La Repregunta. Ivo Sarjanovic: “Sería ideal que la Argentina tuviera una bancada ruralista en el Congreso”
El economista, que por casi 15 años fue vicepresidente de Cargill en Ginebra, asegura que la crisis alimentaria global tiene solución; apuesta por correcciones precisas, ligadas con el consumo y la cadena de valor
“Pensamos que tenemos que ser como Australia pero tenemos que parecernos a Brasil. Hoy Brasil es el supermercado del mundo”, afirma. “Tenemos más limitaciones de capital natural que Brasil pero sí se puede reconstruir el capital institucional que tiene Brasil”, explica. “En los últimos 20 años, la Argentina ha crecido por dos mientras que Brasil ha crecido por tres”, subraya.
“En temas agropecuarios, la bancada ruralista del Congreso brasileño, más allá de cambios de un gobierno a otro, da estabilidad a largo plazo para el sector”, argumenta. “Hay alimentos para todo el mundo pero eso implica tomar grandes decisiones. El mundo no está arrinconado contra una esquina y sin salida”, plantea. “El 30% de todos los alimentos que se producen en el mundo se pierde o se desperdicia”, aclara. “El mundo perdió unas 170 millones de toneladas de granos. Como si, de golpe, al mundo le hubieran sacado una cosecha argentina más un tercio”, detalla. “¿Por qué hay hambre en la Argentina cuando tenemos que alimentar solamente a 40 o 45 millones de personas? Y cuando buena parte de esa cosecha se paga en impuestos que podría asignarse a paliar el hambre”, cuestiona. “La Argentina tiene un potencial de hasta 200 millones de toneladas de grano si se dan ciertos niveles de impuestos, niveles de precio y una situación macroeconómica más estable”, dice. “Sumando dos pies de calado en la Hidrovía, cambia el escenario muy positivamente. Ahora, sumar dos pies es realmente muy complejo: es una decisión política”, aclara. “Hay lugar para expandir la producción desde el punto de vista de las áreas a explotar y también desde el punto de vista de los rindes por una mejora en el paquete tecnológico”, argumenta. “En los “mercados políticos” como China, los agentes económicos no están limitados por pérdidas y ganancias porque los gobiernos pueden trabajar en los mercados sin restricciones”, explica y desarrolla: “El mercado de granos es un mercado muy politizado que hace muy difícil prever el tipo de políticas”.
“La Argentina es un mercado político desde el lado de la oferta”, compara. “Desde los ´90s hasta comienzos de los 2000, cuando China no era tan grande, los mercados de grano funcionaron más como mercados privados”, precisa. “Hoy China es el principal importador de alimentos del mundo”, plantea pero destaca: “China nos compra poco: menos del 10% de las exportaciones argentinas. Casi el 30% de nuestras exportaciones se van a Brasil”. “La Argentina tiene un déficit comercial con China elevado”, alerta. “El sector exportador argentino es muy competitivo. Hoy hay 10 o 15 empresas que compiten diariamente para comprarle mercadería al productor”, detalla. “En el mes de septiembre, en 30 días, se vendió casi un tercio de la producción. Si la producción se pudiera vender en forma más repartida a lo largo del año, no tendríamos los vaivenes de precios que se ven hoy”, reflexiona. “Hay una tensión permanente entre la seguridad alimentaria, la sustentabilidad del planeta y los precios de los alimentos”, advierte. “En un mundo que quizás sea más pobre en los próximos años, aumentar el precio de los alimentos por estar enfocados solamente en la sustentabilidad medioambiental impacta en los niveles de pobreza”, afirma. “Europa viene de cometer un gran error con su política energética. Quizás se plantee que su política agropecuaria también tiene puntos flojos”, imagina. “Hoy, Europa tiene con Sudamérica una actitud que yo describo como “medio imperial””, critica. “Uno de los problemas de las declaraciones ambientales es que el sistema de precios no es parte de su lógica”, analiza. “El mercado de carbono es un incentivo que, a través del sistema de precios, haría que la gente vaya reaccionando respecto del cambio climático”, propone.
El economista Ivo Sarjanovic estuvo en La Repregunta. Sarjanovic, uno de los argentinos que llegó más lejos en el mercado internacional de granos, es un experto en mercados de commodities globales. Por casi 15 años, entre 2000 y 2014, fue vicepresidente de Cargill en Ginebra, donde esa corporación toma gran parte de las decisiones globales. Algunos lo llaman el “Messi de los mercados de granos”, a lo que el experto responde: “Sólo tenemos en común que los dos somos rosarinos”.
Sarjanovic estuvo 25 años manejando el mercado de soja y azúcar para Cargill primero en África y Medio Oriente. Tiene una maestría en Economía por la Universidad Francisco Marroquín, en Guatemala. Es contador público por la Universidad de Rosario. Realizó estudios ejecutivos en el International Institute of Management Development, el IMD, de una de las escuelas de negocio más importantes del mundo en Lausana, en Suiza, y también en la Universidad de Oxford y en Harvard.
Es profesor de commodities agrícolas en la Universidad de Ginebra y de mercados de commodities en la Universidad Di Tella y la Universidad Austral. Es autor de En desequilibrio. Ensayos sobre procesos de mercado y coautor de Commodities como alternativa de inversión.
El sector de los agronegocios y los nuevos desafíos planetarios. Cambio climático, hambre y negocios. China y los “mercados políticos”. Exportadores versus productores y el caso Syngenta: ¿qué es el efecto “presión de cosecha” artificial? El lugar de Argentina vs Brasil. Proteínas animales versus vegetales… ¿o el desafío de la fermentación de virus? Cambio climático, agro y aumento de la productividad. El capitalismo y los precios, ¿aliados en favor del medio ambiente? Estos son algunos de los temas que analizó Sarjanovic.
Aquí, la entrevista completa.
-Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), la producción de granos como arroz, trigo y maíz aumentó un 52% a nivel global entre 2000 y 2020. Sin embargo, también según la FAO, el hambre aumentó en 2021 comparado con 2020: hay 40 millones más de personas afectadas por el hambre en el mundo. En ese contexto, hay un análisis que sostiene que ahora el hambre es más un problema de abundancia que de escasez. ¿Cómo ve usted este planteo?
-Si uno toma la serie histórica de la pobreza en el mundo, venía decayendo sistemáticamente en los últimos 20 años. Por supuesto, con el Covid cambia esa tendencia y la pobreza vuelve a aumentar. Hasta que todos estos líos como el cambio climático y la guerra se acomoden un poco, vamos a tener un problema más grande que antes pero eso va a volver a bajar.
El mercado de granos global
-Otro dato de la FAO muestra que hasta 2015, el hambre iba bajando en el mundo pero, desde entonces, ese descenso se estancó o, peor, el hambre empezó a subir. Es decir, que esa suba no tendría que ver con la pandemia o la guerra en Ucrania sino que es anterior.
-Según los datos que tengo, si uno ve la tendencia, se registra un declive hasta 2020 y luego se nota un rebote. El tema de la abundancia es muy paradójico. Hoy hay datos que desafían el tema del hambre. Por ejemplo, el 30% de todos los alimentos que se producen en el mundo se pierde o se desperdicia. La pérdida se da a nivel productivo y el desperdicio, en la cadena de valor. Es decir, habría que encarar una pequeña corrección en el problema de los desperdicios, que se da sobre todo en el sector de vegetales y hortalizas y de pescado, y no tanto en el sector de granos y de oleaginosas. Ése sector podría aportar una solución importante. Otro tema que impacta es el consumo de carne. El mundo decidió consumir proteínas de determinadas maneras, las proteínas de animales. Una pequeña corrección en favor de las proteínas vegetales, que no significa que todo el mundo se convierta en vegano, también daría lugar a otro tipo de eficiencia. Después hay otro tema, una decisión política que tomó el mundo relacionado con la sustentabilidad: hoy, 15% de casi todos los granos, oleaginosas y caña que se produce a nivel mundial se destina a biocombustibles. Yo diría que hay alimentos suficientes para todos.
-¿Usted plantea que hay margen para que una parte de ese 15% podría destinarse a alimentos y no a combustibles?
-Eventualmente. Habría que decidir si todos los biocombustibles son equivalentes en cuanto a su capacidad energética o en cuanto al uso de la tierra o si todos tienen la misma calidad ecológica. Mi análisis es que hay alimentos para todos pero eso implica tomar grandes decisiones. No me parece que el mundo está arrinconado contra una esquina y sin salida. Hay decisiones que se pueden tomar y que pueden conducir a una mejora. No sería negativo, malthusiano en este tema. Hay más hambre hoy porque los precios subieron por las sequías, por el Covid, por la guerra, entonces los precios están más altos: eso hace que los pueblos más pobres tengan que gastar más dinero en alimentos. En el futuro, vamos a ver una corrección a la baja en estos precios, que ya se está experimentando. Si uno toma el índice de la FAO que mide la evolución mensual del precio de los alimentos, hubo un pico en los precios en abril de este año y ya están bajando. Llevamos 7 meses consecutivos de precios en baja. De hecho, hoy los precios de los alimentos están más baratos que antes de la guerra y más baratos que un año atrás, en 2021. Si tenemos un poco de suerte con el clima y con el tema del corredor humanitario en Ucrania, esa tendencia puede mantenerse.
De la Argentina al mundo, el agro y su desarrollo futuro
-Esa tendencia puede ser esperable en el aspecto de la cadena de distribución impactada por cuestiones geopolíticas, por ejemplo, ¿pero qué pasa con el cambio climático, qué pasa con las sequías, con las grandes olas de calor. ¿Cómo afecta a la producción?
-Ahí hay dos cosas. En los últimos dos años, desde el verano en el hemisferio norte en 2020 hasta ahora, hemos acumulado una cantidad de problemas climáticos inusuales. En mis 30 años de experiencia en esta industria, nunca vi algo así. Si sumamos todo lo que se perdió en el hemisferio norte y en el hemisferio sur, debemos llegar a unas 170 millones de toneladas de pérdida, que es enorme, para mercados que no trabajan con stocks tan altos. Argentina produce 140 millones de toneladas en condiciones normales. No tenemos condiciones normales desde hace un par de años. Como si, de golpe, al mundo le hubieran sacado una cosecha argentina más un tercio. Implica un impacto enorme. Dentro del cúmulo de problemas climáticos que el mundo experimenta en estos últimos dos años, en Sudamérica y en la Argentina particularmente, tenemos la mala suerte de atravesar tres Niñas consecutivas. Cuando tenemos fenómenos como el de la Niña, llueve poco en la Argentina. No hay registros históricos de tres Niñas consecutivas. Hubo siete casos de dos Niñas consecutivas, pero ahora estamos experimentando la tercera. Los indicadores parecen decir que, a partir de febrero de 2023, esta situación va a empezar a cambiar gradualmente. El fenómeno de la Niña tiene impacto a nivel general. Ahora hay gente que empieza a pensar que cuando hacemos proyecciones de cosechas de largo plazo, hay que incorporar un factor de riesgo estructural por el tema del cambio climático.
Suena razonable el desafío de plantear que si realmente tenemos alimentos para 400 millones de personas, ¿por qué hay hambre en la Argentina cuando tenemos que alimentar solamente 40 o 45 millones de personas? Y cuando buena parte de esa cosecha se paga en impuestos que podría asignarse a paliar el hambre.
-¿Ese riesgo es mayor que antes?
-Sí, eso es lo que dicen algunos de los que hacen modelos de largo plazo. Que el clima no va a ser nunca como era antes, que siempre vamos a tener algún problema. Habiendo dicho eso, lo que pasó en los últimos dos años es muy excepcional. No creo que sea la norma.
Argentina, ¿400 millones de toneladas de alimentos pero pobreza del 40%?
-Entre quienes cuestionan el peso del sector del agro y de los exportadores en la Argentina, hay un lugar común que dice que la Argentina produce alimentos para 400 millones de personas pero no logra alimentar a 40 millones y tiene niveles de pobreza del 40% y del 50% entre niños y adolescentes. ¿Cuán realista es esa cifra sobre la producción argentina?
-No sé de dónde sale ese cálculo. Quizás alguien hizo un número en función de demandas de calorías y después hizo una conversión. Pero suena razonable el desafío de plantear que si realmente tenemos alimentos para 400 millones de personas, ¿por qué hay hambre en la Argentina cuando tenemos que alimentar solamente 40 o 45 millones de personas? Y cuando buena parte de esa cosecha se paga en impuestos que podría asignarse a paliar el hambre.
-¿Cuál es el cálculo en términos de toneladas de granos producidas por año?
- Son las 140 millones de toneladas que te comentaba, si todo va bien. Y con un potencial de hasta de 200 millones de toneladas si se dan ciertos niveles de impuestos, niveles de precio y una situación macroeconómica más estable. O sea, que podría tener un impacto muy importante a nivel productivo.
-¿Eso implicaría correr la frontera de la explotación agroindustrial, que siempre impacta en las cuestiones climáticas?
-Eso se podría mejorar por varios lados. Por un lado, con menores retenciones, lo que permite tener mejores precios en el interior. En ese caso, con paquetes tecnológicos mejores y con más fertilización, se podrían incorporar algunas regiones no necesariamente boscosas, que son las que habría que preservar, sino regiones semiáridas o que hoy se dedican a la ganadería. Otro factor que podría contribuir a la productividad son inversiones más estructurales, por ejemplo, la mejora del calado de la Hidrovía, o sea, el río Paraná. Hoy, tiene un calado de 34 pies. Si se subiera a 36 pies, implica una mejora en el flete marítimo que se traduce, automáticamente, en una mejora para el precio del productor. Permitiría estirar el área de producción en algunos sectores, pero no necesariamente en áreas que compiten con temas de sustentabilidad. En ese aspecto, tiene que haber límites y hay que definir políticas y regulaciones para que eso no suceda. Es decir, con sumar dos pies de calado, cambia el escenario muy positivamente. Ahora, sumar dos pies es realmente muy complejo: es una decisión política. Es un gasto pero se paga por la misma cadena de valor, y hay que hacerlo. Cuando empecé en este negocio, hace 30 años, el calado del río Paraná era de 28 pies. En los ´90s, se llevó a 34 pies, con un impacto enorme. Cuando se mejora el caladao del río, el FAS teórico, que es el modo en se traduce el precio internacional al valor local, aumenta automáticamente. Dos pies más sería mejor FAS teórico. La combinación de mejor FAS teórico gracias a un mayor calado y por menores retenciones, abriría el juego para expansiones en zonas más marginales. Hay lugar para expandir desde el punto de vista de las áreas a explotar y también desde el punto de vista de los rindes por una mejora en el paquete tecnológico.
¿Cómo impactan los “mercados políticos”?
-Usted suele analizar los mercados globales con la categoría de “mercados políticos”. ¿Cuáles son esos y por qué los llama de esa manera?
-Hay mercados donde los agentes económicos no están limitados por pérdidas y ganancias porque hay grandes actores que pueden trabajar en los mercados sin restricciones. En un paper que escribí hace mucho tiempo, los llamaba “big players”, grandes jugadores. Sus decisiones son difíciles de predecir. Cuando uno está limitado por pérdidas y ganancias, si gana, se va a expandir y si pierde, se va a contraer. Cuando tenemos big players que no están limitados en ese sentido, no sabemos bien lo que van a hacer.
-¿Los gobiernos serían big players?
-Claro, los gobiernos tienen mayor participación. Por ejemplo, China representa cerca de un tercio del flujo mundial de granos y oleaginosos. La demanda de China es bastante imprevisible porque tiene un componente político importante. Parte de la demanda china está en manos gubernamentales. Por ejemplo, China puede decidir comparar para generar reservas.
-¿China compra granos de más para estoquearse?
-Sí, para tener reservas de seguridad por si se pelea con Estados Unidos o por si decide invadir Taiwán.
-Es decir, un mercado político está afectado por razones geopolíticas ajenas a las decisiones del mercado de granos.
-Del lado de la demanda, genera mucha incertidumbre porque es muy difícil de predecir. También está el tema de la demanda de biocombustibles que, en gran medida, tiene su origen en mandatos gubernamentales. Quiere decir que el biocombustible no responde a una decisión estrictamente económica aunque hay casos como, por ejemplo, el etanol de caña en Brasil, que tiene que ver con una decisión más estrictamente económica. Pero en otros casos, depende de un mandato gubernamental.
-¿Para regular los precios de los combustibles fósiles?
-El objetivo final es reemplazar energía fósil por energía verde. Pero no está claro cuál será el mandato. Por ejemplo, Brasil bajó el mandato de biodiesel de B13 a B10 (Ndel E: el porcentaje de bioetanol en la mezcla con diesel). Ahora está planteando subirlo a B13 o B15. Indonesia está en B30 y lo puede llegar a subir a B40.
-Una decisión de los gobiernos para manejar el delicado equilibrio en esa transición energética sin matar el sector del combustible fósil porque es necesario.
-Eso del lado de la demanda. Y del lado de la oferta, también hay mercados políticos porque distintos gobiernos, al igual que hace la Argentina, intervienen para proteger las mesas locales. Un gobierno puede desconectar el mercado de trigo del mercado mundial, por ejemplo. Indonesia, que es el mercado más grande de palma, desconecta su mercado del mercado mundial cuando la palma es el gran contribuyente al mercado de aceites. El mercado de granos es un mercado muy politizado que hace muy difícil prever el tipo de políticas que los países van a adoptar. Con mercados más privados, esa proyección es más fácil. Hoy es más difícil.
-¿Cuál es un mercado más privado? ¿Estados Unidos lo es? ¿O Europa? Aunque quizás no porque también está muy atravesado por decisiones políticas.
-Más que países, los mercados políticos corresponden a períodos. Entre los ´90s hasta comienzos de los 2000, cuando China no era tan grande, funcionaron más como mercados privados. Ahora China tiene un tamaño tal que su impacto es enorme. Con China, es como si uno tuviera una pelota que tiene once agujeritos pero sólo tenemos 10 dedos para taparlos. Uno puede jugar todo el tiempo con la pelota pero siempre hay un agujerito que va a quedar destapado. Adivinar cuál es ese agujerito es la gran incertidumbre. China puede decidir importar más carnes o menos carne, más soja o menos soja. Nunca lo sabemos.
-Un nivel de incertidumbre muy alto con una pelota que es central en el juego.
-Muy central.
¿Déficit o superávit comercial en el sector del agro?
-Se habla mucho de la relación de la Argentina con China en términos de exportaciones. Ahora, ese negocio no es tan grande como podría serlo. ¿Podría ponerle números al intercambio con China?
-Siempre recalco ese punto. Vivimos muy pendientes de China, y es clave: es el principal importador de alimentos del mundo. También es uno de los principales exportadores de alimentos, algo que no se comenta mucho, y compite con algunas economías regionales de la Argentina. En el caso de la relación con la Argentina, China es el segundo comprador de la Argentina, después de Brasil. Dado el tamaño relativo de China, nos compran relativamente poco: menos del 10% de las exportaciones argentinas.
-¿A Brasil cuánto se exporta?
-Casi el 30% de las exportaciones argentinas se van a Brasil. Ahora, no sé si me gustaría tener una relación tan íntima como la que tiene Brasil con China. Pero, de todas formas, hay espacio para que la Argentina le venda más a China. Paradójicamente, China no nos compra los dos principales productos que la Argentina vende, harina de soja, porque prefieren producirla ellos mismos, y maíz. Nos compran aceite, carne, cebada y sorgo. Por otro lado, la Argentina tiene un déficit comercial con China elevado. O sea, hay espacio, a través de mejores negociaciones, para poder vender más.
-Estos dos productos centrales exportados por la Argentina, ¿cuánto pesan en sus exportaciones?
-En el caso de harina de soja, la Argentina es el principal exportador mundial. En el caso de maíz, es el tercero o cuarto, dependiendo de cómo se comporta Ucrania.
Argentina vs Brasil, ¿las desventajas del capital natural y del capital institucional?
-¿Cómo hizo Brasil para tener esta relación tan íntima con China, según usted la define? ¿Por qué mantiene una relación tan cercana?
-Brasil tiene mucha más producción que la Argentina. Hasta los años ‘90s, la Argentina y Brasil evolucionaban de forma paralela y a partir de 2000 en adelante, se despegan, fruto de distintas políticas aplicadas en Brasil y, también, por el hecho de que hay más tierra en Brasil. Pero lo cierto es que en Brasil hay un capital institucional, más allá del capital natural. No podemos equiparar el capital natural de la Argentina con el de Brasil porque Brasil es más grande y tiene más tierras. Pero en relación al capital institucional, nosotros hemos decidido no construirlo mientras que Brasil lo construye. Por capital institucional me refiero a la estabilidad: no modificar las políticas cambiarias, no poner retenciones, construir infraestructura. De ahí el salto que dio la producción brasileña. En los últimos 20 años, la Argentina ha crecido por dos mientras que Brasil ha crecido por tres. Hoy Brasil es el gran supermercado del mundo. En casi todos los segmentos que analicemos, Brasil cumple un rol primordial. Y como China es un comprador tan grande, se da una alianza casi natural. Muchas veces pensamos si tenemos que ser como Australia o si debemos hacer como Nueva Zelandia. Esperemos que seamos como Brasil que los tenemos mucho más cerca.
-¿Qué sería ser como Brasil que no es Australia? ¿Por qué esa distinción?
-Tienen políticas institucionales de las que podemos aprender. Esa estabilidad le da al productor la posibilidad de planear en el largo plazo, de incorporar tecnología, de comprar bienes de capital para que se dé el salto de oferta. La Argentina tiene un sector productivo súper innovador y creativo, que está listo para reaccionar a las señales sean las adecuadas y a la estabilidad en el largo plazo. Tenemos más limitaciones de capital natural que Brasil pero se puede reconstruir el capital institucional. En el Congreso, en Brasil, hay un grupo que se llama la “bancada ruralista”. En temas agropecuarios, es un grupo de legisladores ajenos a la política de partidos. Más que nada, piensan en el sector del agro. Es un sector muy importante que, más allá de cambios de un gobierno a otro, da estabilidad a largo plazo. Sería ideal que la Argentina tuviera una bancada ruralista en el Congreso para asegurar esas políticas de largo plazo para que el sector encuentre la capacidad de dar todo lo que puede dar, que es más de lo que da hoy.
-Siempre se plantea que, en la Argentina, la diseminación de pequeños productores hace que no tengan la fuerza necesaria para tallar en las negociaciones políticas.
-Pero Brasil también tiene muchos productores y las políticas son más adecuadas.
Exportadores de commodities vs productores
-¿Cómo funciona la relación entre los productores locales y los exportadores multinacionales o internacionales? En la Argentina siempre es un tema de debate. Se discute la ventaja que se llevarían los exportadores a costa de los productores. ¿Es un argumento razonable? ¿Es un debate que se da en otros países como Brasil, por ejemplo?
-No, el sector exportador es muy competitivo. Hoy hay 10 o 15 empresas que compiten diariamente para comprarle mercadería al productor. Además, a esos compradores que exportan, se le suman los compradores locales. Hay muchísimas opciones.
-¿Es decir que el producto puede negociar mejores precios?
-Sí. Ahora, en un mundo tan intervenido como en la Argentina, empieza a haber problemas entre los jugadores en las cadenas de valor. Eso sucede no porque no haya un affectio societatis natural entre los jugadores sino porque el gobierno se mete y empieza a desnaturalizar esa relación. Empiezan a darse fricciones que en otro contexto no existirían. Esas intervenciones son las que dan pie a este tipo de tensiones. En un entorno de menos intervención, eso no sucede. Por ejemplo, hoy se plantea si el exportador está pagándole al productor lo que debería pagarle.
-Esta semana se dio un debate en torno a una empresa que habría intervenido para romper el mercado con el precio ofrecido a pedido del ministro de Economía Sergio Massa.
-Lo que pasa es que, por una decisión cambiaria del gobierno, se concentran muchas ventas en un período corto. Hace 20 o 30 años, había una cosa llamada “presión de cosecha”: cuando el productor cosechaba y no tenía posibilidades financieras de almacenaje, tenía que vender su producción. Cuando había presión de cosecha en abril y mayo, los precios bajaban. Esto es como recrear una presión de cosecha artificial en 30 días. En el mes de septiembre, en 30 días, se vendió casi un tercio de la producción. Cuando eso pasa, es bastante razonable que los precios bajen. No es ideal pero es razonable. Si la producción se pudiera vender en forma más repartida a lo largo del año, no tendríamos esos vaivenes de precios.
-La competencia queda completamente afectada con esta presión de cosecha artificial.
-Pero, de todas maneras, el sector es muy competitivo.
Cambios globales y el agro, ¿más riesgos que oportunidades? Negocios y activismo medioambiental
-Quiero aprovechar su mirada histórica sobre este sector, después de 30 años de trabajar en el mundo de los agronegocios, y su mirada global. En el marco de todos los cambios que se están dando, con los efectos colaterales de la globalización, un mundo interdependiente con una guerra o una pandemia que impacta, por ejemplo, en el viaje de los contenedores que llevan los granos de un territorio al otro, o con el cambio climático, las olas de calor imprevisible o las olas de heladas, ¿cuáles son los principales temas de debate en el sector de los agronegocios de cara al futuro? Por ejemplo, The Guardian publicó una columna del escritor británico y activista medioambiental George Monbiot que plantea la posibilidad de eliminar la huella que deja la industria de los alimentos en el mundo para pasar a producir masivamente proteínas de manera artificial a través de la fermentación de precisión en laboratorios.
-Mucha gente plantea la posibilidad de reemplazar proteínas animales por proteína vegetal haciendo harina con arveja, por ejemplo.
-El planteo de Monbiot iba más allá: la idea es producir proteínas sin fotosíntesis a través de bacterias y virus fermentados en laboratorios.
-Todo eso requiere inversiones enormes. Todavía, tecnológicamente, no tiene el costo apropiado. Si se pudiera hacer en condiciones adecuadas de higiene, los alimentos serían carísimos. Cuando pensamos este tema, tenemos que pensar en un triángulo. Un vértice es la seguridad alimenticia. Otro vértice es la sustentabilidad del planeta. Otro vértice es la accesibilidad, que la gente pueda comprar lo que se produce: los precios. Hay una tensión permanente entre los tres vértices. Si en un momento estamos muy entusiasmados con la sustentabilidad medioambiental y de golpe nos asustamos ante un cambio de contexto, se ven las consecuencias. Por ejemplo, el tema de la energía en Europa: había una tendencia a dejar de usar la energía nuclear, a abandonar el carbón; se cerraron los yacimientos de gas en Holanda. En ese contexto, Europa quedó muy dependiente de Rusia. Vino la guerra y de golpe se volvió al carbón y a la leña. El tema de la accesibilidad no es menor. En un mundo que quizás va a ser más pobre en los próximos años, aumentar el precio de los alimentos por estar enfocados solamente en la sustentabilidad medioambiental también tiene un correlato en los niveles de pobreza. Vamos a enfrentar una tensión permanente entre los tres vértices del triángulo y es difícil saber qué dirección se va a tomar. Europa, que es uno de los grandes líderes en todo el movimiento de sustentabilidad medioambiental, va a tener que aflojar algunos de los requerimientos.
-¿Cuáles requerimientos, por ejemplo?
-Europa venía sosteniendo una posición muy fuerte en contra de los alimentos genéticamente modificados. Los transgénicos. Ahora se muestra un poco más amigable. Europa no nos compraba maíz por cuestiones fitosanitarias y ahora que se quedó sin el maíz de Ucrania, empezó a comprar nuestro maíz. Europa viene de cometer un gran error con su política energética. Quizás se plantee que su política agropecuaria también tiene puntos flojos. Por ejemplo, la decisión de inclinarse más en favor de lo más orgánico tiene un impacto grande en la productividad. Es un problema.
-Porque si tiene impacto sobre la productividad, ¿se vuelve más caro?
-Es más caro y hay menos. Cuando uno negocia, debería abrir opciones, no cerrar opciones. Europa está como negociando cerrando opciones. En algún momento puede decidir ser más abierto, lo que puede generar otro tipo de actitud. Pero hoy Europa tiene, sobre todo con Sudamérica, una actitud que yo describo como “medio imperial”: eso de venir e imponer condiciones.
-Sobre Brasil con el Amazonia, por ejemplo, aunque hay razones para preocuparse.
-Por supuesto que sí pero Sudamérica tendría que reaccionar con sus propios estándares, con más consensos, con una actitud más cohesiva y plantear qué va hacer para proteger el planeta y cuáles son nuestras condiciones, y no solamente aceptando condiciones. Porque muchas de esas condiciones son difíciles de cumplir.
-Además, Europa, en su desarrollo y en su evolución, tampoco sostuvo esas condiciones.
-Por supuesto. Hay algo interesante para subrayar cuando hablamos de Europa o de Asia y de quién impone las condiciones: las marcas tienen un rol muy importante en todo esto.
-Las corporaciones.
-No es que solamente el consumidor francés impone las condiciones.
-Ni tampoco que sólo un gobierno lo hace.
-Las marcas, que están muy globalizadas, son las que imponen requisitos muy grandes y no solamente el país o el consumidor. Al mismo tiempo, la marca también está muy presionada por organizaciones no gubernamentales. En ese punto, hay que encontrar un equilibrio.
-En estos días de Mundial, se habla mucho del “sportwashing”, con Qatar intentado lavar su cara en cuanto a la violación de derechos humanos. ¿Cuánto de preocupación real hay en las corporaciones en relación, por ejemplo, al cuidado del planeta, o hay “greenwashing”?
-Hay de todo. Hay gente de muy buena voluntad que le va a poner toda la garra posible para que funcione y gente que lo usará para su beneficio. Desde mi perspectiva, uno de los problemas de las declaraciones ambientales es que el sistema de precios no es parte de su lógica. En el pasado, el mundo asignaba recursos respondiendo al sistema de precios. Hay un artículo muy lindo de 1945 de un economista llamado Hayek (NdelE: Friedrich Hayek, exponente de la Escuela Austríaca) que explica cómo el sistema de precio es un gran teletransmisor de precios, útil para que todos tomen decisiones.
-Los precios como sistema de información. Javier Milei cita mucho a Hayek.
-Por ejemplo, si el petróleo se pone más caro, tiene que haber más oferta de petróleo. Si se pone más barato el trigo, tiene que haber menos oferta de trigo. En ese sentido, alguna de las políticas ambientales mutean al sistema de precios. A partir de ahí, las decisiones de inversión están un poco confundidas. Por ejemplo, mientras que hace 10 años atrás, en el sector fósil se invertían 800 billones de dólares, ahora, se invierten 300 billones. Si no baja la demanda de fósiles, hay un desequilibrio ahí. Entonces, al no funcionar el sistema de precios, la transición energética implica que hace falta otro sistema que todavía hoy no existe. Estoy muy a favor de los mercados internacionales de carbono. El problema es que hoy hay mercados de carbono muy segmentados; hay unos sesenta protocolos.
-¿Con mercado de carbono se refiere a poder tener mejor precio si se cuida la huella de carbono?
- Ése es un ejemplo. Eso generaría un crédito de carbono que uno se lo podría vender a alguien que contamina. Esos mercados de carbono darían señales, como lo hace todo sistema de precios: si sube el precio del carbono, incentivaría a que el que está sobre consumiendo, consuma menos. Pero el problema es que hay distintos protocolos en el mundo. Por ejemplo, en Brasil vale 20 dólares por tonelada; en Europa, 80. Eso es un mercado que funciona mal. Cuando se reunieron todos los gobiernos en el COP27 (NdelE: Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático) en El Cairo, una buena medida habría sido lanzar un mercado global de carbono.
-Un mercado global de carbono para castigar o incentivar las decisiones que impactan en el medioambiente.
-Porque ese incentivo, a través del sistema de precios, haría que la gente vaya reaccionando casi naturalmente frente a todo esto. Si no, a veces encontramos declaraciones muy grandilocuentes con poco contenido práctico. Eso sería una buena contribución del COP.
-Un cruce entre capitalismo y voluntad de sustentabilidad del planeta. El sistema de precio usado virtuosamente aún en el mundo del activismo.
-Totalmente, eso sería ideal.
-¿No está instalado este tema de debate entre los activistas medioambientales?
-Está. Lo que pasa es que todavía está todo muy emparchado. Muchos temas medioambientales se reducen a declaraciones de buenas intenciones. Después hay que monitorear si se plasman mientras que, con el sistema de precios, el control sería permanente.
-¿No hay algo de resignación en esa postura: como las cosas siguen peor de lo que imaginamos, que los cambios son más difíciles, entonces pongámosle un precio a aquello que se hace mal a ver si así se cambia?
-Al contrario, yo soy más bien optimista. Cuando vemos la historia del mundo, vemos que hoy hay 8 mil millones de personas y 800 millones están en extrema pobreza pero quiere decir que hay 7.200 millones que no. Hace años atrás, ese número era mayor.
-La mayoría no está en la pobreza extrema pero la calidad nutricional de su alimentación es muy baja.
-Esto no es blanco o negro, hay una graduación de situaciones. Algunos están mejores que otros pero el número absoluto va mejorando y va en la dirección correcta. Hace 20 o 30 años, leíamos proyecciones tremendistas todo el tiempo. Pero hoy el mundo no está así de mal. Hoy se producen suficiente cantidad de alimentos. Tenemos que ponernos de acuerdo en cómo administrarlos pero el problema ya no es que producimos menos. Para mejorar la situación, se trata de decisiones políticas que podemos alcanzar; no es que está determinado que nos vamos a dar contra la pared. Si nos damos contra la pared, es porque decidimos darnos contra la pared y no porque necesariamente eso tiene que suceder.
Un experto en commodities
▪ Formación. Magíster en Economía, Universidad Francisco Marroquín; también estudió en IMD-Lausanne, Oxford University- y Harvard Business School.
▪ Carrera profesional. Profesor Master de Trading de la Universidad de Ginebra; entre 2000 y 2014 fue vicepresidente de Cargill en esa ciudad suiza.
▪ Libros. En 2020 publicó En desequilibrio (Unión Editorial).