La reacción contra Francisco en la curia
El debate sobre la comunión de los divorciados vueltos a casar divide al Vaticano entre los que se mantienen fieles al dogma y los que buscan adaptar la Iglesia a los tiempos actuales
A lo largo del año pasado, la figura del papa Francisco se ha ido agigantando hasta perfilarse como un papa aceptado no sólo por los católicos, sino admirado también por personas alejadas de la fe. Y así ganó una notoria gravitación en la política mundial.
Entre los objetivos que se trazó Francisco, la reforma de la curia fue el más importante, después del saneamiento económico y financiero puesto en marcha apenas asumió la conducción de la Iglesia.
Pero sus comportamientos resultaron desconcertantes para algunos. El Papa se salía del protocolo para desesperación de su custodia, con la cual no lograba entenderse. Descabezó al jefe de la Guardia Suiza y manifestó que, a pesar de los graves riesgos sobre su vida, había optado por estar cerca de la gente, sin vehículos blindados. Francisco es sencillo. Es cercano. Saluda, da besos. La impronta latina se manifiesta en este Papa, tan diferente a sus antecesores.
Sin embargo, algunos miembros de la curia vaticana, donde se prevé la eliminación de muchos puestos de jefes que se creían imprescindibles, lo detestan. Días atrás, el vaticanista Vittorio Messori -allegado a Joseph Ratzinger- publicó un artículo en el que sostuvo que se trataba de "un Papa impredecible, tan impredecible que está perdiendo la confianza de algunos de los cardenales que fueron sus electores". El director del diario L'Avvenire, del episcopado italiano, Marco Tarquino, salió diplomáticamente en defensa del Papa, pero un párroco de Génova, Paolo Farinella, lo consideró "una amenaza mafiosa".
El 22 de diciembre, al presentar los saludos navideños a la curia, el Papa reseñó las 15 enfermedades que la amenazan, incluidas la sed de poder, la arrogancia y la corrupción. En esos días, salieron a relucir hechos históricos que dan cuenta de situaciones similares. Hace unos diez siglos, san Bernardo le pedía en una carta al papa Eugenio III que se pareciera a Pedro y no a Constantino, y que recordara que Pedro no necesitó grandes palacios, ni mantos de armiño ni lujosos medios de transporte para anunciar a Cristo. Por si fuera poco, Benedicto XVI declaró poco antes de su renuncia que esa carta de san Bernardo debería ser libro de cabecera para todos los papas.
El teólogo de la liberación y escritor gallego Andrés Torres Queiruga afirma que ya no es un secreto para nadie que cinco eminentes cardenales (los alemanes Gerhard Müller y Walter Brandmüller; el norteamericano Raymond Leo Burke y los italianos Carlo Caffarra y Velasio De Paolis) buscaron el apoyo del papa emérito Ratzinger para que los ayude en su intento de corregir el proyecto que busca darles la comunión a los divorciados en nueva unión. Se dice que Benedicto XVI se negó a aceptar las pretensiones de los cinco purpurados y lo puso al tanto a Bergoglio de inmediato.
El libro Permanecer en la verdad de Cristo. Matrimonio y comunión en la Iglesia Católica se editó a pocos días de iniciarse el Sínodo de octubre pasado, y fue considerado en algunos ámbitos una maniobra poco elegante por parte de los purpurados. Desde esa perspectiva, puede apreciarse el encontronazo que significó el tema de la comunión a los divorciados vueltos a casar, que es visto desde una mirada teológica y doctrinal por parte de este grupo que se respalda en el texto evangélico de San Mateo 19,9: "El que se divorcia de su mujer, a no ser en caso de unión ilegal, y se casa con otra, comete adulterio". Mientras, en la vereda de enfrente, prevalece una perspectiva pastoral. Y no resulta fácil lograr un entendimiento.
Desde un principio, Francisco asumió actitudes categóricas en la designación de las autoridades eclesiásticas. Así ocurrió con los cardenales norteamericanos Raymond Leo Burke y Francisco George, que lo cuestionaron. Al primero, que era prefecto de la Signatura apostólica y coautor del libro firmado por los cinco cardenales, no le renovó el mandato como miembro de la Congregación para los Obispos y lo puso al frente de un cargo inferior en la Soberana Orden de Malta.
El cardenal George fue hasta hace poco arzobispo de Chicago y, de 2007 a 2010, presidente de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos. En razón de que padece una grave enfermedad, Francisco nombró como sucesor a un obispo de perfil opuesto, Blase J. Cupich, lo que evidencia el desacuerdo del Papa con la línea de la Conferencia Episcopal norteamericana.
Otros dos ilustres prelados norteamericanos que manifestaron su oposición a la apertura hacia los divorciados son Charles Chaput, arzobispo de Filadelfia y descendiente de aborígenes potawatomi, y José Gómez, nacido en México, actual arzobispo de Los Ángeles. Ambos son exponentes de la corriente ratzingeriana, y en su país de origen se esperaba que fuesen promovidos al cardenalato por ser sedes cardenalicias, pero en esta ocasión el Papa eligió a dignatarios de la periferia del mundo. Estos dos prelados responden a la corriente conocida como conservadores creativos, en la que figuran destacadas personalidades eclesiásticas, como el canadiense Marc Ouellet; el arzobispo de Milán, Angelo Scola; los cardenales de Budapest, Peter Erdö; de Viena, Christoph Schönborn; el primado de Bélgica, André-Joseph Leonard; el presidente del episcopado inglés, Vicent Nichols; el cardenal Timothy Dolan, de Nueva York; el cardenal norteamericano Daniel Di Nardo; los cardenales Donald Wuerl, de Washington; el patriarca de Venecia, Francesco Moraglia; el obispo de Bolzano, Bressanone Ivo Muser, y el arzobispo polaco Stanislaw Budzik. Gómez es considerado el cabecilla de estos "conservadores creativos", que designa a los obispos capaces de introducir la doctrina en la modernidad, sin traicionar los principios.
El cardenal alemán Walter Kasper, que figura entre los que adoptan una actitud pastoral sobre el tema de los divorciados vueltos a casar, expresa: "El Evangelio no es un museo, no es un código penal, no es un código de doctrinas y mandamientos. Es una realidad viviente en la Iglesia, y nosotros tenemos que caminar con todo el pueblo de Dios y ver cuáles son sus necesidades. La doctrina no puede cambiar, la disciplina sí. La agenda del Sínodo es mucho más amplia y tiene que ver con los desafíos pastorales de la vida de la familia de hoy".
El obispo italiano Vincenzo Piglia, presidente del Pontificio Consejo para la Familia, señaló al respecto en declaraciones a la revista Vida Nueva: "El tríptico fundamental de la Creación, matrimonio, familia y vida, está «desconstruido». Dios ha creado a la familia como célula básica de la sociedad, mientras que nosotros hoy hemos reconstruido estos principios a nuestra medida. Lo que vemos es la punta del iceberg: nos estamos dirigiendo hacia una sociedad desfamiliarizada, donde el bien común ha desaparecido y sólo interesa el individuo".
El cardenal Reinhard Marx, arzobispo de Munich, presidente de los obispos alemanes y miembro del grupo de cardenales consejeros del Papa, insistió en que la postura aperturista de Kasper es bien vista por la mayoría de los obispos alemanes, pero admitió la presencia de opiniones diferentes. Sobre la homosexualidad, el cardenal Marx expresó: "No podemos decirle a alguien: «Usted es homosexual, no puede vivir el Evangelio.» Es impensable. Por eso se requiere un acompañamiento espiritual para todos".
Los medios periodísticos acentuaron la división producida entre los sinodales. Pero el rector de la Universidad Católica Argentina, Víctor Fernández, le expresó a la corresponsal de LA NACION Elisabetta Piqué: "Yo no hablaría de división, porque quienes lo plantearon lo hicieron con mucha prudencia, dejando bien clara la indisolubilidad matrimonial, y quienes se oponían lo hacían pensando en el bien de las familias y de los hijos. Sólo había un grupo de seis o siete muy fanáticos y algo agresivos, que no representaban ni el 5% del total".
¿Habrá acuerdos o se producirán rupturas en la próxima asamblea sinodal de octubre? Es difícil saberlo, pero en caso de haber desencuentro sin duda no tendrá los alcances del pequeño cisma que encabezó, después del Concilio Vaticano II, el francés Marcel Lefebvre, que separó de la Iglesia Romana a 150.000 fieles y unos 360 sacerdotes repartidos en unos 50 países.