La rebelión “al palo”
Ante cada escalón que la Argentina sube en el top ten de contagios y muertos por Covid, el Gobierno perfecciona su discurso y le echa la culpa a la sociedad por los estragos de la pandemia. El dúo sanitario bonaerense, Gollán y Kreplak, blanqueó esa narrativa de un modo brutal: a los jóvenes porteños que salen a "tomarse una cervecita" les gusta jugar a la ruleta rusa y son poco menos que asesinos en potencia.
Alberto Fernández zigzagueó dos veces, durante la última semana, en esta misma línea discursiva. Ayer, cuando pidió dejar "para otro momento el tiempo del encuentro y el esparcimiento social", mientras, apenas días atrás, él mismo dinamitaba esa idea difundiendo una foto (sin barbijo) de un distendido almuerzo en Olivos, junto a la familia Moyano y, la segunda, en la reunión militante del último fin de semana, bautizada "Frentetodismo al palo". Allí, además de cargar las tintas contra los argentinos alineados con el mal, interpretó que el drama nacional es fruto, en gran parte, del "ametrallamiento mediático" y de "la manera en que se informa". Trumpismo al palo.
Pero, en las últimas horas, a la rebelión de la "cervecita" se le sumaron otras, casi todas previsibles. Como afirma metafóricamente un conocido encuestador: "El campo está muy seco y cualquier chispita puede provocar un incendio". El lunes por la noche, los vecinos de Ayres de Pilar bloquearon el ingreso de Lázaro Báez, un vecino tan famoso como indeseable. ¿Justicia por mano propia? Sí. ¿Es correcto? No. Pero tal vez haya otro modo de interpretar aquella manifestación que, efectivamente, obstruyó la concreción de una decisión judicial. En un país normal, con una Justicia autónoma y eficaz, el cajero de un banco devenido multimillonario gracias a su vínculo privilegiado con Néstor y Cristina Kirchner estaría condenado y preso. La cuestión de fondo, entonces, es otra: la Justicia argentina no condena la corrupción y esa anomia tiene efectos sociales.
A la ola de protestas se sumaron varios intendentes, no solo Larreta, que encarna una resistencia pacífica afincada en los hechos. Desde 2013, cuando Sergio Massa enfrentó a Cristina Kirchner, los intendentes redefinieron su rol en la política argentina. Por definición, son los primeros funcionarios en el mostrador de la política. El intendente de Tandil, el radical Miguel Ángel Lunghi, picó en punta y se le paró de manos a Kicillof. Locutor del hartazgo social, el veterano médico pediatra anunció la implementación de un modelo propio para gestionar el virus y el desacople de su municipio del sistema de fases diseñado por el gobernador. Desde el gobierno bonaerense, además de amenazarlo con represalias económicas, le respondieron con un despecho más propio de una relación sentimental que de una relación política. Más que una ideología, a menudo el kirchnerismo parece ser una mezcla de autoritarismo e infantilismo.
Los intendentes santafesinos también se le rebelaron al gobernador Omar Perotti, que el último viernes activó el botón rojo con un decreto. El peronista, sin embargo, fue más astuto: se acercó a ellos y ahora ensaya una negociación
Los intendentes santafesinos también se le rebelaron al gobernador Omar Perotti, que el último viernesactivó el botón rojo con un decreto. El peronista, sin embargo, fue más astuto: se acercó a ellos y ahora ensaya una negociación. En paralelo, un ejército de 80.000 agentes bonaerenses, molestos con Berni, sumaron su insatisfacción al tsunami de demandas. Reclaman mejoras salariales, pero, entre los motivos más profundos, también hay disgustos ideológicos. Un estudio de la consultora Ricardo Rouvier & Asociados, ligada al oficialismo, reveló que más del 80% de la sociedad está en contra de la tomas de tierras: un asunto que se le fue de las manos al kirchnerismo y que, peor aún, embarcó a la coalición gobernante en una guerra interna.
Las múltiples demandas, la gente en la calle, ¿son fruto del desequilibrio generado por la pandemia o hay una crisis, más profunda, de la representación? ¿Quién manda en la coalición oficialista? ¿Y en la opositora? Matilde Ollier, politóloga especializada en liderazgos, atribuye la rebelión a una "crisis de liderazgo de mayorías". ¿Qué significa? No hay ningún dirigente, ni en la oposición ni en el oficialismo, capaz de representar a una mayoría de argentinos. Cristina ejerce el poder en el Frente de Todos, pero representa al 30% de la sociedad. El Presidente tiene, según Poliarquía, un 53% de aceptación, pero ¿lo votarían los cristinistas si rompiera con su socia? El mismo razonamiento le cabe a Larreta.
Hay rebeliones y rebeliones. Ayer, la agrupación Montoneros "conmemoró" los 50 años de su creación, con un documento que, entre otros, firmó el actual embajador en Chile, Rafael Bielsa. En democracia, entre 1973 y 1976, las organizaciones armadas se cobraron más de 700 vidas, entre ellas la de José Ignacio Rucci, asesinado pocos años después de la fundación de la agrupación liderada por Firmenich. Ningún renglón del texto celebratorio está dedicado a pedir perdón.