La reconfiguración del peronismo a partir de la renuncia de CFK
La condena a Cristina Fernández en la causa Vialidad es un punto de inflexión en la política argentina. Este repliegue de la vicepresidente implica, en principio, el final de un ciclo de dos décadas completas en que la familia Kirchner en general y la propia CFK en particular (en especial a partir del deceso de su marido, el 27 de octubre de 2010) ocuparon el podio de los líderes más relevantes del país. ¿Renuncia como consecuencia de la sentencia o la usa como excusa o tal vez disparador frente al sombrío horizonte electoral que enfrenta el FDT? Un sondeo reciente de D’Alessio IROL-Berensztein sugiere que la actual coalición de gobierno obtendría menos del 30% de los sufragios, mientras que JxC superaría el 40%. En otras palabras, sin incluir opciones específicas en términos de candidaturas, sino indagando respecto de la afinidad con las coaliciones y partidos que en principio conformarán la oferta electoral en 2023, estamos ante un escenario de definición en primera vuelta como el de 2019.
Otra encuesta muy reciente de las mismas firmas arroja resultados más desalentadores para CFK: su renuncia podría restarle apenas un tercio de votantes al FDT. Más: casi el 70% de los consultados cree que el peronismo será igual o más competitivo gracias a su ausencia. Como ocurre en otras dimensiones conceptuales, sobre todo en materia de política económica, la señora de Kirchner tiene un problema de credibilidad: un 61% considera que podría cambiar de opinión y retornar a la arena en caso de surgir un “operativo clamor”. Se trata en su mayoría de votantes no peronistas: entre quienes sufragaron por el oficialismo el año pasado, más de la mitad cree que no revertirá la decisión. Si se tratase de una cuestión táctica para demostrar la anemia que enfrenta el FDT en materia de candidaturas competitivas y volver con más influencia, probablemente Cristina pagaría un costo entre quienes aún la tienen como objeto de culto.
A menudo los líderes políticos se enfrentan a situaciones críticas caracterizadas por el hecho de que todas las opciones posibles son malas y en todo caso la decisión más acertada consiste en identificar el “mal menor”. Sin embargo, esto no es fácil de definir ex ante: con información limitada e incertidumbre respecto del futuro inmediato, el camino “correcto” puede terminar siendo un objetivo imposible, casi una quimera. Cristina parece estar enfrentándose a una coyuntura de estas características: a punto de cumplir 70, condenada a seis años y con inhabilitación para ejercer cargos públicos, el horizonte de sus problemas judiciales tendería a complicarse por otras causas de corrupción que desde hace tiempo vienen avanzando, por nuevas demandas en el fuero civil y en particular por el impacto que esto tendría para sus hijos, Florencia y Máximo. “Su enorme frustración es proporcional al enojo con Alberto Fernández”, afirma un integrante del oficialismo. “Lo que sea que le haya prometido cuando fue ungido candidato evidentemente no lo cumplió”.
A pesar del enfrentamiento histórico que CFK mantiene con el aparato del PJ, en su retirada abraza dos figuras históricas muy importantes para el peronismo. Por un lado, la proscripción, que remite de manera directa a Juan Domingo Perón. Sin embargo, en este caso no es más que otra línea del relato: la sentencia no está firme (entre Casación y la Corte faltan un par de años para que lo esté), por lo que, por el principio de presunción de inocencia, no hay nada que le impida presentarse. Por el otro, el renunciamiento, lo que la liga a la Evita que en 1952 debió renunciar a la vicepresidencia en la fórmula Perón-Perón (que pudo concretarse en 1973) por lo avanzado de su enfermedad. “Ella no quiere que le digan que necesita los fueros para no ir presa: no quiere ser Menem”, reveló por estos días una fuente muy cercana a la familia Kirchner.
¿De qué forma intentará el peronismo, encarnado en los gobernadores, la CGT y algunos intendentes del Gran Buenos Aires, acotar el riesgo de una derrota electoral potencialmente devastadora? ¿Qué papel tendrán los movimientos sociales, sobre todo el Evita, que en algunos distritos icónicos, como La Matanza, pretende desplazar al aparato tradicional del PJ? ¿Se contentará el peronismo con un candidato transicional para salir del paso, como hizo la UCR en 1995 con Horacio Massacesi, aquel gobernador de Río Negro que se aventuró a desafiar a Domingo Cavallo y al propio Carlos Menem? Sergio Massa prefiere mantenerse al margen de la competencia, al menos formalmente. Las chances de Wado de Pedro se acotan con Cristina replegada. Alberto Fernández es casi el único que sostiene a esta altura sus pretensiones de reelección. En este contexto, vuelve a sonar el nombre de Juan Mazur. ¿Habrá otros gobernadores especulando con lanzarse? ¿Aparecerá algún “tapado” que conmueva el escenario?
Más allá de los nombres y de las alquimias electorales, en esta última etapa terminó de agotarse el modelo inflacionario e hiperestatista que instauró Néstor Kirchner, profundizó in extremis Cristina y no pudo desarticular Macri, que vio colapsar su gobierno por haber procrastinado la implementación de las reformas estructurales imprescindibles para revertir la estanflación. Fernández heredó una situación compleja, pero se ocupó de dilapidar en poco tiempo el enorme esfuerzo en materia de consolidación fiscal que había iniciado Dujovne y profundizado Lacunza. A la deriva y con su coalición deshecha, se vio obligado a delegar la administración en los actores más realistas y desideologizados del FDT: los gobernadores (representados por Manzur) y Massa. ¿Es factible suponer que puede ratificarse la desaceleración de la inflación registrada en noviembre solo en función de acuerdos de precios? ¿Alcanzaría para mejorar las chances electorales del oficialismo?
El giro pragmático que implicó la llegada de esa dupla el gabinete, resultado de la derrota electoral en las PASO del año pasado (Manzur) y del descontrol económico de mitad de año (Massa), puede constituir el inicio de una nueva etapa del peronismo con el predominio de criterios políticos e ideológicos más parecidos al menemismo que al kirchnerismo. Seguramente por la durísima realidad social y por la existencia de un ecosistema de actores que tendrán influencia inercial, la política social deberá tener un papel mucho más importante que en los 90. Deberán mejorarse el diseño, la transparencia, el foco y el control de los programas, pero en el escenario actual “gasto social” es sinónimo de “paz social”.
Otro eje fundamental será la política exterior. El apoyo de la Argentina a Pedro Castillo luego de que intentó un golpe de Estado, en un comunicado conjunto con México, Colombia y Bolivia, implica un antecedente desconcertante para un país que hasta ahora tenía credenciales muy claras en materia de defensa de la democracia y los derechos humanos. Pero el sistema internacional se viene reconfigurando rápidamente desde la invasión de Rusia a Ucrania. Y si bien es cierto que aún no está del todo claro cuáles serán los contornos definitivos del nuevo mapa geopolítico global, nuestros valores, intereses, tradiciones y vínculos culturales nos colocan con nitidez del lado de Occidente. El peronismo emergente deberá leer con inteligencia los desafíos estratégicos de esta hora.