La rana no aprende más
Algunos afirman que esta pandemia dejará un mundo mejor. Soy escéptico al respecto. Lejos de generarse conductas más responsables por parte de nuestra sociedad y sus autoridades, asistimos a un recrudecimiento de algunas acciones y actividades irracionales y desinteresadas. La presión sobre las áreas naturales urbanas, por ejemplo, se incrementa, movilizada por un frenesí de expansión sin precedentes.
Los incendios de extensas áreas silvestres también nos exponen a la más explícita estupidez humana.
Nos debatimos por encontrar culpables, cuando hay una sociedad enteramente responsable. O una buena parte de ella, para no generalizar. Detengámonos un minuto a pensar que muchos de los desmontes ocurridos en los últimos tiempos en el país tienen lugar en áreas rojas, es decir en sitios en dónde por ley no pueden realizarse. La deforestación es un proceso que hoy puede ser monitoreado casi en tiempo real. No hay excusas posibles. En ese caso tenemos no solo la actitud ilícita del productor, sino también la connivencia de las autoridades responsables. Punto, no hay mucho para agregar. Dejemos de echarle la culpa solamente al modelo productivo y empecemos a pensar también en quienes tienen la responsabilidad de aplicar la ley. Empresarios, gobernadores, ministros, intendentes corruptos son parte de un esquema que atenta contra el futuro de todos.
Si un delito tan evidente no puede ser controlado, mucho menos encontraremos a los culpables de la generación de un incendio. Para los entendidos en materia legal, se requieren una cantidad de pruebas en la mayoría de los casos difíciles de establecer.
Los fuegos no son una historia nueva. Son tan antiguos como la historia de la humanidad, llevados a cabo con criterio, con fundamentos científicos o no, son una parte insoslayable de nuestros sistemas productivos y ambientes naturales. No por ello necesariamente aceptables desde el punto de vista ambiental.
Ocurren en Tucumán, en Córdoba, en Corrientes, en la Patagonia, en el Delta, solo por mencionar algunas regiones (de hecho, acaba de quemarse una buena parte de uno de los humedales más importantes de nuestro país: Jaaukanigás, en Santa Fe).
Cuando se conjugan las peores condiciones meteorológicas y ambientales y la cercanía con una ciudad de un millón de habitantes, el problema se hace visible. Decenas de pueblos de Tucumán o Córdoba sufren de esta problemática de manera recurrente, pero no son lo "suficientemente relevantes", y a nadie le importa, a decir verdad, como para llamar la atención.
Ahora bien, el problema de los incendios no tiene tampoco una única solución. Depende de un conjunto de elementos y herramientas a poner en práctica que integralmente pueden representar un alivio al problema a mediano y largo plazo. Nunca una solución definitiva, y mucho menos a corto plazo. Prueba de ello son los desastres de proporciones que ocurren en forma regular en países mucho más desarrollados que el nuestro, con legislación y punitorios mucho más estrictos. Por solo mencionar algunos, Australia, Estados Unidos, España. Cabe aclarar aquí también que no todos los ecosistemas responden de la misma manera al fuego, y para algunos es un elemento indispensable para su supervivencia y parte de sus pulsos naturales.
Por empezar, la región del Delta es un bioma particular de la Argentina, con características propias, culturalmente único. Sus tierras, además de servir de sustento a variadas prácticas productivas, algunas más sustentables que otras, son destino de recreación para millones de personas anualmente.
Por el momento, solo un 8 % de su superficie está representado en el Sistema Nacional de Áreas Protegidas, de los cuales solo un 0,21% corresponde a áreas manejadas por la Administración de Parques Nacionales. Muy lejos de los parámetros aceptables de acuerdo al consenso internacional. Es esperable que prontamente puedan concretarse tanto la ampliación de los parques nacionales (Pre-Delta e Islas de Santa Fe), como la creación de una nueva unidad, en sitios que será menester de las autoridades decidir y gestionar.
En segundo término, debemos prestar más atención a los procesos de ordenamiento territorial incompletos o inaplicados en buena parte de las provincias. Esto es la esencia de la planificación, de lo que entendemos que puede o debe hacerse en cada rincón de la Argentina. Esto es la base estratégica de utilización de nuestros recursos naturales. ¿Cómo estamos en Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires con el tema?
En este orden de cosas, la tan ansiada ley de humedales vendría a servir de herramienta ordenadora de este tipo de ecosistemas que brindan una cantidad inmensa y poco apreciada de servicios ambientales a todas las actividades humanas.
Las prácticas productivas amigables con el ambiente también van ocupando cada vez un mayor espacio en el mundo y sus productos comienzan a ser valorados por las sociedades como sustitutas de un sistema extractivo y de ambición desmedida. El Estado debe promoverlas, impulsarlas y beneficiarlas.
Por último, los sistemas de control y prevención de incendios en áreas silvestres (cualquiera sea su denominación y pertenencia geográfica) deben contar con las herramientas adecuadas, y los recursos humanos capacitados. Esto no debe detenerse, es un proceso dinámico que debe buscar mejorarse en forma permanente.
Y seguramente existirán otras herramientas con las cuales enfrentar esta trágica problemática que se ha devorado cientos de miles de hectáreas de ambientes insustituibles, fauna y flora nativa, servicios ambientales, y ha incorporado varias toneladas más de gases de efecto de invernadero a una atmósfera ya saturada.
Pero como lo define "el síndrome de la rana hervida", esta es la forma en que nuestra sociedad reacciona ante un problema que es progresivamente tan lento que sus daños puedan percibirse como a largo plazo o no percibirse, la falta de conciencia genera que no haya reacciones o que éstas sean tan tardías como para evitar o revertir los daños que ya están hechos. Una vez más necesitamos de la tragedia para actuar.
Director ejecutivo de Aves Argentinas