La revolución se cruzó con el pibe del delivery
Dejen de lado las criptomonedas y sus blockchain: abstractas, invisibles. La última revolución digital es urbana, informal, desprolija y protagonizada por los chicos del delivery. Al menos eso sostenía la semana pasada una columna del Financial Times para enfocar en la británica Deliveroo, la china Meituan Dianping o UberEats. Las calles porteñas lo prueban por las intensa actividad de la colombiana Rappi, Glovo o PedidosYa.
El foco del diario británico no eran las finanzas: era el efecto que estas apps podrían tener en los hábitos: qué pasaría si, en el siglo XXI no solo dejáramos de hacer "mandados" (ahora llamados "microcompras") sino sencillamente de cocinar en el hogar. O si como sucedió con la confección de ropa a comienzos de siglo pasado, empresas reemplazaran la actividad hoy doméstica de cocinar. Y una legión de motos y bicicletas las reparten en tiempo y forma. La corrupción digital, parecía decir el FT, versus la receta de la abuela. Una frontera en la que los bits y el big data se cruzan con los límites de la bromatología y la tracción a sangre.