La Revolución 4.0 impacta en el trabajo
La primera revolución industrial, la de la máquina de vapor, aumentó la productividad en una medida mucho mayor respecto a los siglos anteriores, claramente más estacionarios. Hoy se está desarrollando la Revolución 4.0, también llamada cuarta revolución industrial. En esta oportunidad, el liderazgo de la disrupción tecnológica se encuentra en la automatización (robots) y en un conjunto de nuevas tecnologías, entre la que se destaca la inteligencia artificial.
Por citar algunos nombres de esos impulsores del cambio tecnológico: máquinas de aprender, manufactura adictiva (impresión 3D), transporte autónomo, realidad aumentada, drones, big data y blockchain. Pareciera que estas tecnologías se potencian entre sí. La inteligencia artificial podría desplazar a la inteligencia humana en unos veinte años (la singularidad).
Se supone que estos cambios comenzaron hace una década y que se extenderán hacia adelante. Aparece una visión tecnooptimista que considera que, ante la desaparición de trabajos tradicionales por el impacto tecnológico, se crearán otros nuevos que incluso hoy no conocemos. El tecnopesimismo, en cambio, expresado en los años 90 en El fin del trabajo, un libro de Jeremy Rifkin, plantea que el desempleo será un dato estructural de la nueva economía.
Todavía el aporte de esta revolución no se ve en las estadísticas de crecimiento prepandemia: el mundo desarrollado crece poco. Lo mismo ocurrió en los años 80, cuando Robert Solow argumentaba que el impacto de las computadoras (protagonistas principales de la tercera revolución industrial) no se reflejaba en el crecimiento.
Las grandes consultoras como BCG, McKinsey, Price, KPMG, entre otras, han investigado el tema. Para el Foro Económico Mundial, este cambio tecnológico es un asunto de vital importancia que nos cambiará, sobre todo a nosotros mismos, más que a la realidad. Así piensa el fundador del Foro, Klaus Schwab. El BID publicó trabajos importantes sobre esta problemática, entre ellos Robotlución o Algoritmolandia. Mucho autores académicos, como por ejemplo Daron Acemoglu, son muy activos en este campo.
Los estudios sobre puestos de trabajo que podrían desaparecer son muy variados. El historiador económico Carl Frey (Universidad de Oxford) plantea que el 47% de 702 trabajos típicos en Estados Unidos ya no existirán en una década. Las proyecciones de desaparición de profesiones, análogas a lo que ocurrió en la actividad agrícola a principios del siglo XX, son muy disímiles y resulta muy difícil determinar ahora lo que realmente pasará.
Se estima que el impacto mayor no se dará en los índices de desempleo. De hecho, los países con más robots no tenían desempleo prepandemia, como vemos en los casos de Estados Unidos, Alemania, Japón y Corea del Sur, entre otros. Sin embargo, se amplía la brecha salarial entre el trabajo calificado y el no calificado, y la masa salarial respecto al PIB tiende a retraerse en favor del factor capital. Hay actualmente una gran discusión sobre el destino de los dividendos derivados de este proceso de crecimiento. Esto ha llevado a Bill Gates a plantear que los robots deben "pagar'' impuestos. Frente a esta cuestión, vuelve con fuerza una vieja idea que es la de la renta universal. Esta renta podría compensar a quienes no tienen ingreso salarial o reciben una remuneración magra.
La educación es desafiada en un mundo donde no conocemos los futuros trabajos. Se estimula la inteligencia computacional entre los estudiantes y el desarrollo de la inteligencia emocional y creativa. Las empresas tienen este desafío como oportunidad competitiva. La clave de todo este proceso, que debe ser coordinado, según Acemoglu, es que represente un aumento de productividad que no implique exclusión social.
Economista, doctor en dirección de empresas; IAE - Universidad Austral