La Repregunta. Henry Cancelado: “Para Bukele, los delincuentes son terroristas que le hacen daño al pueblo”
El politólogo colombiano dice que la tasa de homicidios divulgada por el presidente de El Salvador “no es creíble”, cuestiona los punitivismos de izquierda y de derecha, y alerta sobre el riesgo que afronta la política tradicional cuando se aleja de la ciudadanía
“En El Salvador, la gente dice “estamos igual de mal pero al menos ya no nos matan””, explica. “Las tasas de homicidio de Bukele no son creíbles”, aclara. “Estas medidas son el emergente de una crisis de democracia. La gente prefiere seguridad y desarrollo por encima de libertad y democracia”, analiza. “Las medidas no son trasladables a otros países pero el discurso de Bukele, sí”, precisa. “El tema de la seguridad pública amenazada tiene que ver con una pregunta muy sencilla: ¿cómo hacemos que la gente salga a su trabajo en la mañana y llegue viva en la noche?”, sintetiza.
“Esta gente que vive de su trabajo, ¿qué quiere? ¿Democracia, participación, representación o llegar vivo a la noche? Ése es el debate cuando se lo piensa desde la perspectiva del que está en la calle, no desde la perspectiva de las grandes políticas”, distingue y concluye: “Eso justifica el éxito de Bukele. Si esas condiciones se repiten en otro país, tenemos el discurso para todo el mundo”. “Esta política de seguridad también tiene que ver con las condiciones propias de El Salvador, con las maras”, puntualiza. “Las maras no son nuevas para nada. Son bandas de los años ‘60s o ‘70 que nacen en Los Ángeles y tienen los nombres de las calles donde nacen”, describe y agrega: “Están formadas por migrantes centroamericanos que huyen de la pobreza, de la violencia, de la guerra civil que tuvo Centroamérica”. “Con todo el auge del narcotráfico y la era de los grandes carteles en Colombia, especialmente el de Medellín, y en México, hay negocio para todo el mundo dentro de lo que es la criminalidad en toda esta zona de Centroamérica y el Caribe. Entonces, estas maras regresan a sus países”, desarrolla.
“A Bukele se lo acusa de hacer acuerdos con las maras desde que era alcalde de Nuevo Cuscatlán”, plantea. “Lo que ocurre en muchos países en América Latina es que el debate político está alejado del debate social”, diagnostica. “La gente acompaña estas medidas efectivas contra el crimen. Sienten que por primera vez un político se acercó a un problema real”, afirma. “El Salvador sigue estando dentro de los países más pobres de América Latina.
Bukele aseguró que El Salvador levantó el nivel de vida pero nadie sabe cómo lo están midiendo”, cuestiona pero advierte: “Lo que hace que Bukele tenga tanta fuerza es que la gente sí siente el cambio en seguridad”. “Bukele le dice a las organizaciones de derechos humanos: ¿dónde estaban cuando estaban matando a los salvadoreños?”, señala. “El de Bukele puede ser un discurso muy contagioso en sectores de otros países, sobre todo cuando ven que en sus países fracasa la política contra el crimen”, analiza pero advierte: “En países mucho más grandes como México, Brasil o la Argentina, es muy difícil mantener una política sostenida como la de Bukele. ¿De qué tamaño habría que hacer una cárcel?”. “Bukele ha puesto fuerza militar para cuidar la cárcel, además de la fuerza policial”, dice. “A diferencia de México, Bukele logró mostrar a las maras como grupos terroristas, lo que lo inscribe en un discurso antiterrorista global muy diferente”, profundiza. “El nuevo centro penitenciario de Bukele es como una pequeña Guantánamo en Centroamérica”, compara y se extiende: “Los países están callados por ahora. ¿Por qué? Porque los presos son presentados como terroristas y la comunidad internacional permite correr ciertos límites frente al terrorirsmo”. “Las medidas punitivas están en la historia tanto de la derecha como de la izquierda”, plantea en relación a las posibilidades de contagio en fuerzas políticas de otros países. “La pregunta que hay que hacerse es: ¿quiénes son los líderes que en América Latina tienen condiciones tan complejas como para que este tipo de discurso pueda hacer eco en sus países?”, argumenta. “La política de seguridad de Bukele pueden nutrir incluso los discursos de ultraderecha estadounidenses, esos sectores que quieren que regrese un Trump si ven que en Centroamérica hay gente que se está haciendo algo y que se está deteniendo a los migrantes justo cuando Biden no sabe qué hacer con ellos”, subraya.
El especialista colombiano en relaciones internacionales, defensa y seguridad en la cuenca del Caribe y Centroamérica, Henry Cancelado, estuvo en La Repregunta. Cancelado es politólogo por la Universidad Nacional de Colombia. Es investigador de Strategos, el Observatorio de la Seguridad Global de la Universidad de los Andes en ese país.
Populismo de derecha, populismo de izquierda y ahora, populismo punitivista, el nuevo concepto que se instala a partir del caso de El Salvador con el gobierno de Nayim Bukele, la supuesta baja en la tasa de homicidio y medidas muy cuestionables para contener el crimen. ¿Por qué Bukele tiene gran popularidad? ¿Su punitivismo extremo puede contagiarse a otros países? ¿Puede resultar en la Argentina? Cancelado analizó estas cuestiones.
Aquí, la entrevista completa.
El caso Bukele y el populismo punitivista
-Hay una gran polémica en torno a lo que sucede en El Salvador desde de la asunción presidencial de Bukele en 2019 pero, de manera muy contundente, a partir de la declaración del estado de excepción y Del combate contra las maras, con este logro de una caída del 60 por ciento de la tasa de homicidios, de acuerdo con cifras oficiales del gobierno de El Salvador: hoy la tasa sería de 2 homicidios cada 100 mil habitantes. Para tener un parámetro, en la Argentina, de acuerdo con datos oficiales, es de 4,6 homicidios por cada 100 mil habitantes. Desde su mirada de experto en seguridad, ¿los datos de El Salvador son creíbles? Si lo fueran, ¿esa baja está relacionada con una política anti maras efectiva o con una violación de derechos humanos muy contundente y sostenida?
-Respecto de si los datos de El Salvador son creíbles, ese nivel de tasa de homicidios no es creíble en ningún país de América Latina. Nuestros países enfrentan una serie de desafíos en seguridad, de estabilidad social, con indicadores de exclusión y de pobreza que llevan a un número de asesinatos y otros delitos que muestran una criminalidad bastante alta. Desde México a la Argentina, sufrimos ese fenómeno, en algunos países con más acento, otros con menos. Eso hace que uno dude sobre los datos de El Salvador, sobre todo en un país que venía con un indicador de homicidios entre los más grandes del mundo, con algunas ciudades salvadoreñas entre las más peligrosas. Respecto de qué implican estas medidas, son efectivas pero también representan una crisis de institucionalidad: es el emergente de una crisis de democracia en América latina, y también en todo el mundo, donde la gente prefiere seguridad y desarrollo por encima de libertad y democracia. Tiene que ver con el populismo que ya hemos visto en América Latina y en América en general, porque lo vimos con Trump y con Bolsonaro. No es un fenómeno extraño y es profundamente eficiente. También tiene que ver con las condiciones propias de El Salvador.
Las maras salvadoreñas, ¿un delito exportable a otros países?
-En relación con el contexto específico de El Salvador, la centralidad que adquirió Bukele en las últimas semanas y meses en la conversación pública tiene que ver con las maras, pandillas que representan un problema realmente grave en El Salvador y esa región, con lógicas que se exportan a países como Estados Unidos. ¿Cómo es este fenómeno de las maras y en qué situación está hoy en El Salvador? ¿Cuál era la situación antes del escándalo que se da con esta nueva política anti criminal y anti mara, que incluye la sospecha de un acuerdo entre el gobierno y las maras?
-Las maras no son nuevas para nada. Son bandas de los años ‘60s o ‘70. Entre las maras más conocidas, está la mara Barrio 18 y la mara Salvatrucha 13. Curiosamente, son bandas que nacen en Los Ángeles y tienen los nombres de las calles donde nacen. Están formadas por migrantes centroamericanos que huyen de la pobreza, de la violencia, de la guerra civil que tuvo Centroamérica. Se van formando en EEUU para proteger a los salvadoreños, especialmente en California. Después, con todo el auge del narcotráfico y la era de los grandes carteles en Colombia, especialmente el de Medellín, y en México, hay negocio para todo el mundo dentro de lo que es la criminalidad en toda esta zona de Centroamérica y el Caribe. Entonces, estas maras empiezan a hacer el outsourcing violento. Estos carteles se nutren de lo que van dejando estas grandes mafias y empiezan a crecer y a generar un fenómeno de violencia. Regresan a sus países, porque el fenómeno parte de Estados Unidos hacia Centroamérica, y empiezan a tratar de controlar territorios en Centroamérica y a expandirse sobre estos tres países: sobre todo, El Salvador y Honduras. Nicaragua, por su situación política, tiene una condición muy particular. Cuando Bukele empieza su carrera política como alcalde, hace una serie de acuerdos con estas maras y algunos indican que está traicionando los acuerdos. Otros dicen que todo esto es parte de una estrategia de algunas bandas para acabar con otras. Esto queda en el terreno de la especulación. No lo sabremos bien sino hasta que en algún momento aparezca algún documento o algo que nos indique que eso es así.
-El periódico salvadoreño El Faro, un medio independiente, publicó chats de Whatsapp entre el gobierno y miembros de las maras donde se hablaba de acuerdo. También hay reproches de las maras que dicen que el gobierno los habría traicionado en ese fin de semana en el que hubo 87 homicidios en El Salvador. ¿Esa investigación es una muestra de que hay una especie de connivencia entre el gobierno de Bukele y las maras?
-Eventualmente, sí. A Bukele se lo acusa de eso desde que era alcalde de Nuevo Cuscatlán, su primer puesto público dentro de su carrera política en esta pequeña ciudad salvadoreña. No queda muy claro si es un acuerdo del gobierno con algunas bandas para acabar con otras o del gobierno con todas las bandas como una especie de acuerdo de paz y de entrega. Serían dos condiciones muy diferentes: en una hay una voluntad política del gobierno y en la otra, una conspiración criminal para acabar con otro. En una hay elementos de legalidad y en la otra, elementos profundos de ilegalidad. Falta determinar qué ocurre entre el gobierno y las maras.
La criminalidad y el fracaso de la política
-En esta reconstrucción cronológica que usted hace del fenómeno de las maras, se ve un cambio de escala cuando se cruzan con el fenómeno del narcotráfico y se da la expansión por la región. Además, usted vincula ese salto de escala con la situación de las democracias en general y en particular, con la situación de El Salvador. Leía una entrevista a Carlos Dada, fundador de El Faro. En su gira por Europa para alertar a la comunidad internacional sobre lo que se está viviendo en El Salvador, sostenía lo siguiente: “La sensación para la mayoría de la población salvadoreña es que las promesas que nos hicieron sobre las bondades de la democracia nunca llegaron. No fue la solución a sus males”. Antes de la llegada de Bukele a la presidencia, ¿qué pasaba en términos políticos? ¿Había un bipartidismo que no logró contener el problema de las maras y del delito?
-Lo que ocurre en muchos países en América Latina es que el debate político está alejado del debate social. En El Salvador, se daban unas luchas políticas dentro de una especie de democracia formal con elecciones, partidos, movimientos pero por debajo, la sociedad estaba totalmente abandonada. Por eso es que la gente acompaña estas medidas efectivas contra el crimen. Sienten que por primera vez un político se acercó a un problema real. Se abandonan los grandes debates políticos propios de las estructuras partidistas de América Latina. El populismo en América se adentra en los problemas sociales cotidianos, se relaciona directamente con la gente que abandona y desprecia las viejas castas políticas. Eso es lo que ocurre en El Salvador. Y es la novedad de Bukele en El Salvador pero es un fenómeno que ocurre en otros países en América.
-Bukele sorprendió por varias cuestiones. Por el giro de la economía hacia el bitcoin. Por el estado de excepción. Y también por la definición de sí mismo en Twitter como “el dictador más cool de América Latina. Y porque, a pesar de todo, retiene más del 80 por ciento de popularidad. Ahí surge una pregunta: ¿el tema de la seguridad era el tema central para la población que el bipartidismo alejado de la gente no estaba encarando? ¿O era el tema de la pobreza, porque detrás del tema de la delincuencia y de las maras también está el tema de la pobreza? ¿Cómo son esos indicadores de pobreza y de poder adquisitivo hoy en El Salvador? Porque que un político solucione el tema de seguridad con construcción de cárceles para 40 mil eventuales detenidos no es necesariamente una solución para los problemas que aqueja a la población en general.
-El Salvador sigue estando dentro de los países más pobres de América Latina. De los tres de Centroamérica, Salvador, Honduras y Nicaragua son los países más pobres en el continente. Y si le sumamos las islas del Caribe, también entraría Haití. Estos países siempre están en esos niveles. El año pasado, el presidente Bukele aseguró que El Salvador levantó el nivel de vida pero nadie sabe cómo lo están midiendo. Pero lo que hace que Bukele tenga tanta fuerza es que la gente sí siente el cambio en seguridad. La gente dice: “estamos igual de mal pero al menos ya no nos matan”. Es lo mismo que Bukele le dice a las organizaciones de derechos humanos: ¿dónde estaban cuando estaban matando a los salvadoreños? Ese discurso le llega mucho a la gente, especialmente a la gente que sufrió a todas estas pandillas en sus territorios. Entonces, los indicadores de pobreza son los mismos, aunque se puede separar un poco de Nicaragua, que cada vez cae más. En El Salvador el tema del bitcoin no ha funcionado como lo hubiera querido Bukele por las fluctuaciones tan grandes que todavía tiene este mercado. Pero el tema de la seguridad hace que la gente diga: “estamos igual de mal, pero pues ya no nos mata”. Eso marca una diferencia gigante en la cotidianidad de los salvadoreños.
Punitivismo a la Bukele
-En relación a este señalamiento, en 2019, hubo 2022 homicidios. El año pasado, según las cifras oficiales de Bukele, fueron 496 homicidios en todo el año, en todo El Salvador, una población de 6 millones de habitantes. En la Argentina también se discute mucho el tema de seguridad. Hay dirigentes políticos que empiezan a hablar de una solución a la Bukele contra un garantismo que termina exponiendo a la inseguridad a la población. ¿Cuánto arraigo puede tener ese discurso de Bukele en otros países de la región? ¿Y cuán sostenible es mantener esa baja en la tasa de homicidios y la criminalidad con medidas tan represivas, con la posibilidad de detener a los sospechosos sin juicio previo, de encerrarlos en esta súper cárcel que cuyas imágenes nos sorprendieron tanto, con el traslado de presos casi desnudos, en forma masiva? ¿Cuán efectiva puede resultar una política como esa desde su punto de vista de experto en seguridad?
-¿Qué tan qué tan contagiosa puede ser esta política? Mucho, precisamente por el manejo mediático por parte del gobierno y por la forma en que Bukele ha manejado sus relaciones, con discursos fuertes y directos contra la comunidad internacional, contra la prensa y contra las organizaciones de derechos humanos. Hay sectores a los que eso les gusta, sobre todo cuando ven que en sus países fracasa la política contra el crimen. El caso caso colombiano, que ha sido la noticia esta semana, es un ejemplo. La pregunta en Colombia es para dónde vamos y ahí viene la comparación con El Salvador: “mire, ahorita El Salvador es uno de los países más seguros”. Pero hay que ver por qué. Colombia es un país de 48 o 49 millones de personas donde solo Bogotá, con 8 o 9 millones de habitantes, tiene una población más grande que la de El Salvador. En un país de ese tamaño o en países mucho más grandes como México, Brasil o la Argentina, que son los tres grandes en términos territoriales y poblacionales en la región, es muy difícil mantener una política sostenida como la de Bukele. ¿De qué tamaño habría que hacer una cárcel? Por eso al principio subrayaba las condiciones particulares de El Salvador. Primero, es un país pequeño en territorio. Segundo, es un país pequeño en población. Eso hace que las políticas punitivas puedan ser mucho más enfocadas porque pueden llegar mucho más fácilmente al problema. En países mucho más grandes no funcionan. Miremos el fracaso de México: es como el otro espejo, con zonas totalmente manejadas por la delincuencia donde el Estado está totalmente perdido. México y El Salvador son la antítesis el uno del otro. Miremos las condiciones de México: Estado federal muchísimo más grande, con grupos mucho más fuertes y con carteles más poderosos. El Salvador es un caso más chico pero le sirve a muchos gobiernos para decir “no está tan mal; dejemos ver hasta dónde llega a ver qué pasa, a ver qué podemos hacer en nuestros países”. Pero es muy difícil comparar un Brasil, una Argentina o México o una Colombia con El Salvador. Las tradiciones son totalmente diferentes.
-De hecho, México cuando inicia la guerra contra el narcotráfico tuvo esa lógica: cuanto más arsenal punitivo se despliega, más efectividad se puede tener. Pero con el correr de los años, esa política para contener al narcotráfico se mostró como un gran fracaso.
-Sí, tal cual. Incluso cuando atraparon por primera vez al hijo del Chapo Guzmán, las mafias le dijeron a la Guardia Nacional que se fueran, que el problema no era con ellos: “nosotros nos quedamos con el muchacho”. Porque llegaban camionetas y más camionetas de gente armada y las fuerzas militares estaban totalmente desprotegidas. Las grandes fuerzas militares del continente son las de Brasil y obviamente las de Colombia, por su conflicto interno. Ahí viene una cosa interesante: el presidente Bukele ha puesto fuerza militar para cuidar la cárcel, además de la fuerza policial. No son contratistas. A diferencia de México, Bukele logró mostrar a las maras como grupos terroristas. De ahí el nombre de la nueva cárcel: “Centro penitenciario contra el terrorismo”. Eso lo inscribe en un discurso antiterrorista global muy diferente.
-Es decir que Bukele está tratando de construir una legitimidad distinta.
-Ése es el punto. Guardando las proporciones, el nuevo centro penitenciario es como una pequeña Guantánamo en Centroamérica.
-¿Podría desarrollar esa comparación entre este centro contra el terrorismo en El Salvador y el Guantánamo de los Estados Unidos?
-Guantánamo es este espacio medio oscuro por el que siempre se acusa a EEUU. Se lo acusa de llevar allí a los terroristas detenidos, de someterlos a una serie de vejámenes, un lugar donde los derechos humanos no aparecen. Es lo mismo que estamos viendo en El Salvador. Un espacio totalmente oscuro al que solo conocemos por medio del gobierno, que es el que nos deja ver algunas imágenes en una lógica disuasiva por medio de las comunicaciones. Los que están adentro, tal como está indicado desde el mismo nombre de la cárcel, son terroristas. Se eleva a cualquier enemigo a la categoría de terrorista, no importa si es un radical islámico, o un mafioso, o un subversivo para poder inscribirse mejor en los intereses de la comunidad internacional. En Colombia también hemos manejado ese discurso del terrorismo con ese objetivo. Eso es lo que también está haciendo El Salvador. ¿Qué son las maras? Terroristas. Por eso, guardando las proporciones, Bukele está haciendo una pequeña Guantánamo en Centroamérica y los países están callados por ahora. ¿Por qué? Porque los presos son presentados como terroristas.
-Es muy inquietante esa comparación porque en la lucha contra el terrorismo, la comunidad internacional acepta el corrimiento de límites éticos que no aceptaría en la lucha contra la delincuencia común, por ejemplo. Acepta traspasar esos límites de una manera y cuestionable, pero lo acepta.
-Sí. Si nos paramos desde las organizaciones de derechos humanos, ellas están viendo que son delincuentes, o sea, crimen organizado y transnacional, pero crimen organizado que responde más a convenciones de Naciones Unidas como las de Palermo.
-¿Qué dice la Convención de Palermo?
-Es la convención de la ONU que define y trata el crimen organizado transnacional, el COT. El simple hecho de que haya habido una convención para el crimen organizado diferente a todas las resoluciones contra el terrorismo significa que son dos fenómenos diferentes. Las organizaciones de derechos humanos se paran en esa diferencia. Bukele, en cambio, se para en otro lugar: él no ve la diferencia entre uno y otro. En su concepción, son todos terroristas que le hacen daño al pueblo salvadoreño. Entonces, hay que perseguirlos. Se puede comparar con lo que pasa en Colombia cuando ataca el norte de Ecuador, buscando a las FARC: ¿qué eran? Terroristas. Por eso, las sanciones contra Colombia son mucho menores, porque eran terroristas. La comunidad internacional permite correr ciertos límites frente al terrorirsmo. Entonces tenemos dos narrativas, dos discursos que por ahora no están acompasandos.
Política antidelito
-En relación a la evaluación sobre lo que está haciendo Bukele con las maras, algunos sectores de la política en distintos puntos de América Latinaeste están llegando a la conclusión de que es una política efectiva y podría ser aplicable en otros países. ¿Se está teniendo una mirada muy restrictiva acerca de lo que es la seguridad? Las maras están integradas también por niños de 9, 10 años o adolescentes que entran a esas organizaciones criminales porque están completamente abandonados por el Estado y por la familia. Combatir a un niño como si fuera un terrorista es una política de seguridad muy limitada para un problema muchísimo más estructural y con muchas dimensiones.
-Sí. Una de las críticas que caen sobre Bukele es que no entiende el problema en su dimensión. Pero Bukele insiste con que está combatiendo a la gente que ha hecho daño. La gente que ha sufrido ese año dice “qué bien por Bukele, que siga así”. Ése es el discurso que mantiene el presidente salvadoreño en todas sus sus declaraciones y alocuciones públicas. Ahora bien, el punto es cómo se acompaña eso con desarrollo para evitar esos fenómenos. El punto con las maras es que, como son grupos migrantes contrarios, es decir, vienen de EEUU hacia Centroamérica, son prácticamente foráneos en su propia tierra. Es gente que ni siquiera calza en El Salvador. En EEUU los persiguen por integrar bandas, es decir, por delincuentes; en El Salvador los persiguen como terroristas. Entonces, ¿cómo lograr un concepto de seguridad humana lo suficientemente amplio como para atacar ese problema de la raíz? Es muy difícil. Ahorita, por ejemplo, la mara Salvatrucha 13 está empezando a reclutar salvadoreños como tal. Esos grupos llevan 40 o 50 años de acción pero hace poco, en los ‘80 y ‘90s y hasta hace 10 o 15 años, todos sus miembros venían de afuera. Hace poco empezaron a reclutar. Pero no está claro qué hace la política con los viejos fundadores, los que ya venían, los que permitían el paso de los carteles tanto de México como de Colombia. Están un poco perdidos dentro de esta política punitivista. El mensaje es: ustedes han trabajado con mafias, ustedes matan gente, entonces hay que borrarlos. La otra dimensión es una política mucho más social enfocada desde principios de seguridad humana. Parte de una declaración de Naciones Unidas de los años 90s, que busca prevenir. En todo problema de seguridad hay dos momentos, el momento de crisis que hay que contener. Si llega Rusia sobre Ucrania, hay que detener a Rusia. Otra cosa es el momento estructural: cómo se soluciona el problema de fondo. Bukele todavía está en el momento de crisis.
Punitivismo a la Bukele
-En término del posicionamiento ideológico y de la posibilidad de contagio de esta mirada de Bukele hacia otros países de América Latina, ¿Bukele está situado más hacia un populismo de derecha o de derecha extrema y podría contagiar y darle argumento a Bolsonaro o a fuerzas anti casta de los países que cuestionan a las políticas de los partidos tradicionales? ¿O puede trasladarse también a populismos de izquierda con una mirada despectiva en relación a la institucionalidad?
-Las medidas punitivas están en la historia tanto de la derecha como de la izquierda. Preguntémosle, por ejemplo, a los soviéticos o al movimiento San Isidro en Cuba. Las medidas punitivas se dan indistintamente del punto ideológico. La pregunta que hay que hacerse, y estás apuntando correctamente, es: ¿quiénes son los líderes que en América Latina tienen condiciones tan complejas como para que este tipo de discurso pueda hacer eco en sus países? Porque está claro que El Salvador ya estaba fuera de cauce en todo sentido: dos mil asesinatos en una población tan pequeña es muchísimo, miremos las proporciones. ¿Otros países verían igual el tema de la criminalidad o no? Ideológicamente sí, incluso pueden nutrir los discursos de ultraderecha estadounidenses, esos sectores que quieren que regrese un Trump si ven que en Centroamérica hay gente que se está haciendo algo y que se está deteniendo a los migrantes justo cuando Biden no sabe qué hacer con ellos. Si alguien quiere tomar ese discurso, lo coje por donde sea. El problema de fondo es que lo punitivo lo puedes encontrar tanto en Nicaragua como en Brasil con Bolsonaro o en EEUU. Lo vemos en cualquier lado.
-En democracias que no logran resolver esas cuestiones que inquietan tanto a la gente.
-Sí, totalmente. Ese es el punto central. ¿Cómo lo resolvemos? Cuando pensamos en seguridad en América Latina, pensamos en grandes cosas y en agendas que no son nuestras. El tema de la seguridad pública que se ve amenazado tiene que ver con una pregunta muy sencilla: ¿cómo hacemos que la gente salga a su trabajo en la mañana y llegue viva en la noche? Esa es la respuesta básica que se busca. Pero en El Salvador, no se estaba planteando esa pregunta ni encontrando esa respuesta. Esta gente que vive de su trabajo, ¿qué quiere? ¿Democracia, participación, representación o llegar vivo a la noche? Ése es el debate cuando se lo piensa desde la perspectiva del que está en la calle, no desde la perspectiva de las grandes políticas. Eso justifica el éxito de Bukele. Si esas condiciones se repiten en otro país, tenemos el discurso para todo el mundo. Ese discurso no se contagia porque se repitan las condiciones particulares de El Salvador. Se pueden repetir elementos de criminalidad, bandas trasnacionales, pero no necesariamente la misma situación.