La reconciliación tan difícil
¿Por qué, luego de ser enemigos tres décadas atrás, un grupo de ex combatientes argentinos y británicos querrían conocerse, hablar y trabar amistad? ¿Cómo se vuelve del odio de la guerra? Estas preguntas, y el testimonio de los protagonistas, fueron el eje de una investigación que la antropóloga Rosana Guber presentó en la Universidad de Cambridge
Un día de julio de 1936, Pablo Casals preparaba un concierto en el Palau de la Música de Barcelona cuando una noticia irrumpió en la sala: se había producido un alzamiento militar contra la República. Era el inicio de la Guerra Civil Española y le pedían que suspendiese el ensayo. Probablemente intuyendo que en esos momentos ya se estaba gestando la maldición de un exilio, Casals se dirigió a la orquesta y le pidió que tocara el tramo final de la Novena Sinfonía de Beethoven. Así, a las puertas del desastre, sin público, sabiendo que se estaba despidiendo de la vida tal como la había conocido hasta el momento, ese grupo de músicos le cantó al día "en que los hombres volverán a ser hermanos".
Quizá sea en estos gestos donde la humanidad, siglo tras siglo, se salva.
A muchos kilómetros, años y motivaciones de aquella guerra, otros hombres, con sus batallas a cuestas, traman la urdimbre de un gesto reparador. Son ex combatientes de Malvinas, militares profesionales, argentinos y británicos. Sin renegar de los principios que treinta años atrás decidieron defender, tienen el coraje de encontrarse a sí mismos en los otrora enemigos. A su modo, construyen nuevos sentidos para esa noción a veces difusa, lo fraterno.
El enigma
Rosana Guber es antropóloga y una de las escasas voces académicas que investigan el tema Malvinas desde el punto de vista de los combatientes. En marzo expuso, en la Universidad de Cambridge, el trabajo Como un cierre. Encuentros honorables en la posguerra de Malvinas , donde ahonda en los vínculos creados entre Mariano Velasco y Neil Wilkinson, Simon Weston y Carlos Cachón, Héctor Sánchez y David Morgan. Por aquellos días, el anuncio del envío de un buque de guerra británico a las islas y la consecuente denuncia argentina de "militarización del Atlántico Sur", agudizaban una pulseada diplomática que, polarizada entre la demanda por soberanía que sostiene la Argentina y la defensa del derecho de autodeterminación de los isleños que propone el Reino Unido, no haría más que crecer en vistas del aniversario de la guerra. Situación que actualizaba -y actualiza aún más en estos momentos- la pregunta crucial de la ponencia de Guber: "¿Por qué esos seis hombres querrían encontrarse, hablar e incluso convertirse en amigos, luego de haber actuado como enemigos en un enfrentamiento a muerte?"
Seis hombres que estuvieron frente a frente, la adrenalina del combate azuzándoles los sentidos, sabiendo que la apuesta era a matar o morir. No fue poco lo que se hicieron unos a otros en el marco de aquella guerra.
Weston, ex guardia galés, estaba a bordo del buque Sir Galahad el 8 de junio de 1982, cuando un avión argentino, tripulado por el entonces teniente primero Carlos Cachón, lo bombardeó. Los resultados del ataque fueron devastadores. Weston sufrió quemaduras en todo el cuerpo. Su cara, que debió ser quirúrgicamente reconstruida, se convirtió en el "rostro público de la Guerra de las Falklands".
Ese mismo 8 de junio, en medio de un combate aéreo, Héctor Sánchez y David Morgan se vieron literalmente cara a cara: piloteando un Sea Harrier, el británico; comandando un A-4B, el argentino. Los británicos derribaron tres de los cuatro aviones que integraban la escuadrilla argentina. Sánchez fue el único que logró escapar, arrasado por la imagen de sus camaradas muertos y el deseo de venganza.
¿Cómo se vuelve del odio? ¿Qué hacer frente a quien nos mutiló, nos sumió en meses y años de dolor, se apoderó de nuestras peores pesadillas?
Quizás en la historia del ex artillero antiaéreo Neil Wilkinson esté parte de la respuesta. Durante un enfrentamiento, Wilkinson derribó un avión argentino. Disparó convencido de hacer lo correcto, seguro de su lugar en el conflicto y de lo justo de sus acciones. Pero eso no impidió que, durante años, se preguntase quién habría sido la persona que piloteaba el objetivo al cual él apuntó, disparó y vio caer dejando tras de sí una oscura estela de humo. "Pensé en esto muchas, muchas veces. No es algo de lo que me regodeo. Es que veo ese avión todos los días en mi cabeza. Pensaba que ese piloto estaba muerto, no había modo de que alguien saliese vivo de allí", aseguró en un reportaje.
La guerra tiene su propia lógica. Y probablemente esté profunda, excesivamente, arraigada en la condición humana. Pero también es posible que, en el preciso instante en que el "enemigo" deja de ser una cualidad abstracta y pasa a tener un nombre y un rostro, una lógica de diferente tenor, pero igual poder, comience a actuar.
Con ayuda de la Agregaduría Argentina en Londres, Wilkinson encontró al hombre a quien creía haber matado: Mariano Velasco, que había logrado eyectarse y sobrevivir. Comenzó así a forjarse el vínculo que, en enero de este año, permitió a documentalistas de la BBC registrar el momento en que un Velasco ya encanecido abría la puerta de su hogar en Córdoba y recibía al ex artillero con un simple y rotundo "Hola Neil, bienvenido".
"Hay cosas que deben abordarse con miedo y temblor." La frase es de Jacques Rivette, y la retoma Serge Daney en El travelling de Kapo , suerte de manifiesto ético-cinéfilo publicado a principios de los 90. Allí, el crítico francés reniega del virtuosismo más bien obsceno con que algunos cineastas aluden a la muerte y reivindica el ejercicio de otra mirada, menos épica, más sesgada e incluso tímida, pero decididamente espantada ante la guerra y sus consecuencias. ¿Habrá algo del orden del temblor en los encuentros entre antiguos combatientes?
Cuestión de honor
Rosana Guber considera que la respuesta está en el honor, en el cumplimiento de las normas de la guerra y en el respeto por el enemigo. "La igualdad pudo ser restablecida en términos humanos y no en visiones idealistas que rechazan o aplauden la guerra en modos en que sus reales protagonistas desaprueban por simplistas o superficiales -indica-. Además, es la guerra convencional; se pelea con alguien que está de frente, que no está oculto. En la guerra virtual, si estás en Texas manejando un avión no tripulado que ataca Irak, no hay encuentro. Aquí actúa el tema del honor: ambas partes estuvieron allí. Ambas partes pudieron haber muerto."
Asimismo, si bien existen antecedentes de cierta confraternidad entre integrantes de ejércitos opuestos, no puede decirse que esto sea la regla. No debe ser sencillo establecer una memoria común, integrar un territorio plagado de zonas indecibles. Hay un enigma en el acercamiento entre estos hombres; un misterio que supera al de sus posibles charlas sobre táctica militar o principios de soberanía en Malvinas.
Lentamente, Carlos Cachón y Simon Weston fueron construyendo un espacio de entendimiento. También ellos aparecieron frente a las cámaras de la BBC. Sin obligarse a coincidir en todo, manteniendo zonas de disidencia, pero enfatizando aquello que los unía, pudieron acercarse. Caminaron, hablaron y lloraron juntos "como si Dios nos hubiera tocado", según recordó el argentino, que siempre lamentó el daño provocado al británico.
Por su parte, Héctor Sánchez y David Morgan participaron en Falkands war then and now , un libro sobre la Guerra de Malvinas. El británico escribió el prólogo y el argentino el epílogo. Algo antes de la edición de este volumen, a principios de los años 90, los dos antiguos enemigos fueron puestos en contacto por un argentino residente en Inglaterra. Ambos se dieron el espacio para sentarse, hablar y reconstruir lo que había ocurrido en aquella vertiginosa jornada de junio de 1982. "Si no hubiera sido por el hecho de que el cañón de Sánchez se trabó, él hubiera sido el único piloto argentino que hubiera derribado un Sea Harrier. Yo no habría sobrevivido", reconoce Morgan en Hostile Skies , su autobiografía bélica. Asimismo, al rememorar el día en que ambos se reunieron en Londres por primera vez, Sánchez explica: "Descubrí que David estaba preocupado por cómo me sentía yo con él, el hombre que había matado a mis camaradas. Le expliqué que si lo hubiera encontrado enseguida después de la guerra hubiera tratado de vengarme. Pero pasó el tiempo y entendí que él estaba cumpliendo con su deber, como yo cumplí con el mío". En relación a la actual pugna de posiciones entre la Argentina y Reino Unido, cuenta que cada uno sigue las noticias por su lado. Pero el tema está rigurosamente proscripto de sus encuentros. "No hablamos ni de Malvinas ni de Falklands -explica a Enfoques-. Nuestro vínculo es sólo sobre lo personal; va más allá de lo político. Somos dos profesionales, dos pilotos de combate. Cada uno con su propia carga."
En el ensayo Los bárbaros , Alessandro Baricco se refiere a la alergia que, en general, manifiestan las nuevas generaciones frente a un arco de principios que incluye al nacionalismo. "No consigo dejar de pensar -escribe- que esto también (no sólo, pero también) tiene que ver con la memoria de lo que sucedió el siglo pasado. Casi como si fuera la sedimentación de un sufrimiento ilimitado, generado por dos guerras mundiales y una guerra fría en el umbral del holocausto nuclear." En el marco de esta lógica, la Argentina tendría su propia cuota de padecimientos para sumar al largo listado de horrores acumulado por el siglo XX.
Sin embargo, Rosana Guber, que también aborda estas cuestiones en el libro ¿Por qué Malvinas? De la causa nacional a la guerra absurda , considera que no hay nada más actual que la idea de nación? ni, en nuestro país, nada más vivo que Malvinas. Desde su punto de vista, desdeñar por arcaica la reflexión sobre lo nacional podría significar "no enterarse nunca de qué le pasa a la gente que protagoniza una guerra. Porque la gente que va a morir por una causa nacional, sea definida como revolucionaria, conservadora, restauradora o territorial, va a dar lo mejor de sí".
Cómo vuelve la frase de Walter Benjamin, aquello de que "no existe documento de cultura que no sea a la vez documento de barbarie". El estigma de la humanidad: Caín y Abel intercambiando lugares, color de piel, lengua y razones. Pero también, en todas las épocas, personas que, aun atravesadas por las encrucijadas de la geopolítica, sabiendo que la historia demasiado a menudo se transforma en la espada que empuja contra la pared, deciden que puede haber un espacio para que aparezca, como define Héctor Sánchez, "la empatía que te permite ponerte en el zapato del otro".
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