La reinserción del país, clave para acordar con el FMI
El reciente acuerdo con el Fondo Monetario Internacional plantea la cuestión de la correlación entre la política exterior y la económica.
A los tres meses de haber asumido el gobierno de Mauricio Macri, visitó la Argentina el entonces presidente estadounidense, Barack Obama, restableciendo una relación bilateral que se había deteriorado mucho durante el segundo mandato de Cristina Kirchner.
Pocos meses después, a mediados de 2016, un comunicado del Tesoro de Estados Unidos respaldaba la negociación de la Argentina con los "fondos buitres" para salir definitivamente del default. Ya con Donald Trump en la presidencia, otro comunicado de la misma autoridad económica estadounidense apoyó el acuerdo con el FMI.
Cuando se esperaba un "paquete" de ayuda financiera de 30.000 millones de dólares y el gobierno argentino negociaba con bancos privados para incrementarlo, la decisión del organismo financiero internacional -en cuyo directorio tienen mayoría de votos los países desarrollados- decidía aumentarlo a 55.000 millones, y en esto también incidían factores políticos.
Junto con el restablecimiento de las buenas relaciones con los Estados Unidos, durante 2016 la Argentina fue haciendo lo mismo con los principales países de Europa: Alemania, Francia, Italia, España e incluso el Reino Unido, cuya relación bilateral con nuestro país se había deteriorado por la política del kirchnerismo en la cuestión Malvinas. También Japón se contó entre los países con los cuales se mejoraron las relaciones en el primer año del gobierno de Macri.
Tampoco se dejaron de lado las relaciones con las llamadas "potencias emergentes". Tal fue el caso de China y Rusia, con quienes el gobierno kirchnerista había buscado acercamientos estratégicos. En estos casos, la actual administración siguió adelante con varios de los proyectos de infraestructura acordados previamente.
En la región, el Gobierno mantuvo la relación con el Mercosur como prioridad y se avanzó hacia un mejor vínculo con la Alianza del Pacífico. Se cambio drásticamente la postura frente a Venezuela. Para Cristina Kirchner era un país aliado; Macri en cambio pasó a liderar una postura regional crítica hacia el régimen bolivariano de Nicolás Maduro.
Todo este giro en la política exterior tuvo un rol relevante tanto en el apoyo a la salida del default como, dos años más tarde, en el acuerdo con el FMI. Sin embargo, esto no quiere decir que la Argentina haya resuelto sus problemas ni mucho menos.
A partir de ahora se entra en una etapa que no será fácil, cuyo resultado ya no dependerá de las buenas relaciones con el exterior sino de la capacidad del Gobierno para cumplir lo acordado y de la disposición de la sociedad a aceptar sacrificios que serán inevitables.
En este escenario, el Gobierno tiene que revisar medidas recientes, asumiendo que lo importante es resolver la crisis antes que pensar en la elección que viene.
Dieciséis meses hasta la elección presidencial es un tiempo muy largo en política. Muchas cosas pueden cambiar hasta entonces, a favor o en contra del Gobierno. Pero en lo económico podría resultar un tiempo demasiado corto, en el sentido de que puede no alcanzarle para que tras el ajuste (que tendrá lugar en el segundo semestre de este año) se verifique a lo largo de 2019 una recuperación que llegue a la gente hacia fin de año.
La política exterior, en tanto, requiere cierta "sintonía fina" que está pendiente.
Ha tenido lugar un cambio importante en relación a los países que son el destino de nuestras exportaciones. Vietnam es el quinto comprador y Egipto el octavo. Esto hace necesario dar prioridad a relaciones con países cuya vinculación con la Argentina no parecía relevante en el pasado. Ahora sí lo es.
También es necesario que la Argentina asuma una política como país mediano relevante. La Cumbre del G20, que se celebra a fines de año en Buenos Aires, incluye tres grupos de países: el G7 (los países más desarrollados), los Brics (las potencias emergentes) y los países medianos, agrupados en la sigla Mitka (México, Indonesia, Turquía, Corea del Sur y Australia). La Argentina no se incorporó a este último grupo, como sería adecuado a su dimensión, ni en el gobierno de Cristina Kirchner ni en el de Macri. Esta constante quizá se explique por cierta nostalgia de un pasado que ya no es. Integrarse a este grupo parece una decisión acertada y ayudaría a la Argentina a definir mejor su rol global.
Si se revisa la historia, se aprecia que esta correlación entre política exterior y económica no es nueva para la Argentina. En las últimas décadas del siglo XIX y en las primeras del XX, el país cuidó su relación con el Reino Unido, que era la potencia global dominante y la primera economía del mundo. La crisis derivada del endeudamiento es una constante que debe corregirse.
La deuda contraída por Rivadavia en 1824 con la banca Baring Brothers fue finalmente pagada por Roca en su segunda presidencia, un siglo más tarde, a comienzos del XX, tras largos períodos de suspensión de pagos. La crisis de la deuda que tiene lugar en 1889, que termina creando las condiciones que llevaron a la Revolución de 1890 y a la renuncia del presidente Miguel Juárez Celman, pusieron en riesgo a esa institución financiera, que era entonces una de las dos más importantes del mundo. En mayor o menor medida, esta tendencia del país al endeudamiento se ha mantenido y ha tenido dos capítulos relevantes en lo que va del siglo XXI.
En 2001, la Argentina declaró el default más grande de la historia. Menos de dos décadas después, hace unos diez días, nuestro país recibe el mayor rescate financiero de la historia, algo que debería llamar la atención sobre esta "excepcionalidad" de la Argentina.
En conclusión, la política exterior de Macri ha sido clave para alcanzar el reciente acuerdo con el FMI. Pero el largo, complejo y difícil proceso que se inicia ahora requiere, para ser resuelto con éxito, que en el Presidente prevalezca el estadista por sobre el candidato. Es decir, la visión de largo plazo sobre las percepciones de coyuntura.