La república está en deuda con el desarrollo
Puede que el voto popular dé una nueva oportunidad de implementar una agenda transformadora alternativa que reencuentre a la Argentina con una estrategia exitosa de progreso económico y social
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En los círculos académicos del Viejo Mundo suelen expresar con un dejo de ironía que el único francés que cuenta con monumentos que recuerdan su memoria en casi todas las capitales europeas es Jean Monnet, “el empresario del coñac”.
La Francia de la posguerra estaba humillada y destruida. En agosto de 1945, pocas semanas después de la capitulación nazi, Jean Monnet, hoy recordado como “el padre de la Unión Europea”, se encontró con el general Charles de Gaulle en Washington. Nunca había habido empatía entre estos dos hombres; más: los biógrafos destacan que el “general” lo sospechaba de “agente extranjero”…, pero la necesidad de la reconstrucción francesa era prioritaria. Según la crónica de Daniel Yerguin y Joseph Stanilaw, en el libro The Commanding Heights, en esa ocasión Monnet le reclamó a De Gaulle que dejara de hablar de la “grandeza de Francia”. Ya nadie se lo creía. “Francia es hoy una economía pequeña, será grande cuando tenga el tamaño que lo justifique, y para eso hay que modernizarla y transformarla”.
Narran los autores que De Gaulle quedó sorprendido con la objeción tajante de Monnet y, luego de meditarlo, pasó a la ofensiva. Dando por superados viejos enconos y desconfianzas mutuas, desafió al empresario: “¿Quiere intentarlo usted?”, aludiendo al plan de transformación y modernización. Jean Monnet aceptó el reto. En una oficina que tenía relación directa con el primer ministro francés, el empresario llevó adelante el conocido “plan Monnet”, de planeamiento indicativo. El programa privilegiaba la inversión necesaria para reconstruir el aparato productivo francés y medidas tendientes a una mejora sistemática en la productividad para alcanzar las mejores prácticas de la producción internacional en varios sectores donde Francia tenía ventajas competitivas. De allí el imperativo económico (y político) a superar las restricciones del mercado interno, y el objetivo de obtener escala en un mercado regional integrado. La Europa asociada a objetivos superadores de las ancestrales guerras fratricidas tenía también razón de ser económica y social: una nueva escala de mercado para la producción doméstica que se tradujera en desarrollo y bienestar para sociedades devastadas por la guerra. En una generación Francia volvió a estar entre las primeras potencias económicas del mundo.
La Argentina del siglo XXI también se debate entre transformación y modernización o más decadencia. No sufrimos la destrucción de una guerra, pero padecemos el empobrecimiento de un retroceso que se ha vuelto crónico. El populismo encarna el rostro del desarrollo fallido, pero su contracara, la democracia republicana, todavía tiene que demostrar que con ella “se come, se cura y se educa”, y que su institucionalidad es la vía conducente a un proyecto de desarrollo alternativo que nos reencuentre con el futuro.
En este turno de gobierno, dentro de la continuidad democrática que inauguró la presidencia de Raúl Alfonsín, el populismo ha demostrado, como nunca antes, la improvisación en materia de rumbo y estrategia, el fracaso en la gestión, y la desnudez de sus relatos exculpatorios. Intentó otra vez, como está en su ADN, sacrificar el futuro en el altar del presente, pero en esta ocasión se le sublevó el presente. “El pan para hoy, no hay mañana” (de la “modernidad líquida”), otrora un apelativo emocional y electoral atractivo en una cultura fraguada en el cortoplacismo, el privilegio y la prebenda, perdió la magia en un contexto social donde el pobrismo distributivo exhibió la contracara de un capitalismo corporativo de amigos cimentado en una estrategia fracasada de sustitución de importaciones. Con pocos ganadores privilegiados y con muchos más pobres y excluidos.
Esta vez el populismo se quedó sin pan en el presente, con un festival de subsidios que financia con emisión inflacionaria, y sin dólares suficientes para satisfacer una demanda exacerbada por los cepos y el sesgo antiexportador de la política económica. Los conejos de la galera salen muertos, y las coartadas y puestas en escena del oficialismo se dan de bruces contra la realidad.
Pero la república está en deuda con el desarrollo y puede que el voto popular le dé una nueva oportunidad de implementar una agenda transformadora alternativa que reencuentre a la Argentina con una estrategia exitosa de desarrollo económico y social. La nueva administración deberá lidiar día a día con la resistencia de fuertes intereses creados y será importante que el liderazgo del nuevo presidente cuente con el apoyo crítico de una oficina con directa dependencia (y muchos menos ministerios) que le recuerde el rumbo estratégico, el acople del programa de estabilización con las reformas estructurales a implementar y la secuencia de estas con un plan de desarrollo que aproveche las oportunidades que el mundo nos ofrece a partir de nuestras ventajas competitivas en materia alimentaria, de energía, minería e industrias del conocimiento, además de otras como turismo y pesca. Desarrollo de valor agregado exportable que requiere una agenda, constancia y gerenciamiento. El Monnet argentino puede ser un ignoto, pero lo importante es que tenga en claro el plan y los instrumentos, y cuente con la relación directa y el acceso al primer mandatario. No habrá resultados inmediatos, y llevará tiempo recuperar la confianza, activo intangible para movilizar las ingentes inversiones que requiere el proceso. En cada turno electoral volverán los cantos de sirena para privilegiar el corto plazo, procrastinar reformas y ceder frente a intereses enquistados en supuestos “derechos adquiridos”. Habrá que atarse al mástil para no sucumbir y para que el nuevo rumbo empiece a ser percibido como creíble y estable por propios y extraños.
El reacomodamiento del orden mundial sacudido por el conflicto europeo nos ofrece una oportunidad de reinserción estratégica. Se viene un mundo de globalización regionalizada con reestructuraciones y relocalizaciones en las cadenas de valor global. En este nuevo orden de competencia interregional es clave relanzar el Mercosur como plataforma para ganar escala, complementariedad intraindustrial y competitividad internacional. Solo conformando una masa crítica regional podremos estar en condiciones de negociar con otros bloques o regiones valor agregado exportable. El escenario bélico producido por la invasión de Rusia a Ucrania permite al Mercosur, como región integrada, ofrecer “seguridad alimentaria” a Asia Pacífico, y ahora, más que antes, “seguridad energética” al continente y a Europa. El relanzamiento del bloque regional implica, además de voluntad política y mayor convergencia regulatoria, la necesidad de vertebrarlo, de una vez por todas, en infraestructura, transporte, energía, y tecnología de la información y las telecomunicaciones.
No hay desarrollo con inflación crónica e institucionalizada. El plan de estabilización que la macroeconomía demanda con urgencia repetirá fracasos pasados si no está articulado con un programa de reformas estructurales y con una nueva estrategia productiva de valor agregado exportable. Las secuencias de las reformas estructurales, los incentivos que de ellas se deriven, y la agenda del desarrollo tienen que contar con el consenso y los instrumentos legales que los hagan operativos tan pronto asuma una nueva administración. El desarrollo no viene por generación espontánea.
Doctor en Economía y en Derecho