La Repregunta. Emiliano Kargieman: “La Argentina no está formando la gente necesaria para tener una industria relevante en ningún sector de tecnología”
El fundador de Satellogic afirma que, sin modificar aspectos ligados a educación, será difícil que las iniciativas den un salto
“No hay suficiente gente formada para crecer y tener cien empresas de tecnología de servicios espaciales, que sería lo deseable”, alerta. “Hay muchas trabas logísticas y de funcionamiento que hacen que Argentina no sea el país donde fabricar satélites en serie”, agrega. “Desde el punto de vista de logística y de las regulaciones de importaciones y exportaciones, la zona franca en Montevideo, Uruguay, nos permitía un funcionamiento que no hubiéramos podido conseguir en Argentina”, analiza. “La Argentina tiene dos áreas tecnológicas donde se ha invertido de manera sistemática en gobiernos de distintos signos en los últimos 40 años, el sector espacial y el nuclear. Eso generó capacidad y le da al país oportunidades interesantes”, describe. “Satellogic en la Argentina es un caso de libro de las cosas que puede hacer bien el Estado en el proceso de ayudar a crear una compañía de tecnología: dar apoyo, abrir capacidades y facilidades para poder arrancar”, sintetiza. “En la Argentina, no hay la suficiente cantidad de gente formada para crear ni 100 ni 15 Satellogic”, cuestiona. “Hay un problema cultural”, señala y agrega: “No se entiende que el Estado invierte en mi educación porque espera que yo, con esa educación, cree valor y genere riqueza”. “En el sistema científico y tecnológico argentino está mal visto generar valor y riqueza”, afirma. “La industria espacial es hoy una industria de más de 300 mil millones de dólares”, describe. “Nuestro sector, el de observación de la Tierra, representa 5 mil millones de dólares por año pero puede crecer a 150 mil millones en unos años”, plantea.
El emprendedor Emiliano Kargieman, fundador y CEO de Satellogic, la compañía de tecnología que mapea la Tierra con sus propios satélites y provee esos datos a gobiernos y empresas, estuvo en La Repregunta. Satellogic es uno de los jugadores globales más importantes en la explotación comercial de los servicios espaciales de observación del planeta. ¿Cuáles son las oportunidades para la Argentina y cuáles los obstáculos a la hora de subirse a ese futuro de la economía del espacio que en 2040 puede llegar a generar 1 trillón de dólares, según Morgan Stanley?
Aquí, la entrevista completa
-En 2019, el 95% de los 366 mil millones de dólares de revenue en el sector espacial se generó en los servicios de espacio a tierra. ¿Satellogic está en ese sector? ¿Qué peso tiene en ese sector?
-La industria espacial es hoy una industria de más de 300 mil millones de dólares. De esa industria, la mayor parte son servicios que se brindan del espacio a tierra, fundamentalmente, servicios de comunicaciones, la distribución de televisión satelital y, entre otras cosas, el sector de observación de la Tierra, o sea, satélites como los que hacemos nosotros para tomar imágenes y mirar lo que pasa en el planeta. Nuestro sector es todavía un nicho relativamente pequeño de este mercado: unos 4 o 5 mil millones de dólares al año pero está creciendo muchísimo. Justamente, a partir de un desarrollo de tecnología novedoso y de integración vertical en la producción, con la fabricación de todos estos componentes, nosotros pudimos hacer satélites de observación mucho más eficientes que los que existían hasta ahora. Eso nos permite poner muchos satélites en órbitas y empezar a remapear toda la superficie terrestre. El objetivo es hacerlo una vez por día. Con esa infraestructura que estamos poniendo en el espacio, la meta es democratizar el acceso a la información de origen satelital. La idea es que ya no sean solo gobiernos y agencias de defensa e inteligencia los que usan imágenes satelitales sino que cualquiera, un pequeño agricultor, por ejemplo, alguien que está tratando de tomar decisiones sobre lo que pasa en en su rincón del mundo pueda tener la opción de usar imágenes y datos de origen satelital. En nuestra industria en particular, eso va a hacer crecer el mercado a unos 140 o 150 mil millones de dólares al año. Todo el sector espacial está creciendo. Se espera que en los próximos años crezca hasta el trillón de dólares que estima Morgan Stanley para 2040. En algunas estimaciones, hacia el fin de siglo, vamos a estar hablando de una economía fuera de la Tierra que va a ser un porcentaje significativo de la economía del planeta.
La carrera por el futuro
-Satellogic fabrica los satélites, los lanza y además, da el servicio de esa provisión de datos. ¿Cuántos satélites tiene hoy en órbita?
-Hoy estamos operando 26 satélites en el espacio. Tenemos la flota o la constelación más grande de satélites de observación de la Tierra en alta resolución. En el planeta, eso nos permite dar un servicio que hoy nadie más puede dar: sacar imágenes de cualquier punto del planeta 7 u 8 veces por día. Tenemos la capacidad de remapear grandes superficies como un continente o la Tierra entera en un período de un par de meses. Estas características son bastante únicas. Nos permiten darles servicios a gobiernos y también a algunas empresas, sobre todo en el sector de seguros de agricultura y en sectores de energía que quieren ver exactamente lo que está cambiando sobre la superficie.
-Los satélites de Satellogic tuvieron un rol en la guerra que se libra en Ucrania mapeando ese territorio y proveyendo información a Ucrania. ¿Esto es así?
-En una situación como la de Ucrania hay una necesidad de ver lo que está pasando sobre el terreno. Es muy difícil tener una idea de lo que pasa en un territorio tan amplio. Si bien tenemos una política de uso de datos de nuestros satélites que es sólo con fines pacíficos, o sea, nuestros clientes no pueden utilizar los datos para campañas militares activas con fines ofensivos, sí proveemos los datos para monitorear lo que está pasando sobre el terreno a clientes como Médicos Sin Fronteras y ONGs que los usan para ayudar a refugiados o para ayudar con la logística de alimentos y medicamentos. Esto permite organizar la logística de ayuda a la población civil de manera muchísimo más organizada que si no se tuviera esta visión desde arriba.
-Sobre los territorios y sobre los suelos suceden muchos eventos, por ejemplo, incendios forestales y, por el lado positivo, cultivos que van desarrollándose hasta llegar al momento de la cosecha. ¿En eso también podría intervenir Satellogic proveyendo información cada vez más cercana al tiempo real?
-Exacto. Creamos la compañía con la idea de ayudar a resolver algunos de los problemas más grandes que enfrenta la humanidad hoy, que tienen que ver con cómo gestionamos los recursos naturales para generar y distribuir alimentos y energía para 8 o 9 mil millones de personas de manera sostenible. Es decir, evitando comer los recursos de generaciones futuras. La Tierra no tiene un problema de escasez de recursos. El problema sí está en la optimización del uso de los recursos. Todavía hay suficiente tierra cultivable y suficiente energía solar como para alimentar a toda la población del mundo y darle una buena calidad de vida. Hay que tomar decisiones todos los días a nivel de corporaciones y de gobiernos pero también a nivel de pequeñas empresas y de individuos. Esas decisiones afectan al resultado neto de la productividad primaria del suelo y de la productividad energética. La idea con la que comenzamos la compañía tiene que ver con eso: esta visión que nos da mirar toda la Tierra por completo desde el espacio, todos los días, y ver lo que está cambiando es una herramienta que permite tomar mejores decisiones en el día a día. El resultado final, eventualmente, es poder sostener a la población de la Tierra en las mejores condiciones posibles con los recursos que tenemos.
¿Qué necesita una empresa de tecnología para nacer en la Argentina?
-Fabricar satélites parece una empresa casi imposible aunque se trata de satélites pequeños. ¿Cuánto cuesta fabricar hoy un satélite y por qué la Argentina fue el territorio de lanzamiento? Cuando la NASA empezó a lanzar los transbordadores espaciales, gastaba US$80 mil por kilo de aparato y hoy es una cifra muchísimo menor, unos mil dólares por kilos, según vi en un reporte. ¿Es una cifra descriptiva de la realidad de la producción de satélites?
-Hoy podemos construir satélites no porque seamos mucho más inteligentes que el resto del mundo sino por una convergencia de características y de olas de tecnología. Una es la baja del costo de poner un kilo de carga en el espacio. Históricamente, el costo estaba en el orden de los 50 mil y 80 mil dólares por kilo, dependiendo del sistema usado para poner algo en órbita. Eso bajó y se estabilizó en alrededor de los 20 mil dólares por kilo y, en los últimos años, siguió bajando de manera muy significativa. Hoy el costo está en el orden de los 5 mil dólares por kilo. Eso permite poner satélites en órbita con un costo mucho menor. Empiezan a cerrar otros modelos de negocio que antes eran más difíciles con precios por kilo tan altos. Además, como el precio por kilo de poner algo en órbita está un poco más bajo, se pueden tomar más riesgos: si solo cuesta 5 mil dólares el kilo, se puede correr el riesgo de que no funcione.
-Con los valores anteriores, ese riesgo sólo podía tomarlo un gobierno o la NASA. Ahora pueden hacerlo los privados con capital de riesgo que ven al riesgo como manejable.
-Esa es una de las variables. Después, hay otras tendencias como la estandarización de las interfaces de lanzamiento, es decir, que sea más fácil plantearse cómo pongo un satélite en un cohete. También tiene que ver con el diseño por computadora. En otra época, diseñar un satélite de cero implicaba todo el diseño mecánico, térmico y demás análisis, lo que llevaba muchísimo trabajo, gente y tiempo y muchas pruebas: probar en una cámara de vacío o en una mesa de vibración. Hoy, con el diseño por computadora, estos ciclos de diseño se pueden acortar mucho, lo que también baja los tiempos de desarrollo y también permite tomar más riesgo. Y la impresión 3D que permite llevar a la práctica de manera más rápida estos diseños. Al principio de la década pasada, cuando arrancamos con Satellogic allá por 2.010, se da una confluencia de tendencias al principio que hace que tenga sentido empezar a pensar en modelos de negocios y satélites pequeños fabricados a escala. Fuimos uno de los pioneros en el mundo. Hoy hay una docena de compañías alrededor del mundo que están trabajando en constelaciones de satélites con este y con otros fines, basados en los mismos principios. Es el origen de esta nueva ola de desarrollo de la industria espacial, que ya no está liderada por agencias espaciales y gobiernos sino por estas empresas y por emprendedores en cualquier lugar del mundo que están construyendo tecnología para resolver problemas y generar valor desde el espacio.
Empresas espaciales con “ADN argentino”. ¿Cuál es el aporte de la Argentina?
-Usted describe una democratización de las posibilidades de desarrollo de ese sector a partir de los bajos costos, lo que hace que sea más fácil el acceso. Por otro lado, señala las oportunidades que dan todas esas tendencias y capas de tecnología y de innovación tecnológica acumuladas, que se van consolidando. Cuando ustedes empezaron a construir este emprendimiento y estos satélites, ¿qué tenía para aportar la Argentina de 2010 en términos tecnológicos a un emprendimiento que usted suele describir como con “ADN argentino”? ¿Qué rol tuvieron agencias del Estado como ARSAT, completamente estatal, dedicada a la construcción y lanzamiento de satélites para comercializar estos servicios, o la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE), más orientada a los satélites con fines de observación científica?
-Pudimos hacer esto en Argentina porque hubo 40 o 50 años de inversión sistemática en tecnología que terminó con un montón de conocimiento acumulado alrededor de la tecnología espacial. La Argentina tiene dos áreas tecnológicas donde se ha invertido de manera sistemática a través de gobiernos de distintos signos durante los últimos 40 años, que son el sector espacial y el nuclear. Eso genera y le da al país algunas oportunidades interesantes.
-Hay un trabajo muy interesante del economista Andrés López sobre el desarrollo del sector espacial de Argentina y lo vincula exactamente con el desarrollo previo del sector nuclear.
-Es una historia muy interesante. Argentina tiene una historia muy rica de ese lado. Cuando empecé Satellogic en 2010, estaba en Estados Unidos, en Mountain View, en California, en un centro que tiene la NASA, el NASA Ames. Me di cuenta de que, para el desarrollo de la tecnología, algunas cuestiones regulatorias de EEUU me lo iban a hacer muy difícil. Decidí buscar dónde empezar la compañía. Soy argentino, tenía algunas conexiones con el país y conocía bien esta historia. Había estado en INVAP anteriormente, conocía bien la historia de la CONAE, conocía bien cómo Argentina se había metido en el sector espacial. Llamé por teléfono a Lino Barañao, que era el ministro de Ciencia y Tecnología en ese momento, y le conté que estaba pensando en empezar esta empresa y que podría hacerlo desde Argentina. Barañao me dijo que viniera, que me iban a apoyar como pudieran. Lo segundo que hice fue llamar a INVAP, a Tulio Calderón que era el vicepresidente del área aeroespacial en ese momento. Con Tulio fuimos a hablar con Héctor “Cacho” Otheguy, que era el gerente general.
-Un hombre clave en el INVAP.
-Súper clave. Cacho falleció hace un par de años. Una persona increíble y con un impulso espectacular para construir esa compañía. El INVAP es una compañía del Estado muy particular, que ha funcionado casi como una compañía privada y ha generado muchísimo valor y capacidades durante muchísimos años. Ellos me abrieron la puerta para incubar estas ideas en Bariloche. Me dieron un lugar para sentarme y, sobre todo, me dieron acceso, la posibilidad de hablar con los técnicos y con los ingenieros de INVAP. Yo no sabía prácticamente nada de satélites. Sabía cómo hacer empresas de tecnología a partir de tener una idea muy clara de lo que quería hacer. Sabía construir otro tipo de tecnología, sabía algo de electrónica, algo de computación. Pero no sabía nada de satélites.
-Un satélite parece un salto importante.
-En ese momento entendimos algo, que creo fue lo que nos permitió hacer lo que hicimos: que no hay nada particular en un satélite. Es como una especie de robot muy tonto. Como robot, tiene que reaccionar muy lento. En el espacio nada pasa demasiado de golpe. Hacer un auto que se maneja solo es mucho más difícil que hacer un satélite. Yo venía con esa visión de que en realidad esta tecnología no es tan difícil, hay que desacralizarla un poco, hay que dejar de pensar que solo porque algo está en el espacio, uno tiene que ser la NASA para poder hacerlo. Cuando en Bariloche escuchaba las historias de cómo habían fabricado los primeros satélites, el Sac A, el Sac B, en medio de la montaña, también te daba un poco esa sensación. Nadie empezó siendo la NASA. Todo el mundo empieza en un garaje. Eso fue lo que hicimos nosotros: nos instalamos ahí gracias a que nos abrieron la puerta del INVAP. Estuvimos dos años, de 2011 hasta 2013, los años de diseño de la primera generación de nuestro satélites y el lanzamiento de Capitán Beto, nuestro primer satélite. Parte de lo bueno de las incubadoras es que uno tiene que saber cuándo irse. Después de lanzar el Capitán Beto, decidimos salir del INVAP y seguir nuestro camino. Pero desde el punto de vista del rol del Estado al principio de la creación de una compañía de tecnología, el caso de Satellogic en Argentina es un caso de libro de las cosas que puede hacer bien el Estado en el proceso de ayudar a crear una compañía de tecnología: dar apoyo, abrir capacidades y facilidades para poder arrancar.
El futuro argentino y la economía espacial. La restricción macro y productiva
-Según usted plantea, EEUU tenía políticas regulatorias que eran un obstáculo para un emprendimiento como Satellogic. Llega a Argentina que tiene una ventaja competitiva en ese nivel de incubación, con una empresa estatal con un funcionamiento muy virtuoso, casi de empresa privada por su grado de eficiencia y de actualización tecnológica, que les abre la puerta. Comparten conocimiento y logran lanzar el primer satélite. Pero después su fábrica de satélites se instala en Uruguay. ¿El Estado argentino, sus políticas y regulaciones son potentes para incubar pero después, a la hora de crecer y explotar ese desarrollo comercial, deja de ser el territorio indicado? ¿Por qué?
-Por un lado, nunca nos mudamos a Uruguay. Seguimos teniendo un equipo en Argentina, que es la parte más importante de la compañía por cantidad de gente: son casi 200 personas. Hacen el diseño de todos los satélites y de todos sus componentes y del software que corre en los satélites. Esto lo hacemos en Argentina desde el principio. No es que nos mudamos hoy: es que, en un momento, tuvimos que tomar la decisión de dónde lo íbamos a fabricar. Habíamos hecho los primeros tres prototipos en Argentina con mucho sudor y lágrimas para tratar de importar los componentes y tratar de exportar los satélites terminados. Había muchas trabas desde el punto de vista logístico y de funcionamiento, con una cadena de proveedores locales de tecnología que no está bien desarrollada. Un montón de problemas que hacía difícil escalar la producción de satélites en serie dentro de la Argentina. Cuando tuvimos que tomar la decisión de dónde montar nuestra planta de fabricación, era obvio no hacerlo en Argentina. Argentina está muy bien para un montón de cosas pero no es el lugar para ponernos a fabricar satélites en serie. De la misma manera que Argentina no es el lugar para montar nuestro equipo de desarrollo de negocios y ventas, que tiene que ir a venderle a los gobiernos del mundo. Eso lo hacemos desde EEUU o Europa. De esa misma manera, no era una ventaja competitiva la fabricación en la Argentina. Eso es lo que nos lleva a tomar la decisión de abrir una planta en Uruguay, en una zona franca en las afueras de Montevideo. Desde el punto de vista de logística y de las regulaciones de importaciones y exportaciones, ese lugar nos permitía un funcionamiento que no hubiéramos podido conseguir en Argentina.
El problema educativo y la escasez de profesionales. La otra restricción
-Esa descripción muestra, por un lado, los callejones sin salida que presenta la Argentina para el desarrollo de una empresa como ésta, esas condiciones de las cadenas de provisión, las regulaciones de exportación y de importación de insumos necesarios. Pero por otro lado, muestra que conviene tener en la Argentina un equipo de 200 personas para el desarrollo de tecnología sofisticada de satélites. Si la Argentina tiene alguna oportunidad futura en este sector espacial, ¿es en ese nivel de capital humano súper formado para el diseño y, en cambio, la fabricación se hace en otro lugar dado las condiciones macroeconómicas y productivas de la Argentina?
-Sí y no. Sí por esto que decía antes, hay razones históricas, hay gente formada en algunos lugares; en algunos reductos y universidades, se sigue formando gente con muy buena capacidad. Pero no porque hoy no hay suficiente gente formada en Argentina como para que haya 15 Satellogics. Realmente no existe gente formada como para crecer tanto: ahí hay una limitación. Para nosotros resultó algo súper bueno sobre todo al principio. Era fácil quedarnos, todos los años, con los mejores egresados de las carreras que nos interesan porque la gente que quiere trabajar en el espacio no tiene muchas opciones de proyectos interesantes. Eso nos permitió formar un equipo increíble. Si lo mirás desde el otro lado, no es tan bueno: no hay lugar para que haya cien compañías como ésta, que es lo deseable. Hoy hay algunas empresas más arrancando en la Argentina en el sector espacial: generamos un pequeño movimiento y eso está buenísimo. Pero Argentina tiene un déficit de formación y en educación muy profundo que empieza antes de la primaria, acompaña, toda la formación primaria y la secundaria. Falta escuelas técnicas. Nuestra universidad pública es elitista pese a que nos jactamos de lo contrario.
-¿En qué sentido “elitista”?
-Es muy poca la gente que puede pagarse atravesar una carrera en la universidad pública. Termina siendo un porcentaje muy pequeño de la población la que logra atravesar una carrera universitaria. Yo fui a escuela primaria pública: el Wenceslao Posse. Terminé el secundario en el Nicolás Avellaneda, también una escuela pública en Buenos Aires. Y fui a la UBA. Soy un producto completo de la educación pública argentina y lo digo con mucho dolor. Nos estamos equivocando seriamente en la manera en que pensamos la educación. Uno de nuestros grandes problemas es que Argentina no está formando hoy la gente para poder sostener a largo plazo una industria relevante a nivel nacional, en ningún sector de tecnología. Tenemos que replantearnos cosas muy seriamente para empezar a hacer cambios profundos y que, en 15 o 20 años, los chicos que hoy están entrando a la primaria o al jardín de infantes, tengan las posibilidades de educarse para sacar el máximo provecho desde el punto de vista del país, para insertarnos en las economías de tecnología que se van a venir.
Ciencia argentina y la cultura anti riqueza. La tercera restricción
-Su respuesta es mucho más inquietante porque, en principio, la restricción que frena el desarrollo es la política económica, la macroeconomía. Usted plantea una restricción mucho más estructural que es la del capital humano necesario para desarrollar esas empresas. Aunque hoy alcance con un grupo muy pequeño de profesionales para las pocas empresas que hay, si Argentina quiere crecer en esos sectores de valor agregado, con posibilidades de rentabilidad enorme, no cuenta con un plan sistemático de formación de recursos humanos. Es decir, hay limitaciones por los dos lados, la macroeconomía y la educación.
-Más que eso. Hay una limitación cultural. En el sistema científico y tecnológico de la Argentina está mal visto generar valor. Generar riqueza no es uno de los objetivos del sistema científico nacional. Eso es un problema. Como soy un producto de la educación pública argentina, lo puedo decir porque lo he vivido: lo que no se entiende es que el Estado invierte en mi educación porque espera que yo, con esa educación, cree valor y genere riqueza. La gente toma la educación pública como una especie de derecho universal donde el Estado tiene la obligación de educarme y yo no tengo la obligación de devolverle nada al país. Es un problema cultural. Tenemos que empezar a trabajar con los chicos de jardín de infantes porque hoy ya hay generaciones perdidas que no van a poder dar el salto cultural que hace falta para construir el país que necesitamos.
-¿Qué tipo de profesionales y de saberes son los que contribuyen a este sector? ¿Solo son saberes de las ciencias exactas, las ciencias duras más tecnológicas o, también saberes de las ciencias blandas, la historia, la filosofía, la sociología? Cuando se mapea un territorio, también hay interpretación de datos que hacer. ¿Qué peso tienen cada una de esas áreas del conocimiento?
-En lo que hacemos nosotros, hay una mezcla de las dos áreas. Para construir satélites y desarrollar el software, hay físicos, matemáticos, gente de ciencias de la computación, ingenieros mecánicos, ingenieros electrónicos, es decir, gente con formación en ciencias duras y en carreras técnicas. Por otro lado, hay un componente que tiene que ver con cómo se inserta la tecnología que desarrollamos en el contexto del mundo, cómo vendemos, cómo explicamos lo que hacemos, cómo se lo contamos a nuestros potenciales clientes. En ese caso, son saberes y habilidades más blandas: en venta, marketing, la gente con formación en ciencias sociales lo hace súper bien porque requiere una inteligencia emocional distinta. También hay un componente geopolítico, cómo se inserta en el mundo, en qué contexto. Eso requiere un pensamiento con otro nivel de abstracción y mucho más social, más geográfico, más geopolítico que el pensamiento que hace falta para hacer los satélites.
La economía espacial y el impacto ecológico. El “space junk” y los desafíos futuros
-En términos de los desafíos que implica el desarrollo del sector espacial, está el impacto ecológico. Hay discusión sobre el tipo de energía fósil que se usa para impulsar los satélites. Pero también hay debate en torno a lo que se llama el “space junk”, la cantidad de restos que quedan orbitando alrededor de la Tierra. La Agencia Espacial Europea va monitoreando regularmente unos 29 mil restos por los riesgos de colisión pero también por el impacto medioambiental que puede haber por el tipo de químicos y componentes microscópicos que dejan flotando. ¿Qué interrogantes se están planteando en el sector y qué soluciones?
-El espacio es un mundo nuevo. Sobre todo esta pequeña cáscara de órbita baja que está apenas saliendo de la Tierra, a 400 o 500 kilómetros de altura. Si bien es un espacio grande y es difícil llenarlo de cosas, está claro que tenemos que ser cuidadosos con cómo lo manejamos. Si lo contaminamos con un montón de objetos que en el futuro hacen difícil salir de la Tierra, estamos generando un problema enorme para las generaciones futuras. Ser responsable en cómo usamos ese espacio que pertenece a toda la humanidad y a las generaciones futuras es algo que tenemos que atender con muchísimo cuidado. Hasta hoy era relativamente fácil porque solo un puñado de países tenía la capacidad de poner cosas en órbita. Había una especie de pequeño club que se regulaba. Ahora, se suman compañías privadas. Hay unas 160 o 170 compañías en el mundo haciendo cohetes. Se está dando también una democratización a la hora de poner cosas en el espacio. Estamos empezando a transitar el camino de la autorregulación a la generación de regulaciones que permitan manejar el espacio de manera responsable para no contaminarlo. Se están tomando los pasos correctos. Es un tema que está en la agenda de los países y de las empresas en las que trabajamos.
Apasionado por la innovación
▪ Formación. Estudió Matemática y Filosofía en la UBA.
▪ Desarrollos económicos. Fundador de Core Security Technologies. Cofundador y director ejecutivo de la firma de capital de riesgo Aconcagua Ventures. En 2010 creó la empresa tecnológica Satellogic.
▪ Premios. En 2018 obtuvo el Diploma al Mérito a empresarios innovadores otorgado por la Fundación Konex.