La revolución de la mente
¿Serán los valores de ayer iguales a los que podrían reeditarse hoy?
Hace pocos días leía acerca de la proclama de Lady Gaga, quien lanzó la denominada The body revolution (la revolución del cuerpo).
Con unos diez kilos más, luciendo en las fotos su regordete cuerpo actual en bikini, sin ningún prurito, la diva pop les dice a las mujeres que acepten el cuerpo que tienen tal como es, que ser imperfecto no es feo, que la que es fea es la sociedad. Un buen consejo, me parece, en un mundo lleno de chicas-Barbie, con curvas fabricadas artificialmente y medidas impuestas por las modas. Una manera importante de aceptarse a una misma y de elevar la autoestima en función de otras cualidades, que trascienden lo externo, y donde el talle de la ropa no tenga que quitar el sueño a nadie.
Con unos diez kilos más, luciendo en las fotos su regordete cuerpo actual en bikini, sin ningún prurito, la diva pop les dice a las mujeres que acepten el cuerpo que tienen tal como es
Y aquí va la idea central de estas disquisiciones. Si podemos enrolarnos en la revolución del cuerpo, ¿no sería bueno también abordar otra revolución, igualmente profunda y transformadora, o más, como sería la de nuestra mente?
Y cuando digo "cambiar la mente", pienso sobre todo en mentalidad. En una sociedad "fea" como la define Lady Gaga, donde tantas veces sentimos que se ha perdido el rumbo, que estamos insatisfechos, con miedo, tensos, descontentos con nuestras propias vidas, corriendo detrás de la zanahoria que un consumismo feroz pone delante de nuestras bocas constantemente, ¿qué podemos hacer para encontrar un poco de serenidad y de equilibrio? Ver que vivimos en un mundo atiborrado de mentiras, de corrupción, de hipocresía y que todo eso es moneda corriente ¿no induce a ser mentiroso, corrupto e hipócrita, como si éstos fueran los ingredientes básicos del éxito y de la felicidad?
Change your mind dicen en inglés cuando se trata de cambiar de opinión. Pero, a la vez, cambiar de opinión implica cambiar nuestra mente.
Y cambiar nuestra mente, podría significar volver a tener un puñado de valores.
350 años antes de Cristo, Aristóteles hablaba de "virtudes éticas" y entre ellas mencionaba la valentía, la veracidad, la amistad, la justicia, la cortesía, la grandeza de alma.
Si podemos enrolarnos en la revolución del cuerpo, ¿no sería bueno también abordar otra revolución, igualmente profunda y transformadora, o más, como sería la de nuestra mente?
Mahatma Gandhi, que se llamaba a sí mismo un "visionario práctico", demostró fehacientemente que la no violencia de "su resistencia pasiva" no era una utopía, sino que sacudió los cimientos del colonialismo inglés en su país. No es una cuestión de ser complaciente, estúpido y "buenudo" – que es como suele considerarse, tantas veces, la falta de agresividad-. "No significa la dócil sumisión a la voluntad de cuantos hacen el mal- afirmaba Gandhi- , sino que equivale al enfrentamiento de nuestra alma completa contra la voluntad del tirano" (...). Funcionando bajo esta ley de nuestro ser, es posible para un solo individuo desafiar a todo el poder de un imperio injusto para poner a salvo su honor".
Hay que tener un fuerte sentido de la ética, acompañada por una férrea voluntad para decidir este cambio interno y luego, ponerlo en práctica. Sobre todo cuando, por doquier, los valores están desdibujados y cuando uno se refiere a ellos suele ser tildado de moralista o de ingenuo.
En un texto de Silvio Maresca, leemos: "Por lo regular, el valor devaluado, continúa existiendo, permanece en el horizonte de comprensión hasta en una suerte de inflación lingüística frecuentemente invocado, pero ha perdido lo que le es más propio: valer. No ser, sino valer." Y agrega: "Un proceso de devaluación de los valores supremos –y, en consecuencia, de los que les dependen- arrastra consigo a las instituciones, les quita legitimidad".
Por esta razón, Maresca piensa que el nihilismo, (derivado de Nietzsche), al no despuntar nuevos valores o, siquiera, un reciclaje apropiado de los antiguos, hacen que dichas instituciones profundicen su decadencia y que la autoridad se esfume.
¿Serán los valores de ayer iguales a los que podrían reeditarse hoy?
¿O cree usted que la honestidad, la responsabilidad, la paciencia, la decencia, el optimismo, la lealtad, el respeto, el perdón, la prudencia, la gratitud, la tolerancia, la empatía, la sinceridad, la solidaridad, la superación, la comprensión, están pasados de moda? ¿O que estos valores pueden dar risa en sociedades basadas sobre la competencia, las codicias materiales, los egoísmos de todo tipo?
La mente humana ha creado maravillas en materia científica y tecnológica, pero no ha encontrado aún la fórmula para evitar las guerras, la destrucción del planeta y vencer los propios conflictos internos que surgen de nuestra psiquis y de nuestra turbulenta vida emocional.
¿Serán los valores de ayer iguales a los que podrían reeditarse hoy?
Esta es la revolución que significaría realmente una transformación radical. Lo mismo que consiguieron las revoluciones de la Historia en las estructuras políticas, sociales o económicas podría accionarse dentro de nosotros mismos. Es nada más ni nada menos que un cambio de principios, un movimiento drástico dentro de la propia mentalidad.
Hoy día se habla mucho de "códigos", pero con frecuencia algunos de los que los mencionan con énfasis son los primeros en traicionarlos.
Ojalá se respetaran los códigos de conducta, cualquiera sea la situación. Porque los códigos reflejan los valores que rigen la vida de cada uno.
Siempre vuelve a mi memoria la inscripción que hay en la tumba de Kant : "Por sobre mí el cielo estrellado, y dentro de mí, la ley moral".
Si volvemos a abrazar algunos valores, ya en desuso, si volvemos a creer en ciertos principios, quizá el mundo alrededor de nosotros cambie también. Y si esto no ocurre de inmediato, por lo menos podremos estar más en paz con nuestra conciencia, porque habremos dado los primeros pasos hacia una revolución personal que, en realidad, comienza y termina en la ética.