La representación política siempre está en crisis
Los electorados de dos países centrales a la visión liberal y republicana de la democracia parecen haberse puesto de acuerdo en sorprender. El 23 de junio, Gran Bretaña votó por salir de la Unión Europea a pesar de una abrumadora opinión de líderes y especialistas sobre la inconveniencia de hacerlo. Y el 8 de noviembre, Donald Trump fue elegido el 45º presidente de los Estados Unidos de América a pesar de enfrentarse a gran parte del establishment político y mediático de su país. Decir que se trata de la llegada del populismo a algunas de las principales democracias del mundo explica casi tanto como lo que deja sin explicar. Aunque es cierto que vivimos lo que parece una crisis de representación, también es cierto que la representación política en democracia siempre está, en cierto punto, en crisis.
Esa crisis es una condición misma de la democracia. Como decía hace más de 35 años Claude Lefort, la democracia es la forma de gobierno donde el lugar del poder siempre está vacío. En las monarquías, el rey representaba a su pueblo y la regla sucesoria hereditaria hacía que pudiera decirse "muerto el rey, viva el rey". En la democracia, en cambio, "el poder aparece como un lugar vacío, y aquellos que lo ejercen como simples mortales no lo ocupan sino temporalmente (...) La democracia inaugura la experiencia de una sociedad inaprensible, ingobernable". De hecho, allí donde hay una búsqueda de representación total (el pueblo, la nación, la raza), nos encontramos al borde del totalitarismo.
La política democrática, entonces, es la práctica de hacer y rehacer permanentemente esa representación. Hay momentos donde esa práctica parece encontrar estabilidad: durante décadas, el partido republicano y los partidos de centro derecha europeos representaron un conjunto de políticas públicas y de valores, y el partido demócrata y las socialdemocracias europeas, otros. En otros momentos, como el actual, distintos hechos hacen que la representación sea más difícil y difusa, y aparecen alternativas novedosas que cuestionan no solamente políticas públicas que parecían ya consensuadas sino también los marcos preestablecidos de la discusión pública. Esas alternativas, desde el UKIP en Gran Bretaña hasta Donald Trump y Bernie Sanders en los Estados Unidos, son catalogadas como "populistas".
Ahora bien, ¿a qué llamamos "populismo" y cómo se relaciona con las dificultades de la representación? El último número de la influyente revista Foreign Affairs lleva como título "El poder del populismo" e incluye una serie de artículos que a pesar de varios intentos no logran definir muy bien de qué se trata. Para Fareed Zakaria, cuando hablamos de populismo, "todas las versiones comparten la sospecha de y la hostilidad hacia las elites, la política tradicional y las instituciones establecidas". Otros, como Cas Mudde, parecen sugerir que el populismo podría revitalizar democracias que se habían vuelto demasiado cómodas con el statu quo, argumentando que el auge es "una respuesta democrática pero antiliberal a décadas de políticas liberales pero antidemocráticas".
Y aunque ciertas condiciones actuales favorecen el crecimiento de estos "populismos", no se trata de la primera vez ni, seguramente, de la última que se darán fenómenos similares. En su artículo sobre "Trump y el Populismo Americano", Michael Kazin escribe que los populismos "surgen en respuesta a problemas reales: un sistema económico que favorece a los ricos, el temor a perder empleos, a nuevos inmigrantes y a políticos a quienes le importa más su propio crecimiento que el bienestar de la mayoría." Resalta que EE.UU. vivió movimientos populistas en las décadas de 1870 y 1890 y señala que Trump representa la misma queja en un envase distinto.
Tal vez, la clave está en el hecho de que el ciudadano ha cambiado. Según una estadística, en las últimas elecciones presidenciales 500 medios apoyaban explícitamente a Hillary Clinton contra 26 a favor de Donald Trump, y sólo un medio pedía votar a "cualquiera menos Hillary Clinton" contra 32 que decían "cualquiera menos Donald Trump". A pesar de ello, Donald Trump será el próximo presidente de EE.UU. Según Mudde, esto se debe a que "el surgimiento de Internet produjo electorados que están más conectados a los debates políticos y de opinión más independiente (aunque no necesariamente mejor informados), lo que los hace más críticos de y menos deferentes a las élites tradicionales". El rechazo del electorado colombiano al acuerdo de paz sirve como un ejemplo latinoamericano de esa independencia.
En la Argentina, quien más insiste en este nuevo electorado es el consultor Jaime Durán Barba. Cambiemos, cabe notar, es una respuesta, muy distinta de la de Trump, a la particular crisis de representación argentina. Sin duda, Mauricio Macri representó un desafío al establishment político argentino y en algún punto también al intelectual. Recordemos que no fueron muchos los periodistas, analistas y formadores de opinión, el llamado "circulo rojo", que pronosticaron las victorias en las elecciones nacionales y la elección de la provincia de Buenos Aires. Acá también los cambios en la sociedad llevaron a un sorpresivo cambio en la política. Sin embargo, tampoco diríamos que el gobierno de Cambiemos es un gobierno populista. Como suele suceder, las categorías demasiado tajantes sirven poco para intentar comprender la realidad.
Si la representación en democracia es un ejercicio permanente y siempre inconcluso, la actividad política no puede dormirse en los laureles de lo tradicional. Los partidos establecidos y las nuevas expresiones políticas deberán buscar la mejor forma de representar a la sociedad y gobernar teniendo en cuenta la necesidad de regenerar esa representación de manera constante. La actual crisis probablemente no sea el advenimiento inevitable de populismos, sino sólo un llamado de atención que nos recuerda el trabajo constante que se necesita para lograr, en el nivel político, la representación efectiva de lo que sucede en la sociedad.
Secretario de Integración Federal y Cooperación Internacional en el Ministerio de Cultura de la Nación