La República Argentina debe recuperar su lugar en el mundo
En este nuevo siglo XXI producto de la pandemia, cada vez importa más lo que ocurre más allá de nuestras fronteras nacionales
- 7 minutos de lectura'
Hay palabras e ideas que reflejan y simbolizan un momento –kairos– y de allí su fuerza y vigencia. En 1992, William Jefferson Clinton, centró su exitosa campaña presidencial en el lema de su estratega James Carville: “Después de todo es la economía, estúpido”. En este nuevo siglo XXI que comenzó a delinearse en 2020 –como producto de la pandemia de Covid-19– la contundente frase de Carville cede espacio ante otra idea más acorde con estos nuevos tiempos: es lo global, estúpido.
Pero qué significado tiene lo global en estos tiempos de gran turbulencia. Ante todo, refleja el carácter interdependiente de los temas de agenda internacional, y la imperiosa necesidad de trabajar en forma coordinada y abordar con acciones cooperativas los desafíos globales: problemas de salud, problemas climáticos, problemas alimentarios. Algunos datos son necesarios para graficar esto:
*Según Acnur, mueren 25.000 personas de hambre por día; 9 millones al año.
*El 75% de las nuevas y emergentes enfermedades infecciosas humanas son zoonóticas.
*El 70% de los países más vulnerables al clima se encuentran entre los más frágiles política y económicamente.
*Ocho de los 15 países más susceptibles a riesgos climáticos albergan una misión política especial o de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas.
*Más de 5,5 millones de personas han muerto por Covid-19, y aún seguimos en nuestros respectivos búnkeres sanitarios.
*El presupuesto bianual de la Organización Mundial de la Salud es de casi 6000 millones de dólares, mientras que los gastos militares globales en el año 2020 fueron casi de 2 trillones de dólares.
*Solo 4500 millones de personas han recibido la primera dosis de vacuna contra Covid-19 en el mundo. Y en África, apenas el 19%.
En este nuevo siglo XXI, cada vez importa más lo que sucede más allá de nuestras fronteras nacionales, ya que estamos cotidianamente consumiendo globalización. Ello legitima el fortalecimiento del andamiaje multilateral. No podemos seguir abordando los retos de este nuevo siglo sumando las 193 políticas nacionales del concierto internacional.
Es fundamental, entonces, avanzar hacia un nuevo paradigma de gobernanza global, centrado en un multilateralismo eficaz. Un multilateralismo basado en una clara dimensión normativa; un multilateralismo dirigido, fundamentalmente, a ayudar a diseñar el marco global que facilite la convivencia armónica y el progreso y desarrollo del mayor número de países. En ese mismo orden de ideas, es imperioso no solo definir la paz y seguridad internacionales –piedra angular del funcionamiento y papel del Consejo de Seguridad de la ONU– en términos clásicos de poder duro militar, sino también evolucionar hacia un paradigma que incorpore la noción de seguridad humana acuñada en el Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD de 1994, Nuevas dimensiones de la seguridad humana.
Sobre todo cuando la pandemia de Covid-19 ha expuesto las insuficiencias del andamiaje global para dar respuesta a los desafíos globales, así como el carácter híbrido de este nuevo siglo XXI: territorial y desterritorial, virtual y presencial. La globalización es un proceso dual: por un lado, social, económico y político, y por otro lado, psíquico y mental. Pero nos cuesta ver el cambio. Tememos el cambio, y nos sentimos más cómodos en la inercia de la pereza estratégica. En este contexto, el principio de competencia entre grandes potencias –con su corolario de estabilidad estratégica– ya no puede ser el elemento organizativo del sistema internacional, como lo fue durante el período de la Guerra Fría.
Como bien señala Bertrand Badie, los conflictos de nuestros tiempos no responden a un enfrentamiento entre potencias militares; resultan de la profunda descomposición de las sociedades. La patología es social.
Estamos ante un problema sistémico: cómo se va a ordenar y qué rumbo tomará la globalización frente a los mayores desafíos que enfrenta la humanidad en su conjunto: la degradación ecológica y la constante irrupción de la ciencia y la tecnología. Con esta premisa, ¿quo vadis Argentina?
En un artículo publicado en este diario en abril de 2021, señalaba que necesitábamos una “gran estrategia de política exterior basada en el interés y los valores nacionales, que incorpore todos los instrumentos del país –públicos y privados– y tenga continuidad. Que sea así el resultado de acuerdos y consensos que nos permitan finalmente diseñar y acordar una política exterior pragmática que no esté condicionada por los tiempos electorales ni por los procesos de alternancia democrática”.
La política exterior no es una sucesión de incidentes, es una composición de políticas, con un fuerte anclaje en la realidad nacional, y con un delicado equilibrio entre los intereses y valores nacionales y las tendencias globales, que constituyen el inescapable marco de referencia.
La República Argentina, con indicadores económicos, sociales y culturales sumamente negativos, necesita, urgentemente, consumir lo global: actuar racionalmente dentro del marco institucional actual y comprometerse con los países que en verdad pregonan una coalición de multilateralistas. En este nuevo siglo XXI la política exterior es la ordenadora principal del progreso y el desarrollo nacional. Por eso debemos diseñar una gran estrategia de política exterior –GEPE– acorde con este nuevo siglo XXI híbrido. Una GEPE que inteligentemente se inserte en el nuevo mundo, de actores estatales y no estatales; de ámbitos territoriales y no territoriales; de temas de poder blando y de poder duro.
Y en todo momento guiarnos por la gran hoja de ruta para este nuevo siglo XXI: la Agenda 2030, los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible y el Acuerdo de París sobre cambio climático. Las palabras iniciales de la Carta de la ONU, Nosotros el Pueblo, son un claro recordatorio de que en última instancia la política exterior no es un juego de diplomáticos, políticos y militares. La política exterior tiene como objetivo último y superior a cada uno de los habitantes del mundo. Debemos diseñar con imaginación y convicción una GEPE multidireccional, con visión estratégica de largo plazo y desideologizada, basada sobre consideraciones geográficas, políticas, económicas y culturales. Al mismo tiempo, debemos incorporar las nuevas dimensiones desterritorializadas y atemporales de la ciencia, tecnología, innovación y ecología. Las prioridades deben ser las siguientes:
*Profundizar las relaciones con nuestros vecinos de la región y la integración regional bioceánica.
*Fortalecer las relaciones con nuestros tradicionales y nuevos socios y aliados: EE.UU., Unión Europea/Europa, Japón, India…
*Cultivar las relaciones con China, creciente potencia económica, y con Rusia, poder militar y geográfico. También con los países de África y Asia, y más allá de las relaciones bilaterales, buscar ampliar la masa crítica de un multilateralismo efectivo para este nuevo siglo XXI.
*Desarrollar una activa y responsable participación en todo el andamiaje institucional global y regional.
*Desarrollar el multilateralismo, participando activamente en todos los organismos y foros internacionales, sosteniendo los principios tradicionales de nuestra política exterior republicana: democracia y derechos humanos, libre comercio, integración regional, paz y seguridad internacional, defensa de los bienes globales públicos.
La República Argentina debe recuperar su lugar en el mundo, el que ayudaron a diseñar, entre otros, Juan B. Alberdi, Bernardo de Irigoyen, Estanislao Zeballos, Francisco P. Moreno, Carlos Calvo, Luis María Drago, Carlos Saavedra Lamas y, más modernamente, Raúl Prebisch, Juan Atilio Bramuglia y Arturo Frondizi.
Para ello es entonces necesario tener un país ordenado, con indicadores económicos, sociales, educativos y culturales viables, que le permitan transitar exitosamente este nuevo siglo XXI de economía verde, motorizado por los constantes avances en la ciencia, tecnología e innovación.
Pero esto solo será posible si se supera este momento de deriva en ideas y políticas de progreso y desarrollo de largo plazo en el país.
Embajador (R.)