La salud puede marcar el pulso de la transición
A la hora de escribir esta columna la noticia sobre la enfermedad de Cristina Kirchner fue desplazada de las primeras planas. Los medios le están dando los principales espacios a uno de los sucesos con más rating en la Argentina de esta época: la aparición del cadáver de una mujer joven, asesinada en extrañas circunstancias. Araceli Ramos estará en boca de todos en los próximos días. Poco tiempo atrás fue Ángeles Rawson . Antes que de noticias o de nombres, se trata de un formato, con significados y significantes: juventud, cuerpo femenino, abuso, sexo, misterio. Un cóctel seguro para atraer el interés popular, que los medios agitarán con mesura o amarillismo. En tanto, el tema de la semana, la enfermedad de la Presidenta, que la retiene aún en terapia intensiva, pasó a segundo plano.
La sociedad y la política suelen tener estas bifurcaciones, influidas por los medios, que construyen y manipulan la agenda pública. El fin de semana pasado la súbita noticia de la dolencia presidencial unificó las preocupaciones populares y las de la elite del poder: todos quedaron sorprendidos y atrapados por la novedad. La mayoría sintió, más allá de las ideas políticas, la angustia y el temor que provocan estos hechos. En paralelo, se dispararon todo tipo de rumores ante una información pública que no fluyó con transparencia. Se constató y quedó a la vista una falsedad: Cristina Kirchner no había concurrido a un examen de rutina un día después de la derrota electoral del 11 de agosto, sino que se había caído y había sufrido un traumatismo de cráneo.
El desarrollo de los acontecimientos fue serenando, poco a poco, a protagonistas y observadores. A los primeros titubeos y ocultamientos les siguió una progresiva profesionalización de los contactos con la prensa: los partes médicos, con su terminología técnica, neutralizaron los eufemismos del vocero presidencial y contribuyeron a aportar tranquilidad. La Presidenta quedó circunscripta a lo que los sociólogos denominan un "sistema experto": un conjunto sistematizado de logros técnicos y experiencia profesional destinado a otorgar certidumbre y organizar áreas críticas de la vida social. La medicina, con su dictamen científico, reemplazó a la política, siempre incierta y sospechosa. El doctor Manes pasó a ser el garante de la salud de Cristina, respaldado en el prestigio de René Favaloro, un nombre mítico para los argentinos.
Las primeras estimaciones, que habrá que confirmar, mostraron que la sociedad recibió con relativa tranquilidad el suceso: se preocupó y siguió las noticias, consideró que la enfermedad no es grave y que la Presidenta retornará en pocas semanas a sus funciones. Los sucesivos partes médicos, que informaron sobre el éxito de la operación y la mejoría de la enferma, reforzaron la certidumbre general. Hacia mitad de semana, los argentinos ya habían delegado el problema en la medicina y empezaron a pensar, con gratitud y beneplácito, en el próximo fin de semana largo.
En contraste, la lectura desde la política fue más compleja y preocupada. Hay mucha incertidumbre. La enfermedad presidencial sucede al principio de un proceso de transición del poder. La Presidenta entrará, luego de las elecciones, en una fase natural de debilidad política. Su influencia menguará a medida que se aproxime el fin de su mandato. Nuevos líderes la han desafiado y finalmente la reemplazarán. Esa disminución, que para los presidentes es siempre una herida en la autoestima, deberá atravesarla Cristina con una enfermedad cuyas secuelas no se afirman, pero tampoco se descartan. Adicionalmente, el país requerirá decisiones difíciles en los próximos dos años. La inflación, el delito, la fuga de dólares, el desgaste de los equipos de gobierno son síntomas que se agravarán si no se corrigen y enmiendan a tiempo.
En este contexto deberá diseñar la Presidenta su forma de dejar el poder. No es una tarea sólo de la inteligencia; intervienen las emociones. Se me ocurren, a grandes rasgos, dos vías posibles, de resonancias weberianas: la administrativa y la carismática. La primera es racional: consiste en ordenar la transición, influir en la nominación de un heredero, dialogar con los eventuales sucesores, cumplir con espíritu republicano el plazo constitucional. La otra vía es excepcional, rompe el molde. Podría adquirir la forma de una resignación heroica del poder. Algunos especulan con que, en ese caso, la enfermedad sería una justificación.
Como ocurre con las personalidades políticas fuertes, todo confluirá en Cristina y en el modo particular en que conciba su rol actual y su misión histórica. Acaso el carisma pueda más. Acaso la Presidenta, como su marido, esté destinada a dejar jirones de su vida, en la línea épica de Eva Perón. Pero no lo sabemos y toda afirmación sería imprudente. En cualquier caso, aún no llegó el momento de las decisiones cruciales. Cristina felizmente se recupera; su enfermedad dejó de ser un suceso. Y la sociedad se va de vacaciones envuelta en la noticia de un nuevo crimen sexual.
© LA NACION
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