesuitas habían sido expulsados de América y que el papa Clemente XIV había dictado su disolución, siendo aceptados únicamente por Catalina de Rusia (que era ortodoxa), por lo que hacer la difusión de los “ejercicios espirituales” del fundador de la Compañía de Jesús era todo un desafío.
Mama Antula fue beatificada en 2016 y será canonizada el 11 de febrero, por lo que pasará a convertirse en el tercer santo nacido en la Argentina, junto al cura Gabriel Brochero y al padre Héctor Valdivieso Sáez. Fue una de las grandes mujeres de la historia argentina, a la que se le debería rendir homenaje no solo religioso, sino también laico, sirviendo como ejemplo para todos los habitantes de la nación por su valentía, decisión y eficacia.
Escritor; de pronta aparición, Un encuentro con María