La Repregunta. Federico Trucco: “En la Argentina, podemos construir conocimiento a una fracción del costo que implicaría generar ese conocimiento en California, en Europa o en Israel”
La reciente aprobación en China de la soja HB4 tolerante a la sequía puso una vez más a Bioceres en el centro de las noticias; el CEO de la empresa reivindica la sinergia lograda con los investigadores del Conicet y dice que ése es el camino para el desarrollo local
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“Hay que provocar a las universidades y al Conicet para que venzan los prejuicios y tengan una mayor orientación a la construcción de empresas y a crear empleo”, propone. “Cuando miro una planta de soja, veo una máquina de convertir dióxido de carbono en moléculas orgánicas. Ese proceso que se llama fotosíntesis puede estar redireccionado por las herramientas modernas de la ciencia”, plantea. “Si construimos los activos localmente y los internacionalizamos correctamente podemos encontrar una ecuación de valor que ningún otro país tiene”, afirma. “La Argentina tiene la posibilidad de utilizar la biotecnología en múltiples industrias, con la salvedad de que el sector agropecuario es uno de los pocos sectores de nuestro país relevante internacionalmente”, sostiene. “Cuando hay capacidad de utilización de los recursos del Estado, del Conicet, se da una combinación única que permite pensar en las oportunidades de un sector para trascender la venta de materias primas y vender materia gris”, desarrolla. “El sector agropecuario permite cierto nivel de protección frente a los problemas macroeconómicos porque participa de una cadena de valor global que tiene sus ingresos dolarizados”, expone. “La propuesta de valor tiene que ocurrir a nivel global. Si solo pensamos proyectos relevantes para nuestro mercado doméstico, va ser muy difícil convencer a inversores internacionales que nos apoyen. Ahora, si construimos los activos localmente y los internacionalizamos correctamente podemos encontrar una ecuación de valor que ningún otro país tiene”, argumenta.
“Cuando miro una planta de soja, veo una máquina de convertir dióxido de carbono en moléculas orgánicas. Ese proceso que se llama fotosíntesis puede estar redireccionado por las herramientas modernas de la ciencia”
El CEO de Bioceres, Federico Trucco, estuvo en La Repregunta a pocos días de una de las noticias más importantes del agro argentino: la aprobación por parte de China de la soja HB4, tolerante a la sequía, que desarrolló Bioceres en alianza estratégica con el Conicet y el equipo de investigación de la especialista en biotecnología vegetal, Raquel Chan, en la Universidad Nacional del Litoral.
Trucco es bioquímico por la Universidad de Luisiana. Tiene una maestría en Patología de Plantas y Malezologia por la Universidad del Estado de Colorado y es Doctor en Ciencias de los Cultivos por la Universidad de Illinois.
Aquí, la entrevista completa.
“Hay que provocar a las universidades y al Conicet para que venzan los prejuicios y tengan una mayor orientación a la construcción de empresas y a crear empleo”
-Causó gran impacto la decisión del ministerio de Agricultura de China de aprobar la soja anti sequía. ¿Cómo se llegó a esa articulación tan lograda de dos países tan distintos, de lo privado y del Estado, dos Estados que además tienen matrices de funcionamiento muy diversas?
-La aprobación de China es la validación de un proceso que empezó mucho tiempo atrás, en el año 2003, cuando decidimos avanzar con la tecnología del Conicet vinculada a la tolerancia a la sequía. Después de muchos años sobrellevando un proceso con muchos aspectos, después de obtener la primera aprobación para esta tecnología en soja en la Argentina en 2015, es muy importante para una empresa como la nuestra lograr casi 7 años después la aprobación en China que nos habilita comercialmente. China es un comprador muy importante de la soja que se produce a nivel mundial y no sólo en la Argentina. Nos permite entrar a un club muy selecto de compañías.
Soja antisequía y el cruce virtuoso entre lo público y lo privado. ¿Cómo se dio?
-Es un logro muy interesante. Tiene un rol muy clave el Conicet y la investigación de Raquel Chan. También, el capital privado de una empresa como Bioceres. Y también hay una relación entre estas dos economías muy distintas. ¿Cómo es que esa relación entre una empresa de capital privado como Bioceres y una institución como el Conicet, que es estatal, se da de manera tan virtuosa?
-Para estos desafíos grandes, la única chance que tenemos como país es una estrategia colaborativa. No tenemos la fuerza bruta que tienen otros países, otras compañías, otros sistemas científicos. El Conicet es clave como originador de inversiones en la Argentina. Es central como gran usina de conocimiento para una empresa como Bioceres, que no podría estar haciendo el trabajo que hace el Conicet. La dinámica entre países es compleja. Nosotros no teníamos la posibilidad de construir una estructura regulatoria en China: necesitamos contar con una compañía similar en China que hiciera esto por nosotros. En 2011, empezamos a colaborar con unas compañías privadas chinas, dentro de lo que significa eso en China, con una magnitud similar a la nuestra. La compañía china se llama DBN Biontech. Es la única que logró aprobaciones de eventos biotecnológicos chinos fuera de China. De hecho, hay una soja de esta compañía que ya fue aprobada en la Argentina. Estos mecanismos permiten llevar adelante proyectos que de otra manera requerirían otro nivel de recursos y que las validaciones y aprobaciones vean la luz del día.
“Si construimos los activos localmente y los internacionalizamos correctamente podemos encontrar una ecuación de valor que ningún otro país tiene”
-En la empresa china, imagino, tiene un peso importante el Estado chino.
-En 2011, empezamos a colaborar con compañías privadas chinas, dentro de lo que significa eso en China, con una magnitud similar a la nuestra. La compañía china se llama DBN Biontech. Es hoy una compañía líder en desarrollo tecnológico para China. Es la única que logró aprobaciones de eventos biotecnológicos chinos fuera de China. De hecho, hay una soja de esta compañía que ya fue aprobada en la Argentina. Nosotros tuvimos aquí una intervención similar a la que ellos tuvieron en la aprobación reciente de nuestra soja en Beijing. En China, todas las empresas tienen un punto de contacto fuerte con el Estado por su organización económica dentro del régimen comunista capitalista pero es una compañía que se ha dedicado a desarrollar tecnologías alternativas a las que venían desarrollando las compañías líderes del sector tanto en EEUU como en Europa con apoyo estatal pero no con el mismo nivel de relación científica que tenemos nosotros con el Conicet.
Biotecnología, ¿la oportunidad de la Argentina futura… o presente?
-Sobre el campo pesa casi un estigma, sobre todo desde el kirchnerismo, que lo concibe como producción primaria que beneficia a unos pocos. ¿Es la biotecnología la que puede llevar a un salto de calidad en la relación del campo con la matriz productiva general?
-La biotecnología se aplica en muchas industrias. Está siendo utilizada en desarrollo de salud con la funcionalización de los alimentos, en la producción de biomateriales, en la sustitución de energías renovables por no renovables. La Argentina tiene la posibilidad de utilizar la biotecnología en múltiples industrias, con la salvedad de que el sector agropecuario es uno de los pocos sectores de nuestro país relevante internacionalmente. Hay pocos sectores de nuestra economía que representen el 5% de la producción mundial de granos y en el caso de la soja, que es la estrella del mundo agrícola argentino, el 15% del mercado mundial. Cuando hay capacidad de utilización de los recursos del Estado, del Conicet, se da una combinación única que permite pensar en las oportunidades de un sector para trascender la venta de materias primas y vender materia gris. Esto es lo que estamos haciendo con esta tecnología relevante para poder sobrellevar las sequías, para poder controlar esos efectos y obtener mayor productividad.
-¿La oportunidad es vender esa patente al mundo o es producir productos con soja antisequía, o con trigo antisequía, otro de los desarrollos, y vendérselos al mundo? ¿O las dos?
-Son las dos. Nosotros podemos producir más en nuestro propio país. Hay 20 millones de hectáreas que se siembran todos los años. Al menos un tercio tiene problemas de disponibilidad hídrica crónicos. Ahí es donde podemos aumentar la productividad de manera significativa, obteniendo entre 2 mil y 3 mil millones más de exportaciones por año si logramos penetrar esa oportunidad de forma completa. Ese problema hídrico también pesa en Brasil en forma muy dramática, en una parte relevante de EE.UU. en forma muy importante; también en China, en India, en cada uno de los productores de soja. La oportunidad por fuera de la producción local argentina es tanto o más significativa desde el punto de vista de la captura de valor para la ciencia y la tecnología.
“La Argentina tiene la posibilidad de utilizar la biotecnología en múltiples industrias, con la salvedad de que el sector agropecuario es uno de los pocos sectores de nuestro país relevante internacionalmente”
El campo argentino. De los prejuicios al Silicon Valley agrario
–Cuando pensamos en empresas que cotizan en Nasdaq pensamos en Silicon Valley, pero aquí hay una empresa de biotecnología argentina que llega a ese epicentro de la búsqueda de capitales. Cuando usted ve el campo argentino desde Bioceres con esa visión que cruza el mundo académico, por su formación exigente en Ciencias de los Cultivos, con el mundo de los negocios, ¿qué piensa?
-El campo argentino es una gran oportunidad. Vivimos en la era del conocimiento, es casi una obligación incorporar conocimiento. Si lo logramos, podemos hacer mucho más para el desarrollo del país en su totalidad y no simplemente para una fracción de nuestra población. En esta visión de la agricultura posgranaria, lo que hacemos es utilizar el ecosistema no sólo para producir materias primas agrícolas, sino también para producir los plásticos biodegradables que va a necesitar la humanidad; o para producir alimentos funcionalizados vinculados con la salud, que nos permitan sobrellevar mejor distintas condiciones de la vida estresante que hoy tenemos; para la sustitución de hidrocarburos. Para todo eso, tenemos que animarnos a dar el salto hacia el futuro incorporando la ciencia moderna: en eso, la Argentina tiene ventajas competitivas porque es un país que tiene una trayectoria en las ciencias biológicas, con Premios Nobel, con equipos científicos. Nuestra misión es ser actores activos en ese proceso de transicionar de la agricultura actual a la agricultura del futuro; alcanzar muchísimo más impactos en la economía agraria de nuestro país. Que esa economía no quede acotada a la producción de materias primas.
-Lo escucho y me parece realmente atrapante concebir ese salto lógico que va de una plantita en el medio del campo a hidrocarburos y nutrifarmacéutica. Cuando usted mira una planta de soja o trigo, ¿qué ve?
-Veo una máquina de convertir dióxido de carbono en moléculas orgánicas. Ese proceso que se llama fotosíntesis puede estar redireccionado por las herramientas modernas de la ciencia para que termine dándonos los polímeros con los que vamos a hacer todos los empaquetados de los productos alimenticios para que, una vez en el tacho de basura, se degraden en menos de 30 minutos y no generen contaminación plástica. O para que dé una harina fortalecida que pueda ser funcionalizada para responder a necesidades de salud de forma personalizada. Hoy Argentina puede generar valor incorporando ciencia a la producción del agro y resolver temas importantes de la humanidad. Preservar el planeta y atender las condiciones de la vida de los seres humanos son aspectos centrales que la agricultura futura puede encarar con la incorporación de la ciencia.
“El sector agropecuario permite cierto nivel de protección frente a los problemas macroeconómicos porque participa de una cadena de valor global que tiene sus ingresos dolarizados”
-Ya lo vemos en la biotecnología aplicada a las harinas libres de gluten, por ejemplo.
-Esa es una opción que ya está al alcance de la mano. Tenemos trigos diseñados para que tengan el 60% menos de gluten que un trigo normal sin perder sus atributos para la panificación o la producción de pastas. Uno no necesita ser celíaco para beneficiarse de una dieta de bajo gluten. Hay niveles de intolerancia al gluten y está muy validado que, a medida que vamos reduciendo la exposición al gluten, tenemos dietas mucho más saludables.
-Argentina ha puesto enormes expectativas en los hidrocarburos tradicionales vía Vaca Muerta. ¿Diría que el agro concebido como especie de laboratorio con una producción diversificada puede ser mucho más sostenible que Vaca Muerta?
-Una cosa no quita la otra. No soy el fanático número uno de tecnologías no tradicionales de extracción de hidrocarburos, pero me parece que hay ver las oportunidades en un horizonte temporal: qué cosas podemos hacer hoy, qué cosas nos van a llevar un poco más de tiempo y nos van a llevar a soluciones mañanas. Cuando uno extrae hidrocarburos de las reservas fósiles, lo que está sacando es fotosíntesis de cientos de millones de años atrás que están fosilizadas. La fotosíntesis en tiempo real nos permite en cambio tener el mismo esquema de funcionamiento con una salvedad muy importante: que el dióxido de carbono que emitimos lo estamos fijando en el mismo tiempo biológico. Es mantener el equilibrio en las emisiones, que emita y fije en el mismo momento y no que emita lo que se fijó hace mucho tiempo atrás porque eso es lo que genera la descompensación. En esto hay que tener una visión y llevarla a la práctica. El futuro no es lo que uno cree que va a hacer. El futuro es lo que uno hace todos los días y va construyendo con su pasión. Hay forma de moldear el futuro; no es algo que esté predeterminado y que enfrentamos como actores pasivos. Hay una linda oportunidad de pasar a la acción y dejar un poquito de lado la dinámica binaria, esa idea de que para que se haga una cosa hay que dejar la otra. Al contrario, es un proceso de coexistencia con otros intereses entendiendo que hay una línea temporal en la que hay cosas que son más importantes y más asequibles hoy y otras que lo van a hacer en un horizonte mediano o largo de tiempo.
“Cuando hay capacidad de utilización de los recursos del Estado, del Conicet, se da una combinación única que permite pensar en las oportunidades de un sector para trascender la venta de materias primas y vender materia gris”
Contextos adversos, logros a pesar de todo. ¿Cómo es la Argentina del hacer?
-Vuelvo al principio pero para plantearlo de otra manera. Sucedió algo bueno en Argentina con este cruce de negocios, ciencia y aporte de lo privado y de lo público, con estos desarrollos. Las ideas están porque, según usted plantea, el Conicet es una especie de usina de ideas. El capital está porque Bioceres lo está poniendo en juego, porque llega al Nasdaq y logra atraer el interés de ese capital que anda por el mundo en busca de proyectos virtuosos. ¿Qué es lo que falta para que este tipo de oportunidades que cruzan lo público y lo privado, la ciencia y los negocios, se den más en la Argentina?
-Animarnos. Lo primero, hay que vencer la barrera del miedo. Hay un montón de prejuicios que hacen pensar que en la Argentina las cosas no se pueden hacer. Nosotros queremos dar testimonio de que se puede a pesar de todos los contextos. No es que me resigne a que Argentina no mejore: todos queremos mejorar, tener menos inflación, una economía más estable. Todas esas cosas que son importantes como país. Pero eso no debería petrificarnos.
-Pero lo que me llama la atención es que pudieron aún en un contexto tan adverso. Están basados en Rosario, una ciudad que tiene desafíos sociales, peso del narcotráfico, la inseguridad; en una Argentina que tiene grietas en relación a la visión del campo. Y sin embargo, ustedes se animan como empresarios, los científicos como tales, el Estado apoya y asume sus riesgos. ¿Cómo lograron sortear los frenos que puede tener la política o el mundo científico en sus múltiples prejuicios en relación al capital privado y, sobre todo, al capital que viene del campo?
-Hay un aspecto actitudinal: decidir dónde queremos poner nuestra energía, si la queremos dedicar a estas discusiones para ver quién es mejor o si directamente tratamos de lograr consensos para ir avanzando y en ese proceso, ir logrando confianza. La foto de hoy de Bioceres no era la foto del comienzo. Probablemente en los primeros contactos con el mundo científico había un altísimo nivel de desconfianza mutua. Hoy es distinto. En ese devenir, uno va encontrando la Argentina del hacer y se sale de la Argentina que opina crónicamente de todos los temas. Uno decide cómo quiere invertir su energía en la vida. Nosotros tenemos la posibilidad de dedicarnos a opinar o dedicarnos a hacer. Y elegimos el hacer. Hoy muchas de las cosas que hacemos tienen consenso de los dos lados de la grieta. La regla es la transparencia y ponerlo todo arriba de la mesa; sobre eso, se genera la confianza. Y darle al otro el beneficio de la duda. Si arrancamos pensando que el otro no sirve, es malo, es un chanta, nuestra energía va a estar trabada. Son aspectos sencillos; no estoy diciendo nada nuevo pero son puntos centrales al momento de explicar una historia como la nuestra.
Ciencia y negocios: Argentina y sus ventajas competitivas
-¿El tipo de acuerdo entre la empresa, el Conicet, el Estado logró generar esta confianza?
-Hay un contrato que viene al final en el cual establecemos las reglas bajo las cuales compartimos los beneficios de lo que logramos en forma conjunta. Pero hay toda una serie de contratos no explícitos, que no están en papel. Que los investigadores sientan que somos una alianza que suma y no que resta; que nuestros inversores sientan que en la ciencia argentina hay alguna inventiva; que podemos lograr cosas que otros no lograron; que al final del día hay una transformación de todo esto en valor económico que es mensurable. Hoy, con una acción cotizando en un mercado de capitales, quizás es más fácil que al principio cuando arrancó Bioceres pero todo esto es importante para ir construyendo esa confianza. Lleva mucho tiempo; se puede destruir muy rápidamente. Es un compromiso cotidiano y tiene como pilar fundamental la transparencia. Si nosotros no compartimos información con el otro, es difícil construir un vínculo de confianza.
-Hay coincidencia en que si no hay una macroeconomía saneada, con la microeconomía no alcanza para que las empresas despeguen. ¿Cómo se ve eso desde una empresa de punta en biotecnología y con capacidad de búsqueda de recursos en Nasdaq?
-Eso es así. Ha sido así durante mucho tiempo y probablemente nos lleve mucho tiempo cambiarlo. Pero precisamente el sector agropecuario permite cierto nivel de protección frente a esos temas porque participa de una cadena de valor global que tiene sus ingresos dolarizados. Pero en el resto de los sectores de nuestra economía, estamos atados a esa realidad. Habiendo dicho esto, la Argentina es un país muy competitivo para la construcción de conocimiento. Cuando se construye conocimiento, inicialmente, lo que hacemos es quemar plata en recursos humanos, o sea, son sueldos. Pero la capacidad de transformar ingresos argentinos en conocimiento es súper competitiva. En la Argentina, podemos construir conocimiento a una fracción del costo que implicaría generar ese conocimiento en California, en Europa o en Israel. Nos falta entender que ese conocimiento que producimos acá a una fracción del costo lo tenemos que monetizar en todo el mundo. La propuesta de valor tiene que ocurrir a nivel global. Si solo pensamos proyectos relevantes para nuestro mercado doméstico, va ser muy difícil convencer a inversores internacionales que nos apoyen. Ahora, si construimos los activos localmente y los internacionalizamos correctamente podemos encontrar una ecuación de valor que ningún otro país tiene. Tenemos que concentrarnos en eso porque no es obvio lo que digo. No es algo que resulte entendible inmediatamente. Pero es algo de lo que muchos más se pueden beneficiar: construir activos localmente y después, los internacionalizamos comercialmente. La industria de software lo hace porque tiene sus programadores acá y sus ingresos en el resto del mundo.
“La propuesta de valor tiene que ocurrir a nivel global. Si solo pensamos proyectos relevantes para nuestro mercado doméstico, va ser muy difícil convencer a inversores internacionales que nos apoyen. Ahora, si construimos los activos localmente y los internacionalizamos correctamente podemos encontrar una ecuación de valor que ningún otro país tiene”
Agro, transgénico e impacto medioambiental. Una respuesta a las críticas
-Uno de los cuestionamientos que se le hace al mundo del agro y al de los transgénicos es el impacto ecológico. ¿Cuál es su respuesta a las críticas en términos medioambientales y de salud?
-Hay dos aspectos sobre ese tema. Primero hay que entender que si nosotros no hubiéramos incorporado la biotecnología a la producción agropecuaria, hoy necesitaríamos el doble de hectáreas para producir la misma cantidad de materia prima que genera el agro en la actualidad. Eso nos ha ahorrado un montón de hectáreas que podemos mantener con sus ecosistemas naturales. El segundo elemento es que la preocupación del consumidor no está dada específicamente por el método que utilizamos para generar la modificación genética, si es transgénesis u otra, sino por lo que esa modificación génica habilita. Si habilita el uso de un producto químico que tiene impacto sobre el ecosistema, el consumidor es muy negativo. Si la modificación mejora la calidad del trigo para que tenga menos gluten, la percepción del consumidor es totalmente distinta. La cuestión de fondo y la batalla a dar tiene que ver con el uso de los productos químicos en agricultura, cómo se pueden ir sustituyendo por productos de menor toxicidad de origen biológico sin perder productividad. Ese es otro dilema: cómo hacemos que los alimentos se mantengan accesibles.
De los negocios a la ciencia y las universidades y viceversa
-Una empresa de biotecnología es intensiva en el uso de conocimiento. ¿Cuán listas están las universidades argentinas para aportar capital humano profesional a estas empresas de biotecnología y para formar parte de esta interacción entre lo privado y los centros de investigación?
-Están muy listas. Lo que falta es provocarlas.
-¿Qué quiere decir “provocarlas”?
-Que venzan los prejuicios y que las universidades, al igual que el Conicet, tengan una mayor orientación a la construcción de empresas. Hay que provocar para llevar adelante un modelo más parecido al de las universidades americanas, donde los científicos que salen de estas casas de estudio van a ser emprendedores. Fundan compañías y se convierten en empleadores. Eso es provocar: que la gente no piense necesariamente en tener empleo, sino que se puede estar formando para ser un empleador de otros. Que se piensen como empleadores. A partir del conocimiento, tener un impacto en el mundo de los negocios.
-Dejar de pensar ese campo del siglo XIX, la Argentina agroexportadora, para pasar a pensar en el agro como una especie de Silicon Valley, un laboratorio de innovación y desarrollo.
-Estamos convencidos de eso. Una parte importante de nuestro patrimonio la estamos poniendo en un fondo que se va a dedicar exclusivamente a construir empresas de base científica, de ciencias de la vida, tomando el recurso humano de las universidades, del Conicet, y dándoles el capital para que puedan arrancar. Nos pusimos un objetivo ambicioso de construir 500 empresas en 10 años porque parte de nuestra razón de ser tiene que ver con esta transformación cultural y ahí es donde estamos poniendo nuestra energía y nuestro esfuerzo.